Opinión

Normalidad posverdadera

Pedro Sánchez y Macron.

[dropcap]S[/dropcap]in duda el mejor cabeza de cartel para nuestra normalidad posverdadera es un rey campechano y cazador (hoy emérito) al que no se puede investigar por si las moscas. Esto – y no voy a explicarlo- es una anomalía que deja en muy mal lugar a nuestra democracia.

¡Pero hombres de Dios! ¡Si incluso a Nixon, jefe del imperio, se le pudo investigar! ¿No se dan cuenta que mientras esta impunidad no se corrija, seguiremos siendo una democracia infantil, tutelada, de pandereta?

Un rey “campechano”.

Esa síntesis siempre epatante entre lo popular y lo aristocrático por derecho divino, ha causado siempre un gran impacto entre nosotros, al menos entre los más predispuestos.
El aspecto folclórico de nuestro despotismo histórico, que tomó su carácter populista de aquel «viva las caenas«, ha alimentado de manera constante y eficaz el infantilismo de nuestras relaciones institucionales.

Por eso tenemos “Padres de la Constitución”, y por eso cuando los banqueros alemanes decidieron cambiar nuestra Constitución (teóricamente soberana e intocable), no tuvieron a bien consultarnos, fue dicho y hecho.

Los banqueros también son nuestros “Padres constitucionales”, al parecer. Y Merkel no digamos: una madraza. Adicta, eso si, al austericidio de los demás.

Dimos por supuesto que aquella orden financiera que nos aconsejaba suicidarnos (austerosuicidarnos para ser más exactos) venía del cielo. Un cielo campechano que mira desde su altura inefable por nuestro bien.
Y con las consecuencias de ese regalo envenenado seguimos.

Asumimos sin protestar que debíamos rescatar a aquellos que nos habían estafado. Y en ello siguen. Ellos, los estafadores, incrementando sus beneficios tras la «crisis». Nosotros, los estafados, soportando los recortes y el pago de su “estafa”. La desigualdad por tanto crece.

Por cierto, no hay nada más repulsivo y fuera de lugar que un besamanos en una democracia del siglo XXI, o el que una potencia extranjera dicte como y cuando un pueblo soberano tiene que cambiar su Constitución.

A lo que íbamos: ya saben ustedes que la «normalidad institucional» que nos ha hundido en la corrupción y la quiebra por medio de aquella estafa germinal, tiene un protocolo de lenguaje apologético a la par que combativo, con dos términos de uso preferente: populismo y posverdad.

Son tan normales ellos que ven un radical en todo el que no comulga con sus ruedas de molino, y tan sobrios y discretos que ven populistas hasta debajo de la cama. Reparten carnets de «antisistema» y de “pureza constitucional” con una facilidad que asombra, sobre todo si tenemos en cuenta que el «sistema» se lo han cargado ellos (parece que de forma irreversible). Pero lo más cómico es cuando reparten carnets de “españolismo” y “antiespañolismo” los mismos que defraudan al fisco español o se sacan de la manga una amnistía fiscal.

De manera que cualquiera que no les baile el agua del austericidio por delegación, o es agente de Putin, o es  imitador de Trump, maestro y apóstol de la posverdad.
Ambos, Putin y Trump, por cierto, frutos de su misma raíz, es decir, estafadores natos que comparten genealogía con los estafadores nuestros de aquí. Y eso sí, todos muy «liberales». Hasta Bolsonaro.

De esa raíz común brotan fácilmente otras paradojas: por ejemplo resulta paradójico y un poco forzado que Albert Rivera, aliado de VOX, diga que su feminismo es de tipo “liberal”. Algo no cuadra en esa síntesis. ¿Será también feminismo “liberal” el de VOX y Bolsonaro?

Claro que tampoco nos extraña, porque al líder de CIUDADANOS le hemos visto transitar por todas las franjas del oportunismo, es decir de la apariencia. El caso es aparecer, o mejor dicho, aparentar.

Habiéndose proclamado CIUDADANOS partido anticorrupción, apoyó al partido más corrupto de Europa, el PP, hasta su misma caída. Y siendo el PSOE el partido de la corrupción enquistada en Andalucía, pudo contar también con el apoyo de CIUDADANOS, ese fiel cancerbero de los partidos corruptos.

Lo de Albert Rivera, el evanescente, se parece mucho al juego del trile. ¿Dónde está la bolita?
El caso es (y volvemos a lo del “populismo”) que a nuestro rey emérito no se le puede investigar aunque haya sólidas sospechas de corrupción.

Es que es muy campechano y popular, se dice como excusa, y además de sangre azul por derecho divino. Y con esto y una nana ya nos vamos más contentos a la cama.

Pero descuiden, esto no es “populismo”. Es solo un cuento para dormir a los niños.

¿O no es populista hacer de la caza y los toros el eje principal de las aspiraciones colectivas y el símbolo supremo del espíritu nacional?
Y amanece que no es poco, porque al menos los autos de fe han caído en desuso (quizás por el efecto invernadero), que si no tendríamos todavía fritanga de herejes entre derbi y derbi futbolero.

Pan y circo, aunque el pan escaso y el circo abundante.

Y en cuanto a la verdad ¿Hay algo más posverdadero que nuestra autonombrada  «normalidad institucional»?
Pero si miente más que habla. Lo suyo es un ejercicio voluntarioso de la posverdad.

Recientemente hemos tenido un ejemplo palmario de su fabricación. Leyendo el artículo “Los letrados del Congreso piden que se cambie el informe de la crisis porque incluye graves acusaciones”, no podemos dejar de asombrarnos de hasta que grado llega la manipulación de la verdad.
Ese tira y afloja en la redacción del informe para que mediante la alquimia de las palabras y el cambiazo oportuno de algunas de ellas, la verdad quede tapada por la posverdad, de manera que la responsabilidad sobre los delitos cometidos desaparezca por arte de magia, es una proeza más de nuestra «normalidad posverdadera».

Otro ejemplo de posverdad:

Los mismos que han fracturado la sociedad llevando la desigualdad a cotas peligrosas mediante su política neoliberal y mediante una amplia tolerancia de la corrupción política y económica durante décadas, se quejan de la polarización de la sociedad. ¡Pero hombres de Dios! ¿Quién ha roto los lazos que unen a una sociedad?

Y es que lo nuestro es para asombrarse, o por lo menos para pensar en ello. Que el partido (PPSOE) que nos ha traído hasta aquí, tras décadas de saqueo y corrupción, privatizando para los amigos y las puerta giratorias, aún tenga posibilidades electorales en este país, resulta asombroso.

La corrupción no pasa factura en nuestro país, y eso permite vislumbrar nuestro futuro: no habrá sanidad pública; no habrá educación pública; tampoco habrá pensiones. Lo que si habrá es fraude fiscal y desregulación del “aventurismo” económico. La desigualdad seguirá creciendo, la precariedad laboral se irá “normalizando”, y el desorden por tanto no dejará de crecer.
Y dicho esto, que cada cual vote o se suicide como quiera.

Recientemente, Macron, el «presidente de los ricos», según lo apodan sus propios ciudadanos, el «Napoleón neoliberal», según otra forma de ver a este personaje, ha vuelto a reclamar una refundación de Europa.

La refundación de Europa que pide Macron, y que es la misma que piden los radicales de su barra («más Europa»), consiste en reafirmar el zarpazo neoliberal que tantos males ha provocado al proyecto europeo, hasta el punto de que la posibilidad de naufragio cada vez es más real, fruto de su fanatismo.

Es decir, lo que Macron propone, invitándonos a tropezar dos veces en la misma piedra, para ya hundirnos del todo, es apretar más las tuercas de los trabajadores, lograr un precariado más precario, consumar el acoso y derribo del Estado del bienestar, incrementar la desigualdad a favor de los de siempre, deteriorar y privatizar un poco más el patrimonio público, acabar de una vez por todas con cualquier aspiración de solidaridad o justicia social, y como objetivo ahora prioritario: aumentar el gasto militar.

De refundar Europa en torno a los principios socialdemócratas que la hicieron grande, olvídense de momento.
En consecuencia, nos sobra un Macron (ya tuvimos a Merkel), y nos falta un Olof Palme. Ese puesto está vacío. Su asesinato dejó huérfana a la socialdemocracia europea.

Y desde luego ese hueco no va a llenarlo Pedro Sánchez.

En este contexto de normalidad posverdadera y de involución triunfante, enseguida se vio que el cambio presidido por Pedro Sánchez era solo publicidad, mera cosmética, y que en lo “sustancial” la operación Pedro Sánchez era un fraude.

Y lo “sustancial” y urgente era derogar las leyes laborales que precarizan el trabajo, que incrementan la desigualdad social, malogran la democracia, y le hacen el juego al neoliberalismo extremo.

Al poco de ocupar el poder Pedro Sánchez, se hizo evidente que sus promesas eran falsas y las reformas laborales neoliberales del PPSOE seguirían adelante, y el deterioro de los servicios públicos seguiría avanzando.

Los sindicatos de la «normalidad institucional» tampoco van a suponer un obstáculo para que todo siga su curso. Un ejemplo es el ERE que se avecina contra miles de interinos de las Administraciones públicas, víctimas de un fraude de ley según la justicia europea. Curiosa solución «progresista» (la que propone nuestra “normalidad institucional”) en que a las víctimas de una estafa laboral o fraude de ley, se les quita de en medio mediante un despido masivo.

Seguimos haciendo Historia, y de la mala.

Y con Susana Díaz o Page, nos iría aún peor (esto sí lo vieron claro los militantes socialistas), porque algunos “barones” socialistas están más cerca del PP, VOX y CIUDADANOS, que del PSOE en su versión original. Mucho se aclararía nuestro panorama político si todos los neoliberales que navegan bajo bandera «socialista» se pasaran en masa al barco que les corresponde, que es el de CIUDADANOS y el PP, como parece que va a hacer la ex portavoz del PSOE, Soraya Rodríguez.

Y no es crear bloques, es contribuir a reducir el imperio de la posverdad.

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