¡Que sorprendente es el cerebro! Cree uno que ya no sirve para nada, casi, cuando de pronto, ¡¡ZAS!!, te viene un recuerdo que creías borrado.
Estaba yo viendo como un papá de hoy estaba tratando de entretener a su niño, de unos siete añitos, al que se le había estropeado o roto su tablet, ¡y no había forma!
Y pensé que eso ocurría por el influjo del gran Moloch de la época actual, que se traga a niños y grandes con su enorme boca informática. A mí me entretenían –lo recuerdo muy bien– con tebeos, en los que aprendí a leer con ayuda de mis hermanos, claro. Y yo distraía a mis hijos con cuentos y canciones, sobre todo cuando viajábamos en el coche.
En aquel momento del tablet ajeno estropeado una chispa se encendió dentro de mí y surgió una lejana canción: «Era Panchito López…«. Se la cantaba a mis hijos. Pero… ¿cómo la aprendí?
Pues veréis. Era el año 1952. Yo estudiaba en aquel querido y añorado colegio de la calle Belén esquina a Fernando VI, de Madrid, donde íbamos los niños de la Escolanía de San José. Aquel verano nos llevaron a un campamento cerca de Navacerrada, en un paraje que se llamaba Rascafría. Nunca mejor puesto el nombre. Había unas tiendas de campaña muy sencillas, sin suelo. Teníamos que hacer un surco, todo alrededor de la tienda, para que cuando lloviese drenase el agua hacía un canalillo que pasaba cerca.
Como éramos muy inexpertos no los hacíamos lo suficientemente profundos y la tienda se nos inundaba cuando llovía. Otra cosa que recuerdo es que por las noches había una vacas muy cerca y a algunos de mis compis les daba miedo salir y hacían pis dentro, con los consiguientes malos olores. A la tienda donde ocurría aquello la llamábamos «Almacenes Simeón».
Había por allí muchos lagartos, que cazábamos y teníamos como mascotas; atábamos su cintura con un cordel, que por la noche sujetábamos al mástil central de la tienda. Pero eran muy listos y se solían escapar, con nuestra consiguiente desilusión. También había unas arañas grandes, negras, que parecían tarántulas, a las que hacíamos perrerías. Y tijeretas. Muchas tijeretas, que llamábamos «cortapi….»; nos hacían compañía noche tras noche. Al principio las temíamos, hasta que nos convencimos de que eran inofensivas. Algunos atardeceres organizábamos Fuego de Campamento después de cenar, pero yo recuerdo que hacía tanto frío que todos deseabamos irnos a nuestra colchoneta, que era un saco de arpillera con helechos dentro. Nos abrigábamos con mantas. ¡Qué calentitos estábamos!
Pues bien, en aquel campamento aprendí esa canción que ahora me vino a la cabeza: «Era Panchito López… un valiente toreador…, que cuando salía a la plaza… a las mocitas robaba el corazón«. Pero lo mejor que puedo hacer para contároslo es cantárosla, y así la podéis oír pinchando aquí.
Y me enseñaron algunas más: «Tengo un grillo que es un grillo, sabio...», o aquella otra de Panchito López: «Chiquito pero matón«.
Años después fui a otro campamento, organizado por el Frente de Juventudes. Las canciones que allí se cantaban eran de otro tipo, patrióticas: «Montañas nevadas«, «Yo tenía un camarada«, «Gibraltar«, «Isabel y Fernando, el espíritu impera«, «Viste tu pecho de azul, español«… Las recuerdo bien, pero no que se cantasen u oyesen fuera de aquel campamento. Salvo algunas veces, por la radio.
Creo que en mi vida ha habido una sucesión de etapas –como supongo que nos pasa a todos– y que cada una de ellas puede quedar marcada por las canciones…
¿Recordáis las de autobús? ¿Noo? Pues… Pero de esas os hablaré otro día…