Opinión

Vertical

[dropcap]E[/dropcap]l nuevo orden es un desorden. Su efecto más notable es la tensión, la disensión permanente, la ruptura como pandemia. Todo se disuelve y se disgrega.

Lo que sorprende del inesperado aunque previsible (he ahí una paradoja) movimiento de los chalecos amarillos, es que esa revuelta amorfa iba sin embargo uniformada (otra paradoja), y precisamente con un chaleco amarillo.

Este tipo de prendas llamativas, estridentes, casi un grito lumínico, suele ser indicativo de alarma, de urgencia, y de advertencia de riesgo. Y parece que todo eso se ha conjurado para dejar descolocados (deslumbrados) a muchos, empezando por el mundo político y sus politólogos anexos, pero sobre todo al mundo cerrado del establishment (el más desconectado de todos), y principalmente al más insigne y pedagogo representante de ese gremio autista: Macron.

Al principio, su silencio pareció indicar firmeza, o en todo caso desinterés, que no le daba importancia al tema, demasiado lejano, demasiado distante, demasiado ajeno, y luego cuando quiso reaccionar era demasiado tarde, ya tenía la tormenta encima. Su silencio solo era síntoma de desconexión, o algo más grave: indiferencia, o algo peor aún: ceguera.

En una primera aproximación, aunque algo esquemática, aumentar el precio del diésel contribuye a frenar el cambio climático (en realidad esta catástrofe en ciernes solo se para frenando el capitalismo descocado que predica el neoliberalismo). Pero esa decisión unívoca, de carácter «vertical», no estimó necesario valorar si ese aumento del precio de un producto, hoy por hoy imprescindible para muchos, inmovilizaba aún mas a una parte importante de la población que no puede asumir ese coste, dejándola atrapada y con la sensación de estar presa en su precariedad y desahuciada.

Es la desconexión del poder la que le impide contemplar la realidad tal como es (pobreza infantil, pobreza energética, precariedad laboral) y valorar otras soluciones y alternativas fiscales. Al contrario, se han acometido con desprecio de esa realidad medidas fiscales que aumentan la desigualdad y favorecen a los que más tienen. De ahí el apodo de «presidente de los ricos». Y su ceguera ante la realidad le ha explotado en la cara.

En esta triste sinfonía, la ausencia y el silencio del presidente francés parecían el contrapunto simétrico del grito y la alarma de los chalecos amarillos. Casi la misma asimetría que existe entre la tecnocracia teórica y la vida real.
Macron en su vertical, ensimismado, los chalecos de la revuelta en su horizontal amorfa, como una mancha de aceite (o de combustible inflamable) que nada detiene, que todo lo infiltra y que de repente explota.
Son ya mundos paralelos, sin conexión, sin comprensión, y sin intermediarios. El paradigma de nuestro tiempo. El mundo global es un mundo vertical lleno de brechas.

Hoy por hoy, la vertical es el espacio autodefensivo y cerrado de la sociedad abierta. Pero esa sociedad abierta solo se abre a una cosa: al imperio del dinero. La vertical es la forma jerárquica en que se expresa la plutocracia. Todo lo demás es levantar muros y alambradas y abrir brechas de disensión y alarma en la sociedad.

La primera y más grande, entre el establishment político (aquí incluyo a muchos sindicatos) y la sociedad.  La desesperación se extiende horizontalmente, en forma de mancha, y lame ya los cimientos de ese edificio vertical y cerrado: una torre de marfil que vive en las nubes.
Solo hay una vía abierta y permanente de comunicación: la del dinero con el poder político, y este último se limita a cumplir sus órdenes. Los partidos políticos que hoy se derrumban y desaparecen en toda Europa, vivieron demasiado tiempo en las nubes.

La desesperación se extiende horizontalmente, en forma de mancha, y lame ya los cimientos de ese edificio vertical y cerrado: una torre de marfil que vive en las nubes.

Parece una metáfora de este mundo global que nos quieren vender, que nos iba a conectar a todos, donde lo que se globaliza y se universaliza es la desconexión y la brecha entre dos mundos paralelos: el real de la calle, y el ficticio del poder.
El pensamiento único y dogmático, es vertical también. Elevado hacia la nube del dogma, pierde el contacto con la tierra. Si la tierra falla, al final la nube también se precipita.
De todo esto no fueron pocos los que advirtieron. Entre ellos se encuentran algunos premios Nobel de economía.

Por no haber intermediarios ya no hay ni los que en otro tiempo fueron útiles: esos sindicatos que hicieron progresar a la sociedad, y que hoy aparecen en todo caso apoltronados, adjuntos al poder y formando parte de esa burbuja cerrada. Verticales en su vertical.

Los chalecos amarillos, sin orden preconcebido, sin jerarquía definida, impulsados por una desesperación real, han conseguido en pocos días lo que los sindicatos no habían logrado en muchos años como meros contempladores (o colaboradores) de los continuos retrocesos laborales. Ya saben que en el doble lenguaje del poder, los recortes laborales se llaman «reformas» laborales.

El desamparo de los explotados, de los estafados (en el origen de todo esto hay una gran estafa inaugural), es unánime. Y son tantos que los movimientos espontáneos, las plataformas de damnificados que no encuentran vías adecuadas para la denuncia y para su defensa, se multiplican como hongos.

Un ejemplo claro es lo ocurrido con los interinos de los servicios públicos españoles, estafados por un fraude de Ley durante décadas (Europa dixit), y traicionados por los sindicatos que firmaron un “acuerdazo” con Rajoy para echar tierra sobre este fraude.
Si hablamos de trabajadores de la Administración pública ¿Que tipo de sindicatos son los que son financiados por el patrón: la Administración pública del Estado? ¿Verticales?
¿A quien defenderán en sus conflictos si el dinero que los sustentan lo reciben del patrón?

Se necesita que los sindicatos se desprendan de ese abrazo del oso, cierren esa brecha, y recuperen su lugar y su utilidad. Hoy más que nunca. Como agua de mayo.

Recientemente se ha celebrado el Foro Internacional de Imperial Springs, en China, inaugurado por el Vicepresidente chino, con enorme concurrencia de personajes poderosos e influyentes: expresidentes, ex primeros ministros, expertos tecnócratas: todo ha sido un canto de alabanzas a la «apertura» (de los negocios), a la globalización del catecismo neoliberal, al multilateralismo de parte.
¿Cuántas veces creen que se habrá pronunciado en ese foro ilustre y vertical la palabra «democracia»?
Yo lo desconozco, pero me temo lo peor.

Ese es nuestro mundo. Distópico. No debe extrañarnos que salten las alarmas.

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