– ¿Conoce usted la Sanabria?
– Sí. He estado allí en muchas ocasiones. Pili y yo tomamos Puebla de Sanabria como base desde la que hacíamos excursiones por los alrededores…
– Entonces conocerá el castillo…
– Sí. Una vez lo visitamos como turistas y nos lo explicaron muy bien. En otra ocasión estuve invitado a una charla que se dio en una sala con motivo del paso de los Amigos del Camino de Santiago, de Zamora.
– ¡Ah! Pero… ¿el Camino pasa por La Puebla?
– ¡Claro! El Camino Mozárabe o Vía de La Plata, al salir de Zamora, tiene tres posibilidades. Puedes ir por el Portugués, que va por Alcañices y Braganza. Otra posibilidad es el Sanabrés, que pasa por Puebla y empalma con el anterior en Verín. Y otra que se une con el Francés en Astorga.
– No sabía esas variaciones… ¿Y usted por cual fue?
– Por el Portugués. Y no me arrepentí. Luego recorrí la parte zamorana del Sanabrés, y fue entonces cuando nos invitaron a aquella charla.
– Y la población… ¿le gustó?
– ¡Mucho! Y de los alrededores… ¡no digamos! No sólo por el conjunto de templos y otros monumentos, que también los tiene, aunque no con la intensidad del Norte Palentino, pero, ¡sí! Merece la pena contemplar las viejas iglesias y construcciones populares de la región. Eso aparte de los paisajes naturales…
– ¡Ya! Supongo que está usted pensando en el Lago…
– No sólo el Lago. Al sur de Puebla está el Rebollar, una comarca boscosa poco conocida, con sendas que merece la pena recorrer. Y luego está la Peña Negra, al norte; recuerde aquello de «El cantar del arriero»
«De Peña Negra vengo / para Sanabria. / Galopan mis caballos /por la Empinada...»
– ¿Y del Lago, que me dice?
– Llevaba allí a mis alumnos todos los años, para ver la morfología glaciar. Desde que lo estudié en el bachillerato era para mí un lugar emblemático. La primera vez que pude verlo fue en una película, en «Maribel y la extraña familia», con Adolfo Marsillach y la guapísima Silvia Pinal, rodándose las tomas finales en el balneario que se construyó en el XIX. Después, a poco de llegar como profesor a Salamanca, tuve ocasión de visitarlo en febrero de 1966.
«Por entonces hacía diez años que había ocurrido aquella gran catástrofe en Ribadelago, cuando las aguas de la presa se llevaron casi todo el pueblo y sus habitantes en una noche de enero. ¡Aquello conmocionó a toda España! Y fue ejemplar la prisa con que se construyó una nueva población en otro sitio, dicen que por orden directa de Franco.
– ¿Y cómo estaba aquello en el 66?
-A mí entonces me impresionó la soledad. Ni en el balneario ni en el antiguo pueblo vi a nadie. El nuevo estaba recién hecho y sí había más vida. Tardé muchos años en volver al lago y lo encontré muy cambiado, con chalets, campings y restaurantes. Se había puesto de moda como zona de recreo…
– ¿Y dice que llevaba allí a sus alumnos…?
– ¡Claro! Es un sitio ideal para que vean las morrenas. Se puede apreciar perfectamente como el antiguo glaciar fue retrocediendo su frente, con pulsaciones que dejaban sucesivas morrenas frontales y laterales. Aunque la lluvia y la vegetación han actuado profusamente, pueden verse muy bien desde cierta distancia… Luego están, en Ribadelago el Viejo, las huellas de arañazos o estrías de abrasión y las diaclasas de arranque que dejó el hielo en el lecho rocoso. Y puede estudiarse la petrología de la zona, con el famoso «ollo de sapo» y rocas plutónicas de diversos tipos…
«Por carretera se puede subir hasta las lagunas formadas en los circos y programar muchas excursiones por la alturas, haciendo prácticas de orientación con brújula. Aunque hoy, con los GPS y los móviles todo eso esté en desuso.
– Y de las leyendas, ¿qué me dice?
– Es natural que un sitio así, con un lago tan espectacular, diese origen a muchas leyendas. Casi todas hacen referencia a una supuesta población –Valverde de Lucerna u otros nombres– que fue anegada por el lago por una maldición, y que en noches fantasmales deja oír el tañido de su campana sumergida. Un mínimo de conocimiento geológico descarta ese supuesto, pero las leyendas son las leyendas. Parece como si hubiesen sido premonitorias de la desgracia de Ribadelago… Pero hoy los tiempos han cambiado y ya no se tiene miedo a sus orillas. ¡Ni a sus fondos, donde hacen prácticas los buceadores!
«Se ha creado un Centro de Interpretación en el antiguo monasterio de San Martín de Castañeda, donde el viajero puede ver toda la información geológica y etnográfica de la zona. Y por supuesto, extasiarse ante la belleza del románico. El lago se ha convertido en un importante punto turístico, donde puede disfrutarse de una buena comida entre parada y parada…
– ¡Como cambian los tiempos, Venancio! ¡Qué te parece!