[dropcap]E[/dropcap]n repetidas ocasiones he dicho que las más antiguas menciones de vertebrados fósiles del Terciario Inferior de España corresponden a las localidades de Sanzoles (Zamora) en 1873, por Juan Vilanova y Piera, y San Morales (Salamanca) en 1906, por Manuel Miquel.
Sin embargo, esto, que es recogido por todos los geólogos y paleontólogos desde que fue escrito así por Eduardo Hernández Pacheco en 1914, no es completamente exacto.
No. Porque hay una cita anterior, de 1859. En esta fecha se produce la publicación de la segunda edición, muy mejorada, de la «Zoologie et Paléontologie françaises«, de Paul Gervais. En su lámina XVIII, figura 4, se expone en un magnifico grabado un molar de Lophiodon isselense, que le fue entregado «procedente de España». Sin concretar más sobre el lugar de procedencia.
Los maravillosos grabados de esta gigantesca obra complementan las magistrales de Georges Cuvier y Henry Marie Ducrotay de Blainville. Con todas ellas funcionó la paleontología de vertebrados europea durante el siglo XIX y buena parte del XX.
Pero nuestra España en aquellos tiempos estaba sumergida casi continuamente en conflictos bélicos internos y pocos hallazgos paleontológicos pudieron llamar la atención de los escasos pero eminentísimos científicos que se dedicaron a ello. Uno de ellos fue Juan Vilanova y Piera, primer catedrático de Paleontología, famoso por su defensa en Francia de la autenticidad de las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira. El tiempo les dio la razón a él y a su descubridor, Marcelino Sanz de Sautuola.
Sin duda Vilanova determinó en 1873 los fósiles de Sanzoles (placas y dientes del cocodrilo Pristichampsus rollinati) por comparación con las láminas de Gervais. Hoy, siglo y medio después, admiramos la obra de aquel insigne profesor valenciano, que determinó los fósiles que le entregaron con el máximo conocimiento de la época, pero se ha avanzado mucho en este tiempo, y podemos decir que en el Eoceno medio de Zamora había, al menos, 4 cocodrilos, Diplocynodon, Asiatosuchus, Iberosuchus y Duerosuchus. ¿A cuál de estos cuatro correspondería el antiguo hallazgo, si se pudiese revisar? ¡Pero no se sabe donde puede estar!
Y llegamos a 1902. También en una sesión de la Real Sociedad Española de Historia Natural, Salvador Calderón da una noticia enviada por el Sr. Fernández Gatta, de Salamanca, informando que en un número de la revista El Lábaro figura el descubrimiento de «huesos fósiles incrustados en caliza terciaria en el pueblo de Villamayor. Consisten en un fémur de paquidermo y un incisivo y un molar pequeños, al parecer de insectívoro» (cita textual).
No dice más. Y hoy nos asalta la duda sobre esa determinación, habida cuenta los descubrimientos de los últimos 50 años en dicha población salmantina. Pero… ¿dónde están aquellos huesos? ¿Y dónde los que citó Vilanova en 1873? ¿Y qué hay que decir de su datación, de la que Calderón no afirma nada? ¿Eocena o Miocena?
Nada tiene de particular que esta mención no haya sido nunca tenida en cuenta, salvo por lo anecdótico.
De los hallazgos de 1906 en San Morales (Salamanca), que menciona Manuel Miquel (Paloplotherium minor y Xiphodon gracile) y que fueron vistos también por Jean Albert Gaudry (no por Charles Depéret, como dije no hace mucho. ¡La memoria me falló en esa ocasión!), tampoco se sabe dónde están. Además de los mamíferos, había gran cantidad de placas de tortugas irreconocibles y Miquel describe unos dientes determinándolos como de cocodrilos diferentes del Pristichampsus. Puede que, en ambos casos, se trate de las primeras menciones de Iberosuchus, el cocodrilo corredor, género descrito mucho después por Miguel Telles Antunes, en 1975. José Royo Gómez indagó sobre el paradero de estos y de otros ejemplares de esta población, en Sevilla y en el monasterio de Oña (Burgos), con resultados negativos. ¡También se perdieron para siempre!
Pero, vuelvo a repetirlo, a partir de 1969 el yacimiento de la Aceña de la Fuente renació ¡por fin! con nuevos y magníficos ejemplares, que lo datan en la parte alta del Eoceno medio.
Algo muy diferente es lo ocurrido con los fósiles que le entregaron a Eduardo Hernández Pacheco, en 1914, en Zamora. Procedían de Corrales y fueron depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Ello permitió su estudio detallado en 1923 por Fredéric Roman y en 1991 por Miguel Ángel Cuesta.
Quiero, desde estas líneas, insistir en lo que siempre he proclamado. Nada se consigue coleccionando estos tesoros paleontológicos, que hacen avanzar la Ciencia. Deben estar perfectamente localizables en las vitrinas o en los almacenes de los museos, para que puedan ser estudiados en el futuro. Y estos museos deben tener la gran responsabilidad de su conservación. Hacerlo de otra manera lleva al caos. Sería como cuando un jardinero no riega sus plantas. ¡Se mueren!