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Opinión

Maquetas

Después de la faena (por José-Santos Jiménez).

 

[dropcap]M[/dropcap]uchas personas disfrutan resolviendo problemas. Yo diría que la mayoría. Pero… ¿a qué tipo de problemas me refiero?

Por supuesto, no quiero decir los problemas graves que nos trae la vida. Disfrutar de ellos sería puro masoquismo.

No. Hablo de aquellos que se encuadran como pasatiempos, como los crucigramas o los sudokus, tan extendidos hoy por todo el mundo, en todas sus variedades.

También incluyo en este apartado la papiroflexia (que Unamuno llamó cocotología), la maquetería o miniaturismo y muchas más. De ésta voy a hablar hoy, no como un gran experto, sino como un simple aficionado que quisiera tener más tiempo para dedicarlo a tan apreciada distracción.

El HMS Victory (por Pedro Jiménez).

No me siento capaz de contar su historia, pues su conocimiento se debe basar en documentos estudiados y yo no he indagado sobre ello. Pero sí recuerdo haber visto en revistas y museos restos arqueológicos que nos dicen que el gusto por el miniaturismo puede ser tan antiguo como el Hombre. En muchos casos con carácter religioso. Recordemos, por ejemplo, su presencia en los ajuares funerarios egipcios o neolíticos. Es posible que esta afición sea una característica más de nuestra especie.

El gusto por las maquetas de barcos estuvo muy arraigado entre los marinos, que hacían verdaderos primores en sus ratos libres. Incluso las construían en el interior de botellas. Y ante la belleza de sus labores, ¿cómo no pensar en guardarlos y protegerlos para que no se deterioren con el tiempo? Surgen así los museos, entre los que podemos presumir de tener uno de los mejores: el Naval de Madrid.

El «general invierno» (por José-Santos Jiménez).

¿Qué niño no ha jugado con cochecitos, o trenes en miniatura? ¿O con casitas de muñecas? Si entonces no los teníamos, los inventábamos con cajas vacías o con lo que fuese. Es muy lamentable pensar que podemos ser la última generación que disfrutó de esa manera, ante la invasión cibernética que se padece hoy, atrofiando la imaginación infantil.

Cuando yo era chiquitín veía como mis hermanos hacían construcciones de papel, algunas de ellas muy difíciles, como la del Alcázar de Segovia. Nació en mí esa afición imborrable, que nunca perdí. Y al ver la dificultad en construirlas sentí la admiración por quien las diseñaba. Y llegué a preguntarme si era yo capaz de inventar objetos tridimensionales de papel. Lo hice y me sirvió de mucho en mi docencia. Y lo mismo sentí con los problemas de ajedrez, no parando hasta que creé algunos.

Alguien me regaló, en el 66, una maqueta comercial de una superfortaleza volante norteamericana. La construí muy groseramente, sin pintarla. Fue el inicio de una afición que continuó activa durante muchos años: aviones, barcos, tanques… ¿Qué fue de aquellas maquetas? Resulta muy difícil su conservación teniendo niños en casa… O personas que no dan el mismo valor a «nuestras joyas» y las limpian el polvo sin ningún cuidado… Pero para eso están las vitrinas. De aquellos tiempos sólo se me conservan dos barcos, muy deteriorados.

Pero, mira por donde, mis hijos han heredado esa afición, llegando a una perfección que yo nunca soñé con alcanzar. Incluso participan en concursos.

Una de sus maquetas, la del famoso barco de Nelson, es rigurosa hasta en los últimos detalles. Se tardó más de un año en terminar.

Coche de bomberos, hacia 1950 (por José-Santos Jiménez).

Pero a este barco en miniatura le falta vida. ¿Habrá pensado alguien en realizar esta maqueta tal y como quedó inmediatamente después de Trafalgar? Ya supongo que es muy difícil conseguir el realismo de una escena de guerra naval, con su caos en la cubierta destrozada, pero hay queda ese reto para quien lo quiera recoger…

Para los aficionados a esta maquetería realista no les es suficiente pintar sus obras como recién salidas de la fábrica. Los tanques y tractores deben estar manchados de barro, humo y con abolladuras. Los barcos llenos de herrumbre, sucios… Los cañones, medio reventados. Los soldados, con las ropas hechas jirones…

Los artistas, -¡que lo son!- quieren que los demás admiremos su esfuerzo y cómo han solucionado sus problemas. En varios pueblos de España han habilitado algún espacio, municipal o no, para que les sirva como exposición permanente. Pero en las grandes ciudades es muy difícil conseguir esa ayuda.

Sirvan estas líneas para animar a estos artistas de la miniatura y que no decaiga su ánimo. ¡Siempre adelante, maquetistas!

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