[dropcap]C[/dropcap]uando uno no sabe si reír o llorar, es que la cosa está ambigua y no se define. Si no supiéramos de qué pie cojeamos, tantos disparates juntos nos pondrían tristes, pero como estamos entrenados, un par de respingos nos disipan la depre.
La “nueva” derecha está inspirada y locuaz. Planta un circo y le crecen los enanos. ¿Para reír o para llorar? Usted decide.
Lo cierto es que el revuelo de estos días en torno a presidentes “okupas” y otros fallos de protocolo (esto lo hubiera ventilado Camilo José Cela con un buen pedo), es para reírse hasta no parar. Un revuelo de secano. Una tormenta sin nubes. Un chiste sin gracia. Puro disparate nacional. Cosas de la “nueva” derecha.
¡Ay el protocolo!
No tiene problemas España.
La derecha ultramontana, que en otros tiempos fue tremenda y en muy pocos casos sobria, hoy es cómica y risible. ¿Este es todo su arsenal de ocurrencias y disparates? ¿Tanto se aburre que pretende contagiarnos su acedía?
Solo desde el estreñimiento mental puede interpretarse con tan profusa filigrana canónica (se aburren, ya digo), el pretendido escándalo protocolario del presidente “okupa”. ¿Será la “nueva” derecha una derecha meapilas?
A ver, solo pregunto: ¿Puede un presidente legítimo, salido de una moción de censura legítima, para desbancar del poder –legalmente- a un partido corrupto convicto de ilegalidad, ser un okupa?
¿Lo era el expresidente Rajoy, que gobernó tanto tiempo con solo un tercio de los votos (dos tercios en contra), pero con el apoyo colegiado y legítimo de la derecha de este país: Ciudadanos y el aparato regresivo del PSOE?
Aquel apoyo legal vino de la traición a los votos (que votaron contra la corrupción, y por tanto contra el PP). El actual procede de la fidelidad a los mismos. Es un matiz.
O sea que no. Que no hay en lo sucedido nada raro, ni fuera de lugar, ni ilegítimo, ni ilegal, y lo único demostrado es lo malos que son los chistes que nos cuentan, y lo estériles que son los protocolos con los que nos aburren.
Un buen pedo sonoro en medio de la cámara o en plena recepción real, a lo Camilo José Cela (que era monárquico y de derechas), eso es lo que nos hace falta para centrarnos en los problemas reales que muy tímidamente, muy insuficientemente (¿esto es todo?), intenta corregir el presidente «okupa», Pedro Sánchez, que no tiene mi voto, pero sí mi respaldo moral a su legitimidad y al sentido que parece (ya veremos) quiere dar a su política: corrección de graves injusticias sociales y recuperación del estado del bienestar, que está hecho una filfa, tan mordido como ha sido por mordidas sin fin. ¡Cuánto golfo!
Un buen pedo en el palacio real y un pasodoble en el desfile militar (que de hecho lo ha habido sin que se hundan los protocolos, bajo las alegres notas de Paquito el chocolatero), y según las tesis de Sigmund Freud todo iría como la seda.
Hace falta más y mejor humor, que de chistes malos ya andamos sobrados. Dejo ahí mi propuesta para un pacto nacional sobre la risa, inspirado en el psicoanálisis, es decir, en el análisis profundo de nuestras represiones.
Y es que cuando los titulares y dueños inveterados de la corrupción se reclaman –sobreactuando- “legitimistas”, es que hay gato encerrado y neurosis a la vista. Ahí es donde interviene Freud. O usted mismo con el simple acto de abrir los ojos y observar lo que acontece.
Y puestos a profundizar, profundicemos un poco más si cabe en el término de moda: “okupa”, con “k” de kilo o con “k” de Kafka, maestro del absurdo y la contradicción supina.
Veamos. Según todos los historiadores convienen, el señor Francisco Franco, bajito pero con un ego que no le cabía en el fajín, okupó el poder a lo bestia y sin pasar por las urnas (¿para qué, si podía perder las elecciones?), y en este sentido fue un okupa redomado. Y no solo redomado sino peligroso, pues hizo desaparecer en las cunetas de medio país –incluso acabada su guerra incivil- a muchos de los dueños y titulares del predio okupado.
Su señora legal, que en paz descanse, y que tenía por apodo «la collares» porque los cazaba a lazo, era experta en okupar –o eso dicen– las susodichas joyas y cualesquiera otras de alto precio al alcance de su poderosa mano, dejando el hipotético cobro de las facturas al juicio prudente y sin duda temeroso de sus dueños. No debía ser fácil pasarle una factura a ese señor bajito, cruzado de Dios.
Sin duda los antojos del poder, sobre todo si este es absoluto y tiene el vicio de fusilar, no deben ser fáciles de resistir.
Entre ambos -la pareja- puestos a okupar, okuparon hasta un pazo, llamado de Meirás. Y ahora sus descendientes -que algo descienden por vía directa de aquella okupación a mansalva- pretenden okupar con los restos de su insigne antepasado la casa de Dios, toda una catedral, es decir, la casa «común» del pueblo cristiano. Como dando a entender que de «común» nada de nada, y que a partir de ahora la casa del rabino de los pobres, Jesús de Nazaret, será la casa de un dictador fascista: Francisco Franco. Ellos sabrán.
La iglesia, que siempre fue prudente e imprudente a partes iguales, sabrá si conviene meter la cizaña en medio de las espigas. Desde luego la catedral en cuestión no es gran cosa, pero podría desmerecer aún más con tal inquilino. Para mí que no es de recibo desahuciar a Dios para hacerle hueco a este nuevo dueño. Sobre todo si pensamos que este okupa tiene terrenos, bienes muebles e inmuebles, y dinero de sobra.
Si fuera para un pobre sin recursos, todavía.
Lo cierto es que entre la Iglesia y esta familia siempre ha habido diversos eventos de okupación en los que okuparse. Unos reclaman a los otros pilas bautismales, otros reclaman a los mismos estatuas del pórtico de la gloria, estos otros reclaman ahora enterrarse en la catedral de la Almudena, como si fueran dueños del cielo y de la tierra. El circo es así: da muchas vueltas. No obstante, lo que subyace y se destila de todo este círculo vicioso que gira es que las relaciones entre el fascismo y la iglesia católica de este país, siempre han sido excelentes y nunca han decaído. Los favores mutuos han abundado y hasta han sintonizado marcialmente en los gestos, llegando incluso a compartir el mismo saludo fascista, claramente anticristiano. Tan anticristiano por otra parte como la cruz gamada que Unamuno interpretó con tanto acierto.
Y es que las costumbres se pegan, y una de ellas es la okupación de predios ajenos y bienes públicos. Así, nuestro ente eclesiástico se ha demostrado experto también en este tipo de actividad okupacional, según lo informado últimamente sobre su ávida y descontrolada campaña de inmatriculaciones, favorecida claro por cierta legislación de los colegas (o compinches).
Siguiendo el hilo de la tradición, y como la “nueva” derecha está hiperactiva, el señor Casado se ha propuesto denunciar ante Europa la aviesa intención del presidente español, Pedro Sánchez, según la cual el “okupa” pretende acometer, vía presupuestos, una mínima corrección de las graves injusticias y miserias que nos otorgan triste fama en el continente.
Ayer sin ir más lejos, en el noticiario de 24 horas de la TVE, tres corresponsales extranjeros fueron invitados a dar su opinión al respecto dentro de una valoración global de la percepción que se tiene sobre nuestro país en los países de nuestro entorno. El gesto de Casado les pareció feo y poco patriótico.
Los tres coincidieron en el diagnostico: si España quiere tener un estado del bienestar de nivel europeo (que no lo tiene y está muy lejos) tiene que tener unos impuestos de nivel europeo (que tampoco los tiene).
El estado del bienestar tiene un coste, y esto requiere que el Estado español tenga unos ingresos, vía impuestos, de nivel europeo. No los tendrá mientras el absurdo y el privilegio rija su política fiscal y no paguen los que más tienen, y mucho menos si se dedica –y esto ya es de juzgado de guardia- a amnistiar o premiar a los defraudadores fiscales.
Y es que, como decía con gracia uno de esos corresponsales extranjeros, esto no es cuestión de “izquierdas”, es cuestión de matemáticas y mínima sensatez.
Parece que nuestras derechas saben menos matemáticas que las derechas de nuestro entorno. Apañados estamos con las “nuevas” derechas, que tanto se parecen a las de antes.
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