[dropcap]S[/dropcap]obre su mesa reposan pequeñas bolsitas y botes como los antiguos de farmacia, repletos de lentejuelas, abalorios y pequeñas mostacillas que dibujan arcoíris, junta ellas están los hilos de diferentes colores y grosores, el bastidor, sus telas y sus gafas.
Beatriz Jiménez/ ICAL. Estas son algunas de las herramientas de trabajo que el salmantino José Antonio Arroyo, emplea cada día para realizar sus trabajos de bordado charro hechos completamente a mano.
Natural de la localidad salmantina de Lumbrales, asegura que desde pequeño siempre le fascinó ver cómo su madre cosía y bordaba, además sentía y siente, gran admiración por el folclore típico de la zona y todo lo relacionado con él. De ahí su afición también a los bailes charros.
Con música clásica de fondo, mientras José Antonio no aparta su vista del bastidor y saca hilos con una calma y paciencia envidiables, relata cuando en su adolescencia se fue a vivir a la capital del Tormes y se dio cuenta de que necesitaba un chaleco típico para bailar con el grupo. Por ello, con 17 años realizó su primera pieza: ese chaleco charro que bordó imitando uno original.
Ahí empezó todo. Aunque aprendió muchas cosas de este oficio artesano junto a su madre, José Antonio también se considera «algo autodidacta». Le gusta incluir «algún toque de cosecha propia» a sus trabajos y diseños.
Dice que ya desde muy joven le gustaba fijarse en los estandartes, bordados y trajes regionales, para intentar averiguar «qué tipo de punto llevaba cada trama». Con una tímida sonrisa, se confiesa afortunado de haber tenido la capacidad de plasmar y ejecutar con su aguja e hilo, aquello que veía entre las telas.
Recuerda con cariño su primer trabajo por encargo para Salamanca, del que se siente «tremendamente orgulloso». Fue el estandarte de la Virgen de la Soledad, que aún procesiona por las calles. Tenía cerca de 19 años y en él puso mucho entusiasmo.
Años más tarde, también confeccionó el techo del palio de esta Virgen, para el que dedicó dos años de trabajo. Fue un encargo de la Junta de la Cofradía de la que es hermano. Por eso dice que «es una imagen que emociona y remueve por dentro».
Puntada tras puntada
Hace años, la confección y el bordado eran un hobby para José Antonio Arroyo, de profesión joyero. Con el tiempo, decidió centrarse por completo en su pasión y ahora se dedica a bordar por encargo y a dar clases de este tipo de costura en Salamanca. Pero no todo son agujas e hilos, porque este salmantino también es profesor de bailes charros, por lo que aúna todo el folclore típico de la Sierra en su vida.
Varios días a la semana acude a enseñar a aquellas personas que quieren aprender a bordar, a las que quieren confeccionar su propio traje típico, a las que quieren aprender labores de filtires para los bordados; el punto de tejido en doble trama, en el que se tira una trama y se va tejiendo hilo por hilo, cada hilo una puntada; o el punto de ojito abierto, lomo, punto de cordón, de palestrina…Y es que cada punto recibe un nombre diferente.
Muestra orgulloso un dengue negro con un bordado de colores, que es la pieza que recubre y ciñe el peso de las mujeres en el traje charro. También está el pañuelo de charra con cadenetas, que van haciendo espiga sobre tul, con las lentejuelas cosidas por encima. «Es un trabajo que requiere muchas horas, mucha dedicación y como toda la artesanía, no está pagado», dice Arroyo. Reconoce que si se tuvieran que cobrar las horas de trabajo a precio de mercado, «la artesanía tendría precios prohibitivos», pero es cierto, que «en muchas ocasiones no se valora la cantidad de horas que se emplean».
El bordado charro
El bordado tradicional charro tiene su principal exponente en la provincia de Salamanca, principalmente en la Sierra de Francia. Allí se hace en colores, según las bases, suelen tener unos motivos particulares como las pájaras, leonas, águilas bicéfalas, truchas, clavelinas o la bicha de siete cabezas, entre otros. Se compone de ciertos elementos concretos, como explica este artesano.
Se diferencia de otro tipo de bordados «por los motivos y los materiales», así José Antonio matiza que «hay pocos bordados tradicionales que lleven mostacilla», llamadas así porque se asemejan a la semillas del grano de mostaza, «además de abalorios con distintas tonalidades u opacidad».
En los trajes charros de oro, el chaleco lleva una tela de terciopelo recamado y con lentejuelas de varios tipos. A veces se incluyen cadenas o botones antiguos sobrepuestos como adornos. Según relata el maestro, durante una época se mezclaron los dos tipos de bordado, el charro y el religioso, y le encargaban piezas de este tipo. Empezaron a incluir el bordado de realce en oro, asemejando los mantos de Vírgenes o toreros, con terciopelos de seda.
Oficio artesano con tradición
La pieza más complicada de confeccionar para José Antonio fue la restauración de un manto de la Virgen de las Cruces, por un encargo particular. Decidieron restaurarlo y pasarlo a terciopelo, por ello tuvieron que restaurar todo el bordado, incluso buscar con un tirador de oro para imitar los originales.
Dice que fue un año de mucha dedicación, porque «cuando coges una pieza antigua y la restauras, el impacto que se produce es considerable», de hecho es el criterio utilizado ahora es «que se note lo restaurado». Se trataba de envejecer el oro viejo de la pieza. «El tiempo no envejece todo por igual».
En ese sentido, muestra colgado detrás de la puerta de su salón un estandarte sacramental para restaurar. Hay que «limpiar el oro y la plata, reponer los cordones… «lo que se pueda mantener no se toca, pero lo que hay que restaurar se cambia». Subraya que con ello se busca mejorar la calidad de la estructura. El problema de las telas antiguas es que «a pesar de ser muy bonitas, tienen su vida» y con el paso de los años se empiezan estropear.