– ¿Va a ir usted a la excursión?
– Pues no. No debo ir.
– ¡Ah! ¿Noo? ¿Y eso, por qué? ¿Es que se encuentra mal? ¿Se siente mayor?
– Pues verá usted. Como sabe, por mi profesión y por vocación siempre que tenía un momento libre nos íbamos, Pili y yo, a respirar el aire puro del campo. Y siempre que veía una cumbre, entraba en mí el deseo de conquistarla, de subir para comprobar que se veía desde ella. Era como una obsesión, algo innato en muchas personas. No se trataba de convertirme en un alpinista consumado, conquistador de seismiles, como es el caso de mi hijo Tito, sino simplemente el ver que hay más allá, el descansar en lo más alto… Y siempre, siempre, con Pili a mi lado.
«Y así, subimos a muchos montes y montañas sin nombre sonoro. Pero un día, ¡ay!, recuerdo que fue intentando hacer la ruta por los altos del cañón del río Ebro, sentí en mi pecho que no podía subir. Y me di cuenta de que se habían acabado mis caminatas por los altos. A partir de entonces nuestras andaduras se hicieron de otro modo. ¡Teníamos tantas cosas bellas para ver! ¡Son tan hermosos los pueblos y los paisajes de nuestra España! ¡Y con una Historia tan fascinante!
«Nos prometíamos, tanto Pili como yo, una jubilación fabulosa, recorriendo caminos, visitándolo todo. Pero llegó el momento y ella fue tocada por el Dedo de Dios, desvaneciendo todas mis esperanzas e ilusiones, para dejar sólo una: cuidarla, mimarla, amarla más cada día… ¡Adiós a nuestros paseos, a nuestros queridos paisajes y pueblos…!
– Bueno… Ya sé que su anhelo ahora es estar con Pili, pero podrá venir ese día con todos nosotros y nos cuenta cosas del paisaje, de la geología de los lugares que pisemos, de los posibles fósiles y en qué época y cómo vivieron…
-Bueno. ¡Ya lo pensaré! Pero… ¿qué es lo que me quería preguntar?
– Es referente al calzado. ¡Como dijeron que fuésemos con el adecuado!
– ¡Hombre! Se referían sobre todo al de las mujeres. Nosotros somos más precavidos y llevamos calzado cómodo, de suela gruesa y no resbaladiza, para andar por cualquier sitio. Pero la coquetería de ellas les puede dar problemas luego… ¡Aunque no se trata de llevar crampones!
– ¿Crampones? ¿Y eso qué es?
– Son unos accesorios metálicos que se ponen los montañeros y alpinistas en las suelas para andar o escalar por el hielo. Llevan unas púas para sujetarse bien… Esto me recuerda una aventura que le ocurrió a mi hijo… ¿Quiere que se la cuente?
– ¡Por supuesto que sí! Cuente. Cuente…
– En cierta ocasión Tito, con sus amigos montañeros, fueron a escalar una cascada de hielo cerca de la Laguna Grande de Gredos, en los Barrerones. La temperatura era muy baja y todo estaba helado… Tuvieron que atravesar un paso entre una ladera y un barranco. El sitio estaba muy peligroso y decidieron formar una cordada y colocarse los crampones para pisar sobre seguro. Llevaban los piolets preparados para cualquier contingencia…
«Ya estaban atravesando el paso cuando vieron que por encima de ellos avanzaba otro grupo por una senda a media ladera. ¡No llevaban crampones, ni iban atados, y alguno ni siquiera llevaba botas, sino simple calzado deportivo…!
«¡Cuidado! -pensaron todos- ¡Si alguno resbala y cae, y al llegar a nosotros se agarra a uno o a la cuerda, nos arrastra a todos al fondo del barranco!
«Estaban dudando que hacer cuando, en esto, oyeron un grito y vieron como uno de aquellos excursionistas resbalaba por la ladera helada, atravesaba la senda en la que estaban y caía por el precipicio.
– ¡Qué barbaridad! ¿Y qué pasó?
– Hubo que organizar un grupo de rescate para recuperar el cadáver y esperar a la Guardia Civil para prestar declaración. ¡Y todo por ir a la montaña mal equipado, como si fuese un paseo por el parque!
– Me viene a la memoria un accidente que ocurrió en un acantilado asturiano. Un hombre que calzaba zapatillas, al subir a una peña húmeda para coger algo, resbaló y cayó al mar, delante de su esposa y su hijo. O aquel otro que se despeñó en el nacedero del río Asón…
– ¡Hombre! Se trata de casos extremos que no tienen que ocurrir si eres prudente y sabes dónde y cómo debes pisar. Y sobre todo, llevar el calzado apropiado. Si se ve algún peligro no merece la pena hacerse el valiente. ¡Puede ser mucho lo que te juegas!