[dropcap]L[/dropcap]a cuestión de suprimir o no en nuestro país los aforamientos (unos poquitos, la mayor parte, todos) es ya una duda hamletiana, cristalizada en pose teatral.
En ese devaneo mareante nuestros políticos inspeccionan con curiosidad anatómica y aprensión metafísica los restos mortales de nuestro régimen. Hasta son capaces de vendernos la moto con algún discurso medio regenerador que alivie el hedor sepulcral.
Tanto hemos tardado en deshojar esa flor que se nos ha tornado calavera incipiente, ante la que nuestra duda apasionada -aunque solo retórica- insiste en preguntar:
¿Ser o no ser (honesto)?… esa es la cuestión. Cuestión peliaguda al parecer.
Y esta duda dubitativa, que aparece y desaparece como el Guadiana, y sobre la que mareamos la perdiz de nuestra democracia supuesta, comienza por otra pregunta primordial, quizás interesadamente entreverada de dilema heroico, por eso de la pose:
El aforamiento ¿Es un privilegio o una carga ascética?
Según sus beneficiarios, malgré lui, el aforamiento es una carga muy pesada de la que les cuesta desprenderse, aunque lo intentan todos los días llevados de un espíritu igualitario y austero. Esa es su versión.
Según los hechos empíricos, parece todo lo contrario: un privilegio del que interesa no desprenderse (de ahí que les cueste), por la cuenta que les tiene.
Y esto lo vemos casi a diario, porque casi a diario salta en nuestra vida política la liebre de un nuevo caso de corrupción tremenda que hace temblar desde el palco hasta el patio de butacas. Nuestra democracia tiene mucho de teatro.
Si comparamos los 250.000 aforados españoles con los ¿cuántos en Alemania?, el argumento de esta farsa se revela nítido y contable. Ya puestos, no se quedaron cortos: 250.000, uno tras otro.
Obviando toda la retahíla anterior de sucedidos y acotándonos solo a los últimos episodios nacionales, lo vemos con claridad en el caso de Casado y su máster especial.
Ahora que está por llegar papá Noel y los Reyes Magos, estamos todavía a tiempo de pedirles -por ser buenos- un máster vip de la Rey Juan Carlos. Comprueben antes sin embargo si están o no aforados, porque este es un punto clave del negocio.
Y lo vimos también con claridad meridiana en el amago de Cospedal de permanecer «aforada» (último refugio) ante las revelaciones de su trato íntimo, en según qué asuntos, con el comisario Villarejo. Viene a ser lo que antes se llamaba “acogerse a sagrado”.
Y ya lo confirmamos a plena luz del día (auténtica epifanía civil) con los wasap senatoriales de Cosidó, en los que se jacta de traer de la mano a los jueces del Supremo y de mangonear a sus anchas la sala que juzga –entre otras cosas- a los aforados. Pieza de gran interés para el PP, que al parecer se cobró sin muchas dificultades en un intercambio de cromos con el PSOE.
¡Cosas del PPSOE! ¡Cosas del régimen de pasteleo que los une por su cordón umbilical!
El roce hace el cariño.
El «relativismo» es una facultad de la percepción que compara las realidades y contrasta las magnitudes, pero que también las distorsiona al escoger con algún que otro sesgo el marco de comparación.
Si comparamos la impunidad del rey de nuestro reino, a la altura del Dios divino, con el aforamiento de algunos de nuestros políticos con problemas, este último privilegio puede parecernos hasta normal, llevadero, profano y civil, frente al privilegio trascendente, sublime y teocrático del rey, que está hecho de sangre azul cielo.
Pero si comparamos dichos privilegios, vergonzosos e inasumibles ambos, con el principio constitucional y laico de «igualdad ante la ley», enseguida confirmaremos la escasa seriedad de nuestro régimen y la profundidad del agujero negro en que hemos caído. ¿Será imposible escapar de él?
Deshojando esa margarita nos darán las uvas pasas.
Cuesta reconocerlo, pero Pedro Sánchez nos va recordando cada vez más a Rajoy, sobre todo cuando más allá de las declaraciones programáticas tan abundantes nos atenemos a los hechos empíricos, tan concretos.
Entre otros detalles, se parecen como dos gotas de agua en la defensa muy suya de los suyos, aunque los suyos hayan sido pillados in fraganti.
Ocurrió con la ministra Dolores Delgado, que sigue sin dimitir, y vuelve a ocurrir con Borrell, al que la CNMV achaca una falta muy grave por el uso de información privilegiada –esas amistades peligrosas que corroen nuestra democracia- y le impone una multa de 30.000 euros.
Algunos considerarán un disparate o una anomalía que tantos ministros dimitan en serie, o sean reprobados en fila india, que casi parece que estamos contando las ovejitas de un sueño eterno. Pero si lo pensamos bien, lo que es un disparate y una vergüenza es que tantos ministros de España tengan motivos suficientes y sólidos para dimitir. ¿Ocurre en algún otro sitio?
Si ocurre aquí y de esta manera, es que algo va muy mal. O más exacto sería decir que algo está mal diseñado y peor rematado, y en tanto en cuanto está mal diseñado no puede ir bien. Por ejemplo los aforamientos.
Más se nos va a parecer Pedro Sánchez a Rajoy, dado que pretende gobernar (malgré lui) con los presupuestos de este, lo cual se nos presenta como otra carga ascética sobrevenida de manera muy semejante a aquella de los aforamientos. El ascetismo y la austeridad, sin embargo, ya saben ustedes quienes los van a padecer. También de manera involuntaria y sin querer.
¿Aprecian ustedes alguna diferencia notable entre los ascetismos, los catecismos, y las austeridades implementadas en sus respectivos gobiernos autónomos, sean regidas estos por el PP o el PSOE?
Pues de eso se trata, de que no noten la diferencia, o incluso de que se crean a pies juntillas que no hay otra alternativa que el austericidio. Como saben ustedes, esto del austericidio es acto que se comete por delegación y subordinación. Desde la barrera se torean mejor los toros.
Es obvio que la tendencia a comportarse como hermanos siameses es connatural en ellos, y PP y PSOE ya la han bordado en el último episodio de mangoneo del Consejo general del poder judicial.
Es la rúbrica a toda una filosofía, o si lo prefieren, a toda una genética.
Coinciden también en la defensa de la monarquía y todo lo que esta conlleva tanto en el plano simbólico (vasallaje y sumisión) como en el plano de los hechos (negocios poco claros). Por eso, ante la reciente foto de nuestro rey emérito, símbolo de España y al que pagamos el tren de vida, saludando afectuosamente al príncipe saudí que ordenó el asesinato infame y atroz del periodista Khashoggi (según la CIA), el silencio del PPSOE ha sido unánime.
Decía un periodista muy conocido en un tweet que esa foto le causaba repugnancia (“asco” literalmente). No es para menos. No menos repugnancia debe causarnos ese silencio fraternal.
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