[dropcap]H[/dropcap]ablando en términos generales, porque siempre hay excepciones que refrescan la corriente, nuestra política, y desde hace tiempo, tiene mucho de simulacro. La clave reside en la soberanía, es decir, en la titularidad del poder. Que no es poca cosa.
Por ejemplo: si hay un tema que hoy mueve pasiones en nuestro país, pasiones en gran parte mediatizadas y explotadas sin escrúpulos, es la cuestión de la soberanía, en este caso en relación con el conflicto catalán.
Muchos opinamos que esta recidiva del problema catalán, que dormitaba entre algodones el sueño de los justos, tiene su origen en la crisis (estafa) financiera consecuencia de la política neoliberal implementada. Que también está en el origen de otros desordenes y disensiones de más amplio espectro y calado en el ámbito de Europa: exacerbación del nacionalismo y la xenofobia, reaparición de planteamientos racistas y totalitarios, neofascismo en auge, dudas sobre la continuidad del proyecto europeo. Llámenlo involución y acertarán.
La Europa neoliberal (y lo es desde su última y penosa refundación anglo-americana) está fracasando y requiere una refundación distinta, en sentido contrario, es decir, en sentido “europeo”, es decir, socialdemócrata. Ellos verán lo que hacen, pero si no recapacitan el horizonte se presenta aciago. No habrá chalecos amarillos suficientes para tanto incendio.
Dirimir dónde reside la soberanía en cumplimiento del instinto tribal inscrito en nuestros genes (un vestigio antropoide), ha sido la cuestión que en los últimos años nos ha tenido entretenidos y ha monopolizado el escenario oscureciendo todo lo demás. Para algunos ese oscurecimiento o ceguera selectiva, ha sido una estrategia deliberada, en gran medida fracasada a la luz de los resultados electorales del 28-A.
El intento de ocultar las consecuencias sociales y económicas del austericidio bajo la agitación de las banderas respectivas, no les ha salido bien. Frente a la histeria de las patrias se ha impuesto la trascendencia de hechos civiles más cotidianos: reforma laboral, precariado, derechos de la mujer, pobreza infantil, pobreza energética, corrupción, y deterioro de una democracia que ha devenido cloaca.
Y es que esa discusión sobre la soberanía se vuelve inútil si el hecho indiscutible y flagrante es que no reside aquí (entre nosotros) ni allí (entre ellos), sino en otra parte.
Es en esa otra parte donde se toman las decisiones y se dan las órdenes, cada vez de forma más descarada, irresponsable, y sectaria.
Sin duda debe ser muy cómodo y gratificante tener todo el poder en las manos sin pasar por las urnas. Aún así no deja de ser un espectáculo obsceno y deprimente.
La estrategia neoliberal, que hace una apología sin complejos de la plutocracia, consiste en que nos comamos ese plato con gusto. Fuera de este mandato unilateral, cualquier otra alternativa se considera “antisistema”.Más que la sospecha hoy existe el convencimiento de que quienes realmente ejercen el poder, no nos representan porque ni siquiera se dignan concurrir a las elecciones. No lo ven necesario.
Esta forma de fatalidad asumida dócilmente, sin un resquicio para la rebeldía, nos deja huérfanos de dignidad ciudadana y malogra nuestra fe en el futuro, dando por perdida la democracia, base de nuestra civilización. De ahí el malestar.
Cuando se produce alguna excepción a esta regla general del sometimiento dócil al poder del dinero, se le hace la vida imposible por tierra, mar, y aire. No se ahorran los peores medios para el objetivo final de suprimir esas anomalías.
En este contexto degradado de nuestra democracia vaciada, el «mensaje» de las urnas es un clásico de nuestra política, tan inútil como otro clásico: el programa.
¿Cuántas veces habremos escuchado a nuestros políticos, victoriosos o vapuleados en los comicios, tras conocerse el resultado de las urnas, decir aquello tan socorrido y falso de: «He entendido el mensaje»?.
Frase que encierra más ambigüedad y misterio que el propio mensaje (por lo general claro y evidente), porque dicha frase nunca aclara si esa comprensión indubitable del mensaje, implica ser consecuente con él o justamente lo contrario.
Señaladas figuras de nuestro régimen han sido siempre muy aficionadas a soltar la frase enigmática en la inmediatez postelectoral, y ello -conocidos los antecedentes previos- ya permitía vaticinar que se haría justo lo contrario de lo que la lógica democrática animaba a esperar, y en definitiva lo que los poderes fácticos ordenaran. Como si el mensaje de las urnas les resbalara tanto como el programa político con el que se habían comprometido y presentado a las elecciones.
Tales prácticas, que cabe considerar fraudulentas, han ido dilapidando el crédito de nuestras Instituciones.
Al día siguiente de los comicios, tanto el programa político como el «mensaje» de las urnas, ya eran cosa del pasado remoto, y por tanto no comprometían a nada.
Así mueren las democracias.
Poco a poco, la política en el transcurso de nuestras cortas vidas ha degenerado en mero espectáculo, y de la peor especie: una farsa.
Una vez asumido por todos que el poder no sale de las urnas sino que reside en otros ámbitos (al calor del dinero), todo se reduce a un juego vacuo donde los programas políticos cada vez pesan menos, si es que existen, y el mensaje de las urnas no va a ninguna parte, aunque haya sido estentóreo.
En la noche de la victoria electoral, también Pedro Sánchez hizo uso de la famosa frase (o equivalente), y a los militantes que le gritaban una y otra vez «Con Rivera no», les contestó: «Ya os he oído».
Oír no es lo mismo que comprender, y aunque siempre la interpretación de una frase ambigua es problemática, no creo que los militantes socialistas al gritar «Con Rivera no» estuvieran manifestando nada complejo, ni tampoco una inquina personal contra este político, sino más bien una oposición frontal e insobornable a la política que representa: una política neoliberal, es decir, desregulada para el beneficio de los menos y el perjuicio de los más.
Cuando oigan hablar de neoliberalismo recuerden que hablamos de un extremismo, y no del «centro» político. Por mucho que cocinen algunos medios ese embauco, seguirá crudo a la vista de los hechos. El neoliberalismo es un extremismo que abre brechas enormes en la sociedad y la polariza.
Un hito más de esta mascarada general de nuestra política, es que haya sido Albert Ribera, instrumento de la plutocracia, el que ante las presiones de algunos poderes fácticos para aplicar un cordón sanitario a PODEMOS, haya protestado del siguiente modo:
«Han votado los españoles, no la CEOE ni un banco».
Aquí ya la farsa roza el esperpento.
Cuanto nos hubiera gustado que ante esas presiones para aplicar un cordón sanitario a PODEMOS (acicate de la regeneración y de una política más social), hubiese sido Pedro Sánchez el autor de esa protesta que reclama autonomía y dignidad democrática. Pero no.
Sería triste descubrir «demasiado tarde» que aquellos votantes progresistas que creyeron hacer uso del «voto útil» votando al PSOE de Pedro Sánchez, le entregaron su voto en realidad a la plutocracia neoliberal que medra y consolida su poder con el maltrato de los trabajadores y el saqueo del Estado.
En resumen: la derrota del trio de Colón el 28-A se presta al optimismo y la esperanza. La realidad de fondo se presta a la duda y el escepticismo. Esta película ya la hemos visto demasiadas veces.
Por delante y a la vuelta de la esquina el 26 de mayo.
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