– Le he traído estas cerezas. ¡Son buenísimas!
– ¿No serán del Valle del Jerte?
– Pues sí. De allí son.
– Entonces no hace falta que haga propaganda. ¡Son las mejores! Veamos. Síiii…
«El caso es que siempre que pruebo estas exquisiteces me acuerdo del pobre José Luis Cruz…
– José Luis Cruz Reyes… ¿Es que le conoció?
– ¡Como que si le conocí! Hicimos juntos el capítulo de Geografía Física de su Tesis Doctoral. Fue una gran persona, que tenía el don de embarcar a todo el mundo en sus proyectos.
«Vino a verme un día, allá por el 74, y me habló de su Valle del Jerte –había nacido en Piornal–; me convenció para que le echase una mano. Después resultó que más que una mano, lo que necesitaba era el brazo entero y más…Fue así como me metí de lleno en ese maravilloso paraje.
– ¡Y tan maravilloso! ¿Lo ha visto usted desde arriba, desde el puerto de Tornavacas, cuando los cerezos están en flor?
-¡Ya lo creo que sí! Desde allí siempre es hermosísimo, pero en esa ocasión parece como si hubiese nevado… Ese valle es una maravilla geológica; es como si hubiesen dado un gigantesco arañazo a la corteza, visible a simple vista desde el espacio…
– ¿Cómo se ha formado así, tan en línea recta?
– Pues verá usted. El Valle coincide con una gigantesca falla cortical, cuyos labios, al moverse uno contra otro, fueron triturados y produjeron una enorme franja de rocas cataclásticas de más de un km de anchura.
«Desde el Cretácico hasta el Plioceno, es decir durante la orogenia alpina, se levantó todo el Sistema Central. Una vez asentado, desde finales del Plioceno —pongamos en los dos últimos millones de años– una intensa erosión remontante fue haciendo avanzar el nacimiento del río cada vez más hacia el noreste, ganando progresivamente terreno para la submeseta Sur, en detrimento de la Norte
– Entonces… ¿usted cree que por ahí se producirían las migraciones faunísticas durante el Cuaternario?
– No. No creo. Encontrarían más facilidad para el trasiego norte-sur por otra ruta, que –¡fíjese que cosas!– aprovecharon mucho después los romanos para construir la Calzada de Emérita a Astúrica.
«Yo pienso que las laderas primitivas del Jerte debieron ser muy agrestes, con escasez de pastos. No. No creo que fuese un buen camino hasta que el Hombre emprendió los aterrazamientos para aprovechar mejor los cultivos.
– Tiene usted razón. ¿Y en qué consistió lo que hizo con José Luis Cruz?
– Él disponía de todas la fotografías aéreas del Valle, que yo analicé con un binocular de espejos. Hice así un mapa de las lineaciones que dieron como resultado un mayor conocimiento de la evolución tectónica de la zona durante el Terciario.
«José Luis vio en una foto algo que le pareció una morrena glaciar. Yo pensaba que no era eso, pero su insistencia motivó que hiciésemos una excursión para comprobarlo. La duda estaba en un alejado prado en la Dehesa del Cardal…
«Como consecuencia pedí un coche al IOATO, que condujo no recuerdo si Nemesio o Agustín; me parece que Nemesio. Llegados al punto más cercano en la carretera, Nemesio dijo que no subiría con nosotros, que era mucha subida para él y quedamos en que nos esperase allí al mediodía.
«Y ascendimos por un estrecho camino en la orilla derecha de aquel arroyo torrencial, encajado entre rocas y frondosas laderas muy cubierta. Después de unas tres horas de empinada marcha llegamos a unos prados y, finalmente, a la buscada morrena. ¡No era tal! Se trataba de un canchal de ladera de aspecto singular. No era tan grande como los que yo conocía en el Pirineo.
«Resuelta la duda emprendimos el regreso, que fue muy provechoso. Descubrí unas hombreras a ambos lados del valle, testigos de una antigua llanura que la erosión del río Jerte había desmantelado casi en su totalidad. Ahora pienso que sería interesante comprobar si sobre dichas hombreras habrá algún tipo de sedimento…
«Llegamos donde nos esperaba Nemesio a eso de las 3 de la tarde y nos fuimos a comer a Piornal. Me llamó la atención el gran cariño que le tenía todo el mundo a José Luis…
– Sí. Fue una persona que se hacía querer en todas partes. ¡Una gran desgracia su pérdida, tan repentina! Y usted… ¿no continuó sus estudios en el Jerte, o en el Sistema Central?
– Pues no. Aquello fue una etapa efímera entre mis quehaceres, que hice para ayudar a mi amigo. Una vez leída su Tesis, en 1976, no volví a ocuparme de ello.
-¡Pues qué lástima! ¡Claro que comprendo que no se puede abarcar todo!
-¡Qué le vamos a hacer! ¡Así es la vida!