Opinión

PPSOE: estamos donde estábamos

Los cuatro líderes, antes de empezar el debate en TVE.

[dropcap]L[/dropcap]as palabras no caducan hasta que no caducan las realidades que designan.  Mientras tanto siguen vivas. Por eso nos es tan difícil prescindir de los términos «derecha» e «izquierda» en nuestro vocabulario político.
Las realidades que designan esas palabras no solo no se han desvanecido, sino que en muchos casos se han intensificado, aunque bajo ropajes novedosos.

Las brechas de desigualdad social son cada vez más anchas y profundas, y las fórmulas de explotación laboral son más variadas, posmodernas, y ubicuas, además de despiadadas. Con la globalización (con esta globalización) también se quiere que esas fórmulas de explotación sean universales.

La desaparición de la clase media y la emergencia del precariado, son las realidades más notables de nuestro tiempo. Eso, junto con la crisis ecológica que ya alcanza niveles de desesperanza y angustia, describe buena parte de nuestra realidad.

Siendo estos los hechos, pretender abolir casi por decreto las palabras que los designan y describen, obedece a un impulso oscurantista y casi inquisitorial. No porque neguemos la realidad y prohibamos las palabras que la nombran, somos más modernos.

Un trabajador que muere como falso autónomo y deja sin protección a su familia (por ese falseamiento de la realidad) es muy poco moderno.

Este y otros muchos casos, por ejemplo la estafa y explotación de los falsos interinos y trabajadores temporales de los servicios públicos (otro caso de falseamiento de la realidad, ejecutado en este caso no por la empresa privada desregulada sino por la Administración pública también desregulada), solo nos retrotrae a tiempos rancios y peores que creíamos superados.

Querer hacer pasar esta realidad hiriente, antidemocrática, e involutiva, por moderna (o posmoderna) solo descubre la impostura de nuestro modelo y la flacidez de nuestras exigencias éticas.

Hoy el foco que nos atrae como la luz a las polillas es China, un modelo exitoso de explotación laboral sin democracia. Algo así, se consideraba barbarie asiática en Occidente hasta hace bien poco.
Transigimos con la barbarie porque la barbarie nos gobierna. El objetivo es que esas dos barbaries se unan en una sola barbarie global.

En otro tiempo, la democracia y la tradición humanista de Occidente lo habrían impedido. Hoy parece dudoso.

Creo que el origen del ciclo que ahora se cierra en nuestro país habría que situarlo en el 15M, que representó una explosión de hartazgo hacia la indignidad de la falsa democracia que se nos impone. Pseudodemocracia que además convive con generosas y liberales dosis de corrupción política y económica, y todo ello coincidiendo con el auge de una ideología radical que hace del saqueo del Estado su leitmotiv.

La corrupción y la injusticia que arrastra consigo esa corrupción es el combustible fósil de nuestro sistema, y su principal efecto es la contaminación de la democracia, que camina así hacia su deterioro y extinción.

¿Hay una pantalla tecnológica y mediática que nos impide contemplar esta realidad profunda? Parece que si.

A pesar de todo, las palabras que describen esa realidad siguen vivas. No todo está perdido.

Ese ciclo cuyo origen cabe situar en el 15M ha descrito un bucle melancólico que tiene más de espejismo que de avance real.
Aunque en el intervalo parece que hubieran pasado siglos, estamos donde estábamos: en el punto de partida, con el PPSOE resucitado, y con todo el trabajo de regeneración pendiente.

Tras la perdida de respaldo en las urnas de algunas formaciones que surgieron de aquel impulso (estoy pensando en PODEMOS pero no solo en ese partido) y más allá de algunos logros como las primarias de los partidos, que algunas formaciones, como Ciudadanos, hacen perfectamente compatibles con pucherazos electorales, lo conseguido en términos de regeneración en este periodo parece escaso.

Se ha logrado acentuar y enquistar el «problema catalán», y también echar del gobierno a un partido cuya corrupción sobrepasa todos los límites, pero tras haber respaldado sin ningún escrúpulo a ese Gobierno a sabiendas de su corrupción matriz y durante un dilatado periodo de tiempo, apoyo que vino tanto de CIUDADANOS como del PSOE.

No es para tirar cohetes. Parece un balance pobre para las expectativas abiertas en aquel inicio de ciclo.

Se nos ha mareado mucho con Venezuela (pero no con China), y también con Cataluña (de un interés minoritario entre los españoles frente a otros problemas como la corrupción, el paro, y la propia clase política, según el último CIS); hemos descubierto el intenso y sucio trabajo de las cloacas del Estado (cloacas fascistas), pero lo cierto es que, según la UDEF, quien si recibió dinero de Venezuela fue el exembajador de España, Raúl Morodo, bajo el gobierno del PSOE, e igualmente cierto es que sobre las cloacas fascistas de nuestro Estado se ha preferido extender un tupido velo. Siendo también indiscutible que el jefe del Estado de esta falsa democracia no es igual ante la Ley, sino impune además de emérito.

Si a ello unimos que la independencia de nuestra justicia alberga zonas de sombra, como es notorio, y no es necesario remitirse al cambalache de Zapatero y Botín, pues este vicio se actualiza en abundante y renovada casuística. Si observamos además que en transparencia, según el ranking internacional, estamos por detrás de Eslovenia, Chipre, o Lituania, resulta muy triste que aquel ciclo de ilusión democrática que se abrió con el 15M, se cierre con tan pobres resultados palpables.

La idea más y mejor vendida en este denso y último periodo electoral, ha sido la del «voto útil». A mí juicio, y desde una perspectiva progresista y de izquierda, nada más inútil que ese voto útil que algunos han comprado con la inocencia del neófito. Ese embauco es muy viejo.

A ese embauco ha contribuido también el CIS (que arriba mencionábamos) con sus piruetas y malabarismos. Según parece aunque las encuestas señalaban que la fórmula de gobierno preferida por los españoles era la coalición, y dentro de esta fórmula optaban mayoritariamente por la coalición de PSOE y PODEMOS, luego tras “cocinar” los datos, se daba la vuelta a la tortilla y aparecía como preferencia mayoritaria de los españoles el gobierno en solitario del PSOE. Eso se llama flexibilidad interpretativa.

Como vemos, las formas de engañarnos y vendernos el producto son múltiples.

¿Cual ha sido la consecuencia inmediata y lo que al día de hoy observamos tras el triunfo aplastante del “voto útil” en el sector de la “izquierda” (y perdonen que utilice esta palabra con tan poco rigor)?

Por un lado, la ilusión de regeneración democrática ha caducado sin estrenarse. Y por otro, el PSOE, que en lo económico y laboral representa la derecha neoliberal que nos llevó a la crisis, se siente fuerte de nuevo para reincidir en sus tesis y corrupciones sin el contrapeso de la corriente socialdemócrata que representa (o representaba) PODEMOS. En resumen: el PPSOE ha resucitado.

Triste balance que no augura nada bueno.

— oOo —

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