[dropcap]M[/dropcap]i madrina es torera”. Con esta frase tan contundente, a la vez que inusual, contestaba mi hijo David, ahijado de Tita, María Francisca Martín Tabernero, a la pregunta de su maestra cuando la docente le pedía explicaciones de un dibujo realizado junto a una redacción que acababa de presentarle. En una hoja de su cuaderno una figura femenina citaba a un toro con una cornamenta considerable. Los ojos de mi hijo menor debieron quedar impresionados cuando en la finca que Tita tiene en el Campo Charro, Casasola, su madrina salió al ruedo, sin miedo, como si se tratara de una cosa cotidiana, y se enfrentó al morlaco, bicho que a la edad de mi hijo, confieso que a la mía actual también, debió parecerle un gigante con cuernos.
Ya sabéis que en la boca de los niños está la verdad, y al retratar de esta forma a Tita, David estaba resaltando algo que a todos siempre nos ha maravillado en su personalidad, la valentía y determinación con qué ha tratado siempre cuantos asuntos, por difíciles que fueran, se le han presentado o encomendado.
Mi amistad y la de mi mujer, María José, con Tita viene de lejos. Juntos hemos vivido intensamente casi cincuenta años, que se dice pronto. Coincidimos en el preuniversitario, en el examen oral de francés. Al ser nuestros apellidos consecutivos, Málaga y Martín, nos examinó el mismo profesor, el catedrático de la Facultad de Derecho Delgado Pinto. Todavía, al recordarlo, nos produce risa. Tendríais que verme gesticular hablando en un francés macarrónico para contestar las preguntas típicas ¿dónde naciste? y ¿qué se produce en tu pueblo? Como muchos de los que me leéis conocéis, yo nací en Abadía, provincia de Cáceres, vocablo que al pasarlo al francés se convertía en “Abadí” y como en mi pueblo se producen, entre otras muchas cosas, hortalizas y patatas, el tubérculo, en mi pobre francés, se convertía en “pomes de terres”. Las risas del profesor fueron sonoras y Tita lloraba y llora de hilaridad cada vez que lo recuerda.
En la Salamanca de finales de los sesenta del pasado siglo, en su Universidad civil, solamente se podía estudiar en cuatro facultades: medicina, derecho, ciencias y letras
El final de todo aquello fue que los dos aprobamos el examen de acceso a la universidad, seguramente el resto de las asignaturas con las que se hacía la media compensaron mi baja nota en francés, y cada uno de nosotros se matriculó en una facultad distinta. Tita eligió letras y, después de realizar los cursos comunes, comenzó Historia, carrera que iniciaba su andadura por aquellos años en Salamanca. Algunos amigos comunes como Enrique Clemente, delegado de curso, fue compañero suyo. En aquellos mismos años, en el curso 1963-64, yo encaminaba mis pasos hacia la medicina.
En la Salamanca de finales de los sesenta del pasado siglo, en su Universidad civil, solamente se podía estudiar en cuatro facultades: medicina, derecho, ciencias y letras. Los chicos matriculados en la facultad de medicina, donde al contrario que en la actualidad escaseaban las chicas, frecuentábamos los bares de letras donde los chicos brillaban por su ausencia.
En esas idas y venidas, y siguiendo los guiones del azar, conocí a la que hoy es mi mujer que estudiaba Filosofía y Letras, especialidad de Filología Moderna, en el viejo edificio de Anaya. Así fue como nuestro grupo se fue agrandando dando entrada a las amigas de María José entre las que se encontraban Carmen Acosta y Tita Martín Tabernero que pasaron en poco tiempo a ser miembros de nuestra pandilla de amigos. En esta cita de nombres no me gustaría olvidar al que sería padrino de nuestra boda, Paco Rubio, hoy profesor de Neurología de la Facultad de Medicina de Barcelona. Muchos de los amigos de entonces, entre los que se encuentra José Miguel Sánchez Palomero, hemos conservado la amistad hasta el día de hoy.
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