[dropcap]M[/dropcap]ira que me gustó el concepto de zona de confort cuando lo descubrí. Me pareció fascinante cuando lo comprendí e interioricé (no basta con saber de su existencia). Aquel estudio de geniales paradigmas para balizar al individuo tales como la inteligencia emocional, la metodología sistémica, la programación neurolingüística, el análisis transaccional y demás ayudaron. Cuando el alumno osa hacer crítica de la labor del maestro… Que así sea, de lo contrario cada vez sabríamos menos.
Por si no lo conoces, o solo te suena de piel, se dice que la zona de confort es aquella burbuja en la que nos sentimos seguros, en la que no caben quiebros inesperados, en la que nos encontramos protegidos de todo mal. Sería un poco como el sofá del salón de la casa que se encuentra pertrechada tras los muros de Villa Másvalelomaloconocidoquelobuenoporconocer, allí al fondo a la izquierda de Quietitity D’Or, Ciudad de Rutinones.
Me atrevo a decir que todos, absolutamente todos, echamos el candado por dentro de una u otra forma, más o menos veces al año. El ejemplo de quien vive fuera de esa zona todo el tiempo, quizá solo pueda ser el de quien se anima a trepar por un rascacielos de cristal confiando en que la viscosidad de la miel con que acaba de ungir sus yemas sea suficiente para esquivar la gravedad o quien se anima a saltar con un paraguas desde un Airbus a altura de crucero. Es ahí donde se da la magia, se dice, donde aseguran que no habita dragón alguno sino simpáticas lagartijas. Es ahí donde puedes dar tu auténtica medida real, todo tu todo. Estaremos de acuerdo, estando en el sofá ya cuesta estirar el brazo para alcanzar el mando a distancia.
Me han regalado una reflexión sencillamente genial. Si te da pánico aquello de cruzar el umbral de la puerta de esa zona, palabra, casi nunca hay nada terrible ahí fuera. Te pueden esperar, como mucho, algún que otro grosero no y ciertas burbujas con distintos y significativos retrogustos y cosquillas que no harán sino insinuarte lo que sí y lo que no es para ti. Que alguien te diga que lo que le cuentas le suena a chino no te permitirá jamás hacer un perfecto aloz tles delicias. Sí te confirmará en cambio, que el susodicho, sencillamente no te entiende. El que sabe, sabe, y el que no a Salamanca, para aprender.
¿O acaso te importa más mi opinión acerca de ti que la tuya? Sal.
Si por el contrario perteneces al prestigioso grupo de los apátridas de la zona de confort, permíteme una pequeña crítica ante una eventual bienalimentada egolistez. No ocupes, invita. Si estás ahí fuera es porque has experimentado lo suficiente como para, con confianza, batirte en duelo contra el vértigo de la magnética gravedad o derribar esos firmes muros de papel japonés.
¿O acaso tú supiste de inmediato que eran alas lo que escondían aquellas plumas? Deja sitio.
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