«La palabra ‘libertad’ resuena tan ampliamente dentro del sentido común de los estadounidenses que se convierte en un ‘botón que las élites pueden pulsar para acceder a las masas’ con el fin de justificar prácticamente todo».
Breve historia del neoliberalismo / David Harvey
[dropcap]E[/dropcap]s tan inexplicable el afán de nuestro tiempo por cabalgar hacia atrás, a la des-conquista de libertades civiles y derechos laborales, es decir, en persecución entusiasta del pasado caduco, que el lenguaje se ve sorprendido y afectado.
Como aquello a lo que aspiramos no mejora lo que dejamos atrás, sino que por principio lo deteriora o lo suprime, intuimos que ese futuro (que no es futuro ni nuevo) no merece un nombre distinto y concreto, sino un término ambiguo y poco elaborado que indique la degeneración, decadencia, o pérdida de lo que le precede.
Hablamos así de postmodernidad, de postverdad, de postilustración, y de postdemocracia, dando a entender que nada sólido o valioso conseguimos con esa involución disfrazada de revolución. Es decir, somos conscientes de que no construimos, sino que destruirnos, no avanzamos en la civilización, sino que descivilizamos.
Quizás no deba sorprendernos que el mundo de la postmodernidad haya acabado degenerando en el mundo de la postdemocracia. Se veía venir.
Aquella renuncia flácida y líquida a lo conquistado con duro esfuerzo por los que nos precedieron, y que nos venden hoy como un logro de la «libertad», es al fin y al cabo un retorno al camino de la servidumbre.
Quedaba sin duda más presentable y vendible (ya que de vender se trataba) llamarlo postmodernidad, que no involución o retroceso, expresión demasiado directa, demasiado sincera. Aunque ya desde el principio hubo quien, inmune a la farsa, llamó a las cosas por su nombre.
Que hubiera un Papa retrógrado (protector por ejemplo de Marcial Maciel, reconocido pederasta, estafador y delincuente) y no pocos neoconservadores extremistas (algunos de ellos admiradores de Pinochet y su golpe de Estado, y por tanto defensores del fascismo) en el cogollo de esta revolución reaccionaria, quizás explique el cariz del cambio, y que un dogmatismo (en el Este) fuera sustituido por otro (en el Oeste), igual de dogmático y antiliberal, en una estrategia guiada no por la esperanza en el futuro sino por la nostalgia de los «buenos tiempos».
Y ocurre que aquellos «buenos tiempos» no eran tiempos democráticos, sino tiempos de servidumbre y opresión.
Las razones y la lógica que subyacen a esta deriva son fáciles de comprender y detectar, pero muy difíciles de justificar. Había (y hay) en todo ese movimiento planificado un odio subyacente contra los derechos conquistados, un deseo de revancha y el objetivo de «restaurar» un esquema previo que remarque la desigualdad entre clases, y refuerce las relaciones de jerarquía y de poder.
Contratos laborales «atípicos e inestables» (contratos basura) definen un «contrato social» atípico y desequilibrado, y por tanto una democracia de la misma índole: una democracia basura.
Una democracia temporal y a tiempo parcial con tendencia a encadenar vacíos cada vez mayores, hasta su supresión definitiva, en aras del «libre» mercado.
Lo cual ya fue intuido y denunciado por Karl Polanyi («La gran transformación» / 1944): la idea de libertad «degenera, pues, en una mera defensa de la libertad de empresa».
A su vez, la jerarquía del poder del dinero y la desigualdad social se promocionan y se imponen. Véanse los últimos informes de Oxfam Intermón al respecto.
En esta nostalgia por el pasado casposo se incluye también una nueva guerra fría, en este caso de unos neoliberales contra otros: los neoliberales del Este contra los neoliberales del Oeste (y viceversa), en dura competencia a ver quien es más bruto, fieles ambos a un mismo radicalismo disolvente, y desvariando en base a una misma ideología antisocial. Lo que no cambia son los misiles atómicos, que siguen siendo igual de letales y peligrosos. Sobre todo en manos (y mentes) tan “desreguladas”.
Y en esta línea “desacomplejada” está también el frente Frankenstein, neoliberal-reaccionario-populista, que representan en nuestro país Rivera, Casado, y Abascal.
El neoliberalismo siempre fue iliberal, desde su origen y a lo largo de todo su desarrollo histórico, una amenaza a la democracia y a la libertad, y por tanto un retroceso en el curso de la civilización.
Hoy los totalitarismos se imponen en nombre de la libertad de mercado:
«El autoritarismo en la imposición del mercado, a duras penas encaja con el ideario de las libertades individuales. Cuánto más vira el neoliberalismo hacia lo primero, más difícil se vuelve mantener su legitimidad respecto a lo segundo, y más tiene que revelar sus colores antidemocráticos». (David Harvey / Breve historia del neoliberalismo).
«Un proyecto manifiesto sobre la restauración del poder económico en beneficio de una pequeña élite, probablemente no cosecharía un gran apoyo popular. Pero una tentativa programática para hacer avanzar la causa de las libertades individuales, podría atraer a una base muy amplia de la población, y de este modo encubrir la ofensiva encaminada a restaurar el poder de clase».
(David Harvey / Breve historia del neoliberalismo).
Dado que el dinero, que hoy es dueño del mundo (y este es el primer síntoma de una globalización perversa), no hace ascos a la ausencia de democracia, no debe extrañarnos que exista un «Davos del desierto», por ejemplo, foro económico patrocinado por la tiranía saudí, en el que los gerifaltes del “liberalismo” (¿?) occidental van a rendir pleitesía a esa teocracia medieval, la misma que asesina periodistas después de torturarlos, dentro de una panoplia de violación sistemática de los derechos humanos.
«Lo que queda de la democracia representativa se encuentra si no totalmente asfixiado, si al menos legalmente corrompido por el poder del dinero». (David Harvey/ Breve historia del neoliberalismo)
La alianza del dinero con la tiranía, la teocracia, y la dictadura, fue una constante histórica en el pasado, y parece que va a serlo con mayor probabilidad e intensidad en el futuro, pero ahora de forma global. De hecho es el modelo sátrapa oriental frente al modelo griego y occidental de Pericles el que se nos está colando por la puerta de atrás, vía neoliberalismo.
«Los teóricos del neoliberalismo albergan, sin embargo, profundas sospechas hacia la democracia…. Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por élites y por expertos. Existe una fuerte preferencia por el ejercicio del gobierno mediante decretos dictados por el poder ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de mediante la toma de decisiones de manera democrática y en sede parlamentaria». (David Harvey / Breve historia del neoliberalismo).
Para muchos estuvo claro desde el principio: lo que se pretende exportar y globalizar no es la democracia sino la explotación económica, la desigualdad social, y el expolio de la Naturaleza, sin que importe violar los derechos humanos y las libertades civiles, o arruinar el equilibrio ecológico del planeta.
«El sistema del bienestar corporativo sustituyó al sistema del bienestar para la población». (David Harvey / Breve historia del neoliberalismo).
Aquí nos encontramos con paradojas sorprendentes y con hipocresías infumables, que claman al cielo, porque casi al mismo tiempo que se descubre el asesinato y descuartizamiento de un periodista en el consulado saudí en Turquía, a quien llamó Borrell al orden y a dar explicaciones es al embajador de Flandes (¿?), por ciertas malas opiniones vertidas en su país sobre nuestra democracia.
Por contra, sobre este nuevo crimen de la tiranía saudí, ningún reproche, ninguna llamada al embajador, mutismo total. Servilismo puro a la tiranía del dinero, a la teocracia del dólar.
La decadencia ética y la decadencia política, van siempre de la mano.
Algunos aún comprenden (no llega a tanto la sedación) que a la hora de valorar unas acciones que merezcan reconvención, hay gran diferencia entre expresar una opinión y asesinar a un periodista. Borrell y el gobierno al que pertenece, por lo que parece, ven más grave lo primero.
Si así está nuestra socialdemocracia «oficial» (puro teatro), cómo estará nuestro liberalismo “Davosiano”, que a fin de cuentas no deja de ser un liberalismo precámbrico con voluntad de retroceso a escenarios de servidumbre voluntaria o impuesta.
No solo eso, sino que «colaboramos», como es sabido, a este estado de cosas, vendiendo armas a esa tiranía criminal que asesina impunemente a periodistas. El negocio es el negocio, y después de todo la democracia no es imprescindible para que el mundo progrese y los beneficios de unos pocos (los de siempre) engorden.
Ante este estado de cosas, siempre es conveniente acallar las protestas y a los disidentes, bien asesinando periodistas, bien intoxicando a la opinión pública.
El mundo del dinero y el mundo de la democracia son mundos paralelos, que si acaso se tocan, es de perfil. Conviene estar vigilantes ante los nuevos reduccionismos que favorecen la divergencia, cuando no la sustitución de un mundo (el de la democracia) por el otro (el de las finanzas).
Es sabido que a estos nuevos (y ya tan viejos) «liberales» les sobra el Estado, instrumento del pacto social. Pero no les sobra el Estado para el rescate oportuno (y «entre todos») de sus fracasos económicos, trampas, y fraudes, que por otra parte son bastante repetitivos, fruto de su torpeza, falta de imaginación, y codicia.
Del Estado, reconvertido así en mero colchón de sus delitos y negligencias, quieren que se conserve la fuerza represiva que proteja sus intereses y blinde su dogma neoliberal. De lo que no quieren saber nada es del pacto social, o del Estado como instrumento para el bien común, la solidaridad, y la cooperación. El bien público es un concepto que ni entienden ni entra en sus planes.
El arrepentimiento que expresaron los «Davosianos» en su último contubernio plutócrata, y también el de los socialdemócratas carabina que les han hecho la ola todos estos años (en Europa se están hundiendo electoralmente), no se ha traducido en hechos, y parecen fruto de una estrategia electoral. Mera cosmética.
Esa duda crítica sobre la supuesta bondad e infalibilidad del “sistema” neoliberal, solo ha sido posible gracias a movimientos contestatarios como el 15M y a políticos incómodos que no dicen amén.
Eso y el empirismo aplastante de los hechos, que arruina hasta los dogmas mejor financiados y mejor maquillados.
Es en esa izquierda demonizada y supuestamente «radical» (y lo es en la defensa de la democracia mínima que aún queda) dónde se han refugiado los restos de una socialdemocracia traicionada y vendida al mercado.
El libro de David Harvey (Breve Historia del neoliberalismo) es de lectura imprescindible para conocer y comprender las claves de ese ataque frontal a la democracia. Quizás en este contexto involutivo comprendamos mejor las sorprendentes palabras de Alfonso Guerra a favor de los dictadores que son económicamente eficaces. Ya sabemos para quiénes son, los dictadores, generalmente eficaces.
Las claves de esos aspavientos protofascistas, se encuentran en este libro de D. Harvey.
La contradicción en la que hoy caen muchos de nuestros políticos, y que solo pueden resolverla como actores de un pésimo teatro, contando eso si con un público entregado, es por una parte afirmar que defienden el Estado del bienestar, para conservar o ganar votos cuando tocan elecciones, y por otra aplicarse con diligencia en destruirlo, cuando toca ejecutar las órdenes de los dueños del dinero. Estén o no estén de acuerdo los ciudadanos, que eso no importa.
Esto, que es el hecho clave que hoy se dirime en Occidente y por tanto en Europa (nos jugamos la democracia), en nuestro país resulta oscurecido y silenciado por el problema catalán, tan oportuno. En vez de pancartas hay banderas. Ya hemos olvidado el origen de este último capítulo del “problema catalán”, que se reactiva por la corrupción política y económica institucionalizada. Y olvidamos también que esa «normalidad institucional» la trajo el neoliberalismo rampante, fiel a su espíritu disolvente y antisocial.
Estamos pues ante la pescadilla que se muerde la cola, porque si no extirpamos de raíz esa corrupción política y económica en nuestro país, no resolveremos la cuestión catalana y seguirán avanzando las tendencias disolventes, contrarias a cualquier tipo de “unidad” o cooperación. Y no parece que estemos en el camino de tomarnos esa corrupción en serio, como fuente y origen de tantos males. La corrupción en nuestro país no pasa factura a sus responsables.
Tristemente el PSOE pertenece desde hace tiempo a ese redil neoliberal, y abandonó ya entonces las políticas socialdemócratas o de izquierdas presentes en sus orígenes.
Por eso Alfonso Guerra puede manifestarse hoy a favor de las dictaduras eficaces, y Felipe González se declaró hace ya mucho tiempo, discípulo fiel y aplicado de Margaret Thatcher.
La subordinación de lo social a lo económico se traduce en la subordinación de la democracia al dinero (plutocracia). Este es hoy nuestro catecismo «normalizado».
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