[dropcap]E[/dropcap]n Europa, por lo general, los llamados partidos socialistas (en realidad neoliberales) se han ido a pique, o los votantes les han pasado una factura ruinosa en forma de sangría de votos en pago a sus acciones.
En España es distinto, y más o menos todo da igual. Las deudas no se pagan y hay amnistía fiscal.
No solo ha resucitado el PSOE, sino que también y a última hora, ha resucitado y ha sido amnistiado el PP. El bipartidismo, más o menos matizado, vuelve.
Los «socialistas» europeos son junto con los «populares» europeos los principales promotores de esa Europa neoliberal que ha extremado su fanatismo económico hasta casi conseguir la debacle definitiva del proyecto de unión.
Sin duda, tanto extremismo en Europa resulta fuera de lugar.
Este desastre previsible, que hace aún piruetas al borde del abismo, obedece a que el personal europeo parece no estar por la labor de respaldar esa fórmula radical que hace del continente el paraíso de la desigualdad y las reconversiones extremas, y así algunos ciudadanos han respondido de forma coherente reclamando la refundación de Europa con un proyecto más social, al tiempo que otros han respondido, de forma a mi juicio inapropiada, pidiendo la retirada del proyecto de unión y la vuelta hacia un nacionalismo xenófobo que hace buenas migas con la extrema derecha.
Son estos últimos, por utilizar una terminología muy actual, los separatistas europeos, que por un lado le hacen el juego a USA (sin ningún interés en que el proyecto europeo prospere), y por otra son el fiel reflejo de la mezquindad de los neo fundadores de esta Europa nostra: «socialistas» y «populares», en gran medida indistinguibles.
Y es que hay que decir que al día de hoy Europa parece más un proyecto de explotación laboral a gran escala que se desarrolla a la par que la demolición de sus políticas sociales, que no un proyecto de unión política. De ahí que muchos ciudadanos no se crean el proyecto tal y como está planteado y exigían su refundación y el cambio de rumbo.
Dicen y debe ser cierto, que Sánchez ha viajado a París a recibir la bendición del Papa Macron, al que sus feligreses compatriotas acaban de dar un buen palo, y casi han excomulgado, en las recientes elecciones.
Esto de ir a París un “socialista” (París bien vale una misa) a buscar la bendición de un Papa excomulgado por sus feligreses, dolidos por sus políticas antisociales, es una de las muchas rarezas que hoy se prodigan en nuestra política globalizada. Y es que, dentro de un orden, ya todo es un caos, y aunque Europa sea un proyecto democrático de países democráticos (más o menos), las potencias que mandan mandan y las demás, como la nuestra, obedecen. Todo muy raro.
Se trata de un desorden nuevo que recuerda al desorden viejo, pero desorden al fin y al cabo.
Como hemos podido comprobar en estas elecciones, en Europa cada cual es hijo de su padre y de su madre y baila a su propio ritmo, y así como algunos países apuntan ya al siglo XXI (por ejemplo Alemania) dando por superada la farsa del bipartidismo turnante-tunante, que era y es un bipartidismo al servicio de los poderes fácticos, otros (mismamente nosotros) seguimos instalados en el estilo del siglo XX o incluso el XIX, con tanto miedo a incomodar a los caciques eméritos o a desestabilizar el cotarro plutócrata, que digerimos con facilidad pasmosa cualquier clase o cantidad de corrupción y precariedad que se nos eche encima.
Dicen los que de esto saben, que Sánchez ha ido a París buscando un espaldarazo a su alianza «progresista» con los neoliberales, y para pedir que el neoliberal Macron (que sus feligreses no quieren ni regalado) interceda con Ribera
Sin duda es un síntoma mayor de esta desidia que el PPSOE haya renacido de sus cenizas, si no con la rotundidad y prepotencia de antaño (todo se andará), sí con el vigor suficiente para dar cumplimiento a la manida estrategia lampedusiana:
«Cambiar todo para que no cambie nada». Es decir, el «voto útil». Así es la democracia, bendita sea.
Dicen los que de esto saben, que Sánchez ha ido a París buscando un espaldarazo a su alianza «progresista» con los neoliberales, y para pedir que el neoliberal Macron (que sus feligreses no quieren ni regalado) interceda con Ribera, otro «progresista».
Tanto lo es que el partido que preside no solo no descarta sino que sostiene y anuncia pactos fáciles y ubicuos con Vox. Más «progresista» y «liberal» no puede ser.
Pero es tan dúctil, que de hecho algunos que lo ven venir, ya lo barruntan «socio-liberal» en un futuro inmediato, como partido tándem y cancerbero de los bancos, que por supuesto incluye también al PSOE.
Ante la falta de ideas o de referentes éticos, vivimos un tiempo de palabras y conceptos elásticos, en el que términos como «populismo» no tienen límites.
Si quieres desdibujar a tu adversario sin darle excesivo trabajo a tu mente consciente, tan perezosa, le metes en ese cajón de sastre tan amplio como oscuro, y esperas a que el pez, guiado por sus emociones más turbias (el miedo y la incertidumbre), pique.
Ese es el destino que al parecer le espera también al concepto «progresista», tan elástico que el arco de sus alianzas se estira ya desde el PSOE de Sánchez y Ábalos, al VOX de Abascal y Smith, pasando por el maleable CIUDADANOS de Ribera. He ahí la alianza «progresista». Posmodernismo puro.
Si por «progresismo» entendíamos hasta ahora la posibilidad de futuro, aunque sea sostenible (y a poder ser digno), la emergencia verde en Alemania nos indica la dirección correcta y lo urgente del caso. Y es que si el «sistema» que ha imperado en el mundo en los últimos siglos ha sido, para bien o para mal, el sistema capitalista, cada vez más desregulado y fuera de control, el desastre ecológico que ha provocado (reversible o irreversible, ya se verá) es de campeonato, y «esto lo cambia todo», que diría Naomi Klein.
Nosotros seguimos en lo de siempre: en nuestro universo paralelo. Pensamos, como es nuestra costumbre y rutina, que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer… porque esperanza de que mejore, ya queda poca. Somos pesimistas por tradición.
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