- Los candidatos sellan un pacto de no agresión y se conforman con lo del lunes
- Pedro Sánchez, el que más tenía que perder, sale casi sin rasguños
El segundo debate electoral en dos días con los mismos candidatos no ha cumplido la expectativas que se habían depositado en él, después de que los mismos candidatos protagonizaran el primero en TVE.
Ni siquiera fue un buen producto televisivo, porque se convirtió en un tostón soporífero, difícil de digerir.
Los argumentos no podían cambiar gran cosa respecto al lunes. Las actitudes de los protagonistas estaban condicionadas por el resultado de la primera cita y sus respectivos asesores. Y si el objetivo era aclararle las dudas a los indecisos probablemente se haya conseguido el efecto contrario.
El debate en Atresmedia se hizo largo y pesado, con un constante chorreo de propuestas “etéreas” que llegó a decir Pablo Iglesias (el menos etéreo de los cuatro), contrapropuestas y demasiada información deslabazada para asimilarla desde el sofá.
En lugar de zurrarse, que es lo que esperaba la afición, se dedicaron a ofrecernos la segunda parte del debate del lunes. Todo estaba ya muy visto y oído.
Eso acentuó virtudes y defectos de los candidatos, sin darse cuenta de ello.
Rivera, que le hicieron cree que el lunes estuvo sembrado, llegó crecido y se presentó como el presidente de la familia, de los autónomos y del empleo de calidad. Incluso de la eutanasia, la bajada de impuestos (a los que más pagan, claro) y del mundo latino en España. Seguía tan metido en su papel, que volvió a llevar fotos, la tesis de Pedro Sánchez y un rollo de papel con los supuestos corruptos del PSOE. Las encuestas y las urnas decidirán si su puesta en escena le ha proporcionado votos o se los ha restado, pero ha abusado de su vena de showman que le restaba seriedad y daba la impresión a veces de ser un vendedor de sartenes que no paraba de interrumpir a los demás.
Pablo Casado, al que la derecha mediática azuzó desde que acabó el debate del lunes para que se comiera a Rivera y el escenario, defraudó la expectativas. Mantuvo su rictus serio de crispador moderado, tergiversando datos y gráficos y metiendo la patorra como cuando vino a decir que las víctimas de la violencia de género son las mujeres que no tienen empleo. Glub.
Pedro Sánchez, que era el que más tenía que perder y el que menos tenía que ganar con los debates, ha salido casi sin rasguños de los dos envites. Lo que ha quedado claro es el motivo por el que no quería debatir. Estas dos sesiones han dejado patentes sus escasas dotes dialécticas y su disposición a pactar con quien le pueda dar la mayoría, de momento exceptuando al PP y a Vox (que estará que trina porque lo han ninguneado los dos días).
Se podrá estar de acuerdo o no con lo que plantea Pablo Iglesias. Desconcertará comprobar que ha perdido su vena arrebatadora y que ha adoptado un tono didáctico y de sensatez en medio del griterío, pero ha sido el único que ha sabido plantear sus mensajes y propuestas sin marear en un ambiente propicio para la demagogia y la pendencia.
No se han cumplido las expectativas.