[dropcap]P[/dropcap]odríamos decir por comparación que los axiomas son las partículas elementales del pensamiento, de la misma manera que los átomos son, según la teoría atomista, los elementos básicos del edificio de la materia.
Los primeros se imponen por su evidencia y los segundos por su consistencia. Los primeros son indiscutibles y los segundos indivisibles.
Pero como el hombre es curioso por naturaleza y no todos comulgan con ruedas de molino, luego resulta en muchos casos que los primeros –los axiomas- no sólo son cuestionables sino directamente falsos, y en cuanto a los segundos, los átomos compactos, contienen en su interior toda una constelación de partículas exóticas y mucho vacío hueco.
Por ello, y porque la duda es la madre de la ciencia y los hombres de poca fe sus padres, hoy estamos familiarizados con las geometrías no euclidianas y el pensamiento avanza mostrando una realidad distinta de aquella que creíamos real.
Los sistemas de pensamiento y los andamiajes deductivos se levantan y despliegan sobre estos axiomas, casi siempre sólidos e irrebatibles, en una operación que nos recuerda a las más humildes de la albañilería.
Y digo “casi siempre”, matizando, porque no pocas veces -como he apuntado- los axiomas que sostienen el edificio resultan ser espurios y de cartón piedra, con lo cual la endeblez y transitoriedad del edificio está asegurada.
Más tarde o más temprano, según la endeblez de sus rudimentos, el muro que se levanta sobre pilares falsos, acaba besando el suelo.
Esto vale para las obras de albañilería, para los sistemas de pensamiento, y para los edificios políticos. El nuestro, nuestro edificio político, es uno de esos casos de construcción sobre pilares falsos a los que el uso y el mal uso acaba pasando factura, salen grietas por todas partes, y si no acomete reformas con urgencia, tiene asegurada la decadencia y la ruina.
El ruido de fondo que llena desde hace tiempo nuestra escena política, equivale a esos ruidos orgánicos de las estructuras deterioradas que avisan con crujido de vigas y rechinar de dientes antes de precipitarse al vacío.
Uno de esos axiomas espurios de cuya costumbre y repetición mediática se deduce erróneamente su solidez, consiste en considerar al PSOE el representante de la socialdemocracia en nuestro país. Lo mismo podríamos decir de otros partidos semejantes en otros países de Europa.
Sin embargo no son pocos los hombres de poca fe que consideran falsa esa evidencia, salvo que el concepto de socialdemocracia haya cambiado radicalmente en los últimos tiempos sin avisar y se haya vuelto indistinguible del neoliberalismo desatado y dogmático.
La diferencia es que en algunos países de Europa, ese axioma falso ya no sostiene ningún edificio, y como era de esperar esos partidos se han ido a pique, mientras que en el nuestro no ha ocurrido tal cosa y arrastramos aún una buena dosis de ficción y mentira.
Casi toda la fabulación política que hoy se nos suministra por doquier gira en torno a los conceptos de “centro” político y “socialdemocracia”. Para la rutina posverdadera la derecha es “centro” y el neoliberalismo es “socialdemocracia”.
De las cosas más graves y esclarecedoras que han ocurrido en nuestro país desde que suponemos vivir en una democracia ejemplar, sin contar con la rutinaria labor de las cloacas fascistas del Estado que nunca han cesado de operar, y dejando a un lado también el embrollo nunca esclarecido del golpe de Estado del 23F, con el papel que en ese esperpento con tiros y tanques jugó la monarquía, está sin duda la última sentencia del Tribunal Supremo sobre el traslado de los restos mortales de Franco, sobre todo por aquellos desarrollos argumentales del fallo que arrojan luz sobre los fundamentos o pilares de nuestro sistema político, de nuestro Derecho, o incluso del propio Tribunal.
Como ustedes ya sabrán el fallo del Tribunal Supremo sobre el tema en cuestión argumentó y dio por bueno que el golpista Franco era jefe “legítimo” del Estado español desde octubre de 1936.
Si esto fuera así, como el Tribunal Supremo afirma con bastante insensatez y desconocimiento, entonces nuestro Derecho hundiría sus raíces en el Derecho fascista, y de él bebería agua malsana.
Es sabido que el Derecho fascista es el derecho del más fuerte, del que más violencia despliega y de aquel que impone sus criterios con mayor represión y mortandad. No se sostiene sobre el equilibrio de poderes, la legitimidad de las leyes, y el voto ciudadano, sino sobre el número de asesinatos. Un Derecho basado en el capricho de una sola persona, el dictador, que no considera necesario consultar a sus siervos ni responder ante nadie.
El desajuste histórico, ético, y político, que esa argumentación del alto Tribunal supone lo han explicado muy bien Santos Juliá y Luis García Montero.
Aquí solo hay dos alternativas posibles:
O el Tribunal Supremo en pleno se cogió ese día una buena cogorza, o estaba sobrio y ese es el Tribunal Supremo que corresponde a nuestro país actual. No sé qué será peor.
El estrépito de las alarmas que tendrían que haber saltado en una democracia de verdad ante este argumento desplegado a la luz del día por todo un Tribunal Supremo, debería haber sido ensordecedor, y sin embargo no ha sido así.
Salvo excepciones, calma chicha.
¿Cómo es posible?
Se mire por donde se mire, mal asunto. Y peor si lo miran desde fuera, que aquí la costumbre nos tiene embotada la sensibilidad.
Posdata:
Jefe del Estado (Santos Juliá): https://elpais.com/elpais/2019/06/13/ideas/1560442115_301096.html
El 5 a las 5 (Luis García Montero): https://www.infolibre.es/noticias/opinion/columnas/2019/06/08/el_las_5_95813_1023.html