Opinión

Francisco Umbral once años después de irse (y II)

[dropcap]E[/dropcap]ste artículo es una especie de homenaje a Francisco Umbral, a propósito de la estupenda sesión de trabajo que tuvimos en la UAM el martes 13 en la UAM, con un elenco formidable, que ya cité en la primera entrega de este escrito.

La segunda parte de mi personal homenaje a paco Umbral, Paco le llamábamos todos, es una selección de textos como ahora se dice en los comentarios literarios universiatoris. Dos textos muy significativos, por lo demás, porque el primero es de Ramón Tamames sobre Francisco Umbral, a propósito de uno de los mejores libros de nuestro autor, Los helechos arborescentes. En tanto que, después, viene lo que Umbral escribió sobre Tamames, a propósito de la novela de éste, La segunda vida de Anita Ozores, que se tiene como segunda parte de´La Regenta de Clarín.

He repasado esos escritos, no he tocado ni una coma, sólo he hecho una selección para abreviarlos, y hacer posible una lectura no demasiado larga. De lo que estoy esguro es que los lectores verán que Paco me apreciaba tanto o más de lo que yo le apreciaba a él.

Ramón Tamames sobre Francisco Umbral en Los helechos arborescentes

Los helechos arborescentes es uno de los mejores «umbrales» para entrar en un reino de luces y sombras, asegura el economista y escritor Ramón Tamames en el prólogo del libro. El Premio Cervantes y columnista de El Mundo se interna por la retaguardia de la «España nacional» de la mano de un personaje intemporal, llamado Paquito o Francesillo.

«Inmensos bosques de coníferas y helechos arborescentes cubrían los continentes, purificando la atmósfera de anhídrido carbónico». Con esas paleontobiológicas palabras da comienzo la novela de Umbral del mismo título, que nos conecta al hoy tan traído y llevado Protocolo de Kioto; con el cual pretende preservarse a la sociedad consumista del calentamiento global evitando la acumulación de CO2. El mismo gas que ya absorbían, hace millones de años, aquellas formaciones vegetales, que de ese modo empezaron a crear el aire que respiramos.

Entre los helechos arborescentes de Umbral, todo es un ir y venir de figurantes en viaje a ninguna parte como seguramente habría subtitulado Fernando Fernán-Gómez, en un flujo de recordatorios, residuos oníricos, ensueños del día a día, mezclando lo más intimista con el universo mundo, que cabría decir no sin cierta petulancia. Se produce así una sucesión de trances y conexiones históricas que en su fluir trae a la mente las prosas sugestivas de Camilo José Cela en La Colmena y de Juan Goytisolo en Señas de identidad.

En el pasar de las páginas, desfilan en el libro falangistas valerosos, alemanes de la Legión Cóndor, muchos más moros que Muza, regulares del Rif, señoritas bien y alféreces provisionales; los célebres estampillados, carne de cañón frente a los milicianos, y viceversa, que Rafael Alberti cantara en sus versos al Quinto Regimiento.

Tan amplio y vivaz elenco desfila por el bar Cantábrico de Pucela, donde se habla y se gesticula sin fin, en tertulia inacabable. En la cual echamos de menos en esta ocasión allí estaría en otro libro de Umbral, Leyenda del César visionario a Pedro Laín Entralgo y a Ramón Serrano Súñer.

Puesto a jugar a las audacias y a llevar su novela hasta las últimas consecuencias, en cuanto a resurrección de un texto con nuevas posibilidades, Tamames no duda en poner en pie a Clarín, incorporarlo a su novela, hacerle contertulio de Anita Ozores, de la que quizá, incluso, se enamora

El tono de la novela presenta casi siempre una alta vivacidad, incluso en sus momentos de mayor surrealismo, que nos traen a la memoria la Giulietta de los Espíritus de Fellini. Así sucede, por ejemplo, en el viejo palacio extraurbano antes aludido, por el cual, al convertirse en hospital de guerra, desfilan, en estratos temporales superpuestos, las fantasmagorías de las guerras carlistas, de Cuba, de África, y de la mal llamada ya vimos por qué de liberación; en una mezcolanza de corifeos que pernoctan, fornican y mueren, para configurar así un auténtico retablo ibérico de vastas proporciones. Cuyo sentido genérico nos lo da el propio Francisco Umbral, al enunciar su forma de narrar entre nebulosas de niñez y edad núbil: «…La novela de mi tiempo contada por entregas, lo que iba pasando cada día, la Historia de España, que me llegaba asordada y un poco tardía, porque había despertado yo de pronto a algo así como la conciencia histórica, la noción de presente, lo que estaba pasando, y había hecho ese descubrimiento elemental y esencial de que la Historia está ocurriendo en torno, de que la catedral del tiempo se erige a nuestro alrededor, algo así como la pasión política y la pasión aventurera al mismo tiempo».

A la postre, Los helechos arborescentes son un paginario con mucho de ritornello; o de eterno retorno a lo Nietzsche. Lo que Vds. prefieran. O mejor, lo que Vds. resuelvan después de haber traspasado este volumen, que sin duda es uno de los mejores umbrales para entrar en un reino de luces y sombras.

Umbral sobre Ramón Tamames: La segunda vida de Anita Ozores

Gran lector de la novela universal, Ramón Tamames, novelista él mismo, decidió un día rendir homenaje y sacar provecho a una de las ficciones que más le han fascinado dentro de la literatura española, la de Leopoldo Alas, Clarín, el gran escritor entre dos siglos que se consagra ante todo por su novela La Regenta, crónica de una época, drama de una vida y denuncia absoluta de una sociedad. Por todos estos valores, más los literarios, naturalmente, La Regentaes un clásico del postromanticismo y el tardorrealismo español.

Podríamos preguntarnos, en principio, por qué Tamames ha preferido la novela al ensayo o la investigación, géneros que parecen más acordes con sus actividades. No sabemos por qué, pero a mí me parece que la escritura creativa es quizá el procedimiento más buido para penetrar en otra escritura, con lo que llegaríamos al tema de la intertextualidad. Capricho, inspiración o reflexión, la idea de continuar La Regenta en una segunda parte, no diríamos si paralela o sucesiva, le permite al autor no ´solo esta introspección analítica en el libro sino, insólitamente, el desarrollo de una nueva novela que se nutre en principio de la literatura, con lo que estamos ya en la pura literareidad de nuestro tiempo.

La Anita Ozores de la segunda parte, nace y se alimenta de la anterior, pero Tamames, en un último e inesperado giro de tuerca, salta de la literatura a la vida para darnos, con ambición y bizarría de novelista adolescente, un fresco de la sociedad de la Restauración y aledaños. Así, al primer acierto o audacia de escribir otra Regenta, tan descomedido como escribir otro Quijote, se añade el hallazgo de pasar de la literatura a la vida, y aquí sí que aparece el Tamames sociólogo, historiador, conocedor profundo y apasionado de la vida y la política españolas. Con todos estos elementos ha forjado su libro.

Puesto a jugar a las audacias y a llevar su novela hasta las últimas consecuencias, en cuanto a resurrección de un texto con nuevas posibilidades, Tamames no duda en poner en pie a Clarín, incorporarlo a su novela, hacerle contertulio de Anita Ozores, de la que quizá, incluso, se enamora. Esto del autor enamorado de su heroína en un plano de realidad literaria o de literatura realista es lo que en otro momento hubiéramos llamado vanguardia y, de hecho, sólo a partir de Pirandello se juega de manera tan desenvuelta con la complicidad entre personajes y autor.

En determinado momento Ana emprende la conquista de Madrid, abandona su vetusta Vetusta, como entonces era propio de los últimos románticos españoles, encaminados a la literatura, a la política, al periodismo, el arte. Ana escribe artículos, se relaciona con los intelectuales madrileños, se ilustra de amistades y amores hasta constituir una antología biográfica de la que sólo encontraríamos parecido en la George Sand francesa. Este cosmopolitismo cultural, que previsiblemente llevará a la protagonista a París, entonces capital de la gloria, tiene mucho que ver con la dimensión multinacional de Tamames, al mismo tiempo que, como queda dicho, constituye un arquetipo anticipado de lo que serían las grandes mujeres del siglo XX.

Sobre un mapamundi de novedades, inquietudes y descubrimientos que marcan la época, Tamames cataliza, como gran sociólogo que es, la Europa venidera, la de ahora mismo, pero al hacerlo mediante un personaje inventado o coinventado se opina de novelista y no tenemos sino darle la razón, ya que el juego en que nos mete es muy arriesgado, muy literario, y otros con más profesionalidad y malicia no se han atrevido a intentarlo. Estos son los grandes méritos de La segunda vida de Anita Ozores. En cuanto a los defectos, que los señale un crítico profesional, que para eso cobran.

Final

Podía dejar en el punto final de Umbral la segunda entrega de mi artículo homenaje a quien fue glorioso autor y fino observador de la realidad mundana. Pero once años después, seguimos echando de menos a Paco. Lo dije en la Universidad Autónoma, y lo repito aquí. Y dedico las dos partes de mi artículo, la primera a España, viuda de nuestro gran autor, y la segunda a Bénédicte de Buron-Bru, a quien voy a pedir que un día, terciando en la conversación que hemos tenido aquí Paco y yo, pueda decir algo sobre nuestro gran autor, y también sobre lo que ella piensa de La segunda vida de Anita Ozores.

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