[dropcap]D[/dropcap]e repente hemos envejecido cincuenta años, así, sin comerlo ni beberlo.
Hemos dado un salto cuántico en el tiempo y nos miramos en el espejo de la vejez rotunda.
El milagro (si es que puede llamarse milagro a esta cabriola) lo logra una app, es decir uno de esos artilugios informáticos, tipo software para móviles, de los que tanto dependemos y que tanto nos espían.
Se llama FaceApp, y de hecho los demócratas de USA ya han pedido al FBI que lo investigue por sus «lazos rusos», ante la sospecha (parece ser que confirmada) de que nos espía y roba los datos. En esto los rusos no se diferencian demasiado de los estadounidenses, unos y otros nos espían a diestro y siniestro.
Yo por si acaso no lo uso, además de porque no tengo datos que merezcan la pena, porque no le veo la gracia al asunto este de adelantar lo inevitable, o lo que es peor, lo contingente.
Siendo esta una forma moderna de envejecer (valga el oxímoron), por obra y gracia de una App del móvil con funciones de retoque fotográfico, estos días asistimos también a otras formas más burdas de involución, no física sino política y cultural. Y todo ello dentro de un contexto de descivilización y barbarie que progresa inmersa en el seno de un gran desarrollo de la inteligencia artificial, que avanza en la misma medida en que la natural retrocede por atrofia.
No quisiera preocuparles demasiado porque estamos en verano y algunos de vacaciones, pero esto de la barbarie posmoderna y la descivilización que arrastra consigo, empieza a ser una realidad palpable, contundente, y agresiva.
¿Pero de qué tipo de descivilización estamos hablando?
Sirva como comparación:
Es sabido por los amantes del cine que en las películas de Pasolini podemos encontrar todo un catálogo de claves y códigos de nuestra civilización, que en gran parte hunde sus raíces en el Mediterráneo y su cultura.
De la misma manera en las películas de Paolo Sorrentino podemos encontrar muchas de las claves de la descivilización posmoderna que nos acecha, o que ya tenemos encima, la cual empezó dando por buena la «cultura» del pelotazo (made in el PSOE de la tercera vía) y ha acabado dando por buena la cultura del racismo y la xenofobia, envuelta en la liturgia y los artículos de fe de la tecnocracia posdemócrata.
Neoliberalismo y neofascismo en síntesis perfecta y yendo de la mano, incluso a la hora de decidir los órganos de Gobierno de Europa. Se veía venir. Eso que llaman «gobernanza», más que nada por darse el gusto de hablar raro.
Sobre las características de esta nueva barbarie y el comportamiento de este proceso de descivilización se ha escrito mucho. Por recomendar un par de lecturas recientes: «Contra todo esto» de Manuel Rivas, o «Estos años bárbaros» de Joaquín Estefanía. Pero podríamos remitirnos a «Algo va mal» de Tony Judt, o a los ensayos de John Gray.
¿Pero hablamos de un pronóstico o de un diagnóstico?
Las dos cosas al mismo tiempo. El presente y el futuro de la distopía ya están aquí. Ocurre lo mismo que con el cambio climático. Estábamos intentando definir un diagnóstico y el pronóstico se nos ha echado encima.
En los años ochenta se produjo un desplazamiento salvaje hacia la extrema derecha que al día de hoy (vistos los efectos sociales catastróficos y las repercusiones climáticas) conviene corregir. Esa es la misión perentoria de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, o de PSOE y Podemos.
Por ejemplo, no han sido pocas las voces, y además autorizadas, que han protestado por la forma antidemocrática de elección de los nuevos órganos de gobierno en Europa, procedimiento que ha confirmado el diagnóstico previo de que al día de hoy es imposible (está prohibida) una política distinta (verbigracia socialdemócrata) en esta Europa reaccionaria, que sigue teniendo en el neoliberalismo su catecismo de cabecera, su rémora fundacional, y su dogma perverso. Tolerancia cero, es lo que prodiga a manos llenas este liberalismo rupestre.
Ni siquiera la “tercera España” de otro tiempo pudo imaginar una Europa tan estrecha de miras, de catecismo y tentempié.
¿Pero Europa no era el ámbito de la democracia y la libertad?
Para rematar la operación parece ser que Úrsula von der Leyen, sucesora del corrupto Juncker (de ahí venimos), ha contado con el apoyo de los votos de la ultraderecha europea para hacerse con el cargo. Una ultraderecha que por una parte no respeta el Estado de derecho (ejemplo Polonia) y por otra es promotora descarada del racismo y la xenofobia.
Los que no han votado a la candidata han sido los verdes (el futuro) y algunos socialistas (que aún quedan). Y no hablo de los nuestros porque da grima. Fueron por lana y salieron trasquilados, aunque sarna con gusto no pica.
Así están Europa y su «gobernanza».
Entre nosotros también cunde este tipo de vejez acelerada que prepara el camino a la involución.
Si hace apenas una semana eran los neoliberales del PSOE los que enviaban una carta de amor -tipo Corin Tellado- a los neoliberales del PP, para convencerles de que apoyen un gobierno neoliberal de Pedro Sánchez de la misma manera que ellos apoyaron en su día un gobierno neoliberal claro está de Rajoy (a pesar de la corrupción conocida y de que tres cuartas partes de los ciudadanos estaban en contra), apenas hace un par de días un manifiesto de intelectuales de «izquierdas» llamaba a proteger la civilización occidental (concretamente la de Bárcenas y los EREs andaluces) de las asechanzas de Podemos y otros populistas, que amenazan con acabar incluso con la Ilustración de Voltaire. Con lo divertido que es leer a Voltaire.
Si no se ha convocado a esta nueva cruzada a los 100.000 hijos de San Luis (L’expédition d’Espagne) es porque ya no están entre nosotros. O quizás si.
Uno mira la lista de firmantes y le asaltan las dudas. No seré yo quien niegue la libertad que tiene cada cual de autodenominarse como quiera, pero ¿Era necesario poner el énfasis en eso precisamente: de «izquierdas»? ¿A cuento de qué? ¿No habría bastado con «intelectuales» o «personalidades de la cultura», calificativo muy digno y justificado en este caso, para evitar la sospecha de que estamos ante una broma de verano en forma de manifiesto de invierno?
El caso es que parece que va en serio, tan en serio como el senador McCarthy en su caza de brujas.
Y ante la falta de brujas que echar al brasero, ahí está Podemos y quienes les votan (3,73 millones de españoles en las últimas elecciones), que según todos los indicios tienen cuernos y rabo y conviene marcar con una estrella morada. Y es que es sabido que estos desaprensivos quieren acabar con la civilización occidental neoliberal, empezando por lo más sagrado: la corrupción.
Creo que en cuanto a la cuestión de quienes son los «populistas» y quiénes crean «división y exclusión» (según se predica en ese manifiesto), va a ser difícil ponerse de acuerdo. Los firmantes lo tienen claro. Otros no lo vemos igual. Porque yo me pregunto: las brechas de desigualdad creciente, la pobreza infantil y la precariedad laboral que abunda en España, fruto de la política neoliberal aplicada ¿Crean división y exclusión en la sociedad o una comunidad de destino en lo universal donde reina la armonía?
Estas cruzadas en rescate de la civilización occidental y del canon europeo en peligro (al día de hoy neoliberal y xenófobo), nos empiezan a recordar a otros salvadores históricos que sin duda no echamos de menos.
A lo mejor urge más salvar a los que se se están ahogando en el Mediterráneo huyendo de la guerra o la miseria, hombres, mujeres, y niños como nosotros; o a los que en nuestra misma sociedad se hunden por una política despiadada e inhumana.
Sobre las características de esta nueva barbarie y el comportamiento de este proceso de descivilización se ha escrito mucho. Por recomendar un par de lecturas recientes: «Contra todo esto» de Manuel Rivas, o «Estos años bárbaros» de Joaquín Estefanía. Pero podríamos remitirnos a «Algo va mal» de Tony Judt, o a los ensayos de John Gray.
Y el caso es que el pueblo español descarriado sigue apoyando en las encuestas una coalición entre PSOE y Podemos, y así no hay manera de salvar la civilización occidental, porque no se deja. El veto a Pablo Iglesias es un veto a esa opinión mayoritaria de los españoles (según se refleja en repetidas encuestas) y también constituye un veto a una representación política legítima. Con ese gesto de intolerancia hacia Pablo Iglesias, Pedro Sánchez ha envejecido en pocas semanas varios lustros, y se ha igualado a ese Albert Rivera que le veta a él.
Aún recuerdo (eran otros tiempos) en los debates televisivos previos a las últimas elecciones, cuando Albert Rivera atacaba de forma histérica e histriónica a Pedro Sánchez, y Pablo Iglesias salió en su defensa llamando educadamente a Ribera «maleducado», al tiempo que Pedro Sánchez agradecía a Pablo Iglesias el logro común de la subida del salario mínimo.
Entre los firmantes de «izquierdas» de este extraño manifiesto de verano, medio en broma medio en serio, abundan los promotores y simpatizantes de Cidadanos, que como todo el mundo sabe es un partido de izquierdas.
El caso es también que alguno de estos firmantes (de «izquierdas» como es obvio) ya defendieron en vísperas de las últimas elecciones una alianza con VOX como la mejor estrategia electoral y política, al final fallida, en eso que de forma poco original podemos llamar alianza Frankenstein.
Lo cual tiene su lógica porque como todo el mundo sabe VOX es también un partido de izquierdas que defiende la civilización occidental a caballo, camino de Covadonga, y retirando bustos de Abderraman III, a ver si hay suerte y cae del cielo otra Reconquista en que matar el tiempo ocho siglos.
Después de este manifiesto ha salido otro a la palestra, entiendo yo que más razonable y mejor argumentado, a hacerle democrática competencia al primero, y es este último el que virtualmente suscribo.
Ahí se aboga por un gobierno progresista constituido sobre el núcleo de PSOE y Podemos (que según las encuestas es el que prefieren la mayoría de los españoles), que de manera efectiva sea un freno a la barbarie neoliberal en marcha. Es decir, ese manifiesto aboga por un gobierno progresista como defensa contra la “actual” política neoliberal, la cual habría que cambiar.
Si bien debería preocuparnos que los poderes fácticos puedan imponer en nuestro país un veto a un representante elegido democráticamente, Pablo Iglesias ha preferido dar un paso atrás de forma generosa para no entorpecer la constitución de ese posible gobierno progresista.
Como dice Antón Losada en un twitt: ¿A ver qué excusa se inventan ahora?
Ahora bien, aceptar un veto tan grave conlleva una contraprestación clara e irrenunciable: un programa de gobierno auténticamente socialdemócrata (el gobierno de Sánchez se define como “socialista y de izquierdas”), que por una parte envíe las reformas laborales de la derecha (PPSOE) a la papelera de reciclaje; que exija la devolución del dinero público prestado a los bancos de la estafa financiera (entre otras cosas para combatir la pobreza infantil y ayudar al mantenimiento de los servicios públicos); que acabe con la precariedad laboral, y dentro de esta, que dé solución justa a los cientos de miles de interinos de los servicios públicos estafados por un fraude de Ley; que acabe con las puertas giratorias; que reduzca drásticamente el número de aforados (al nivel de Alemania por ejemplo); que haga de la ecología y el cambio climático eje principal de sus preocupaciones; que avance en la defensa de los derechos de las mujeres; que nacionalice los servicios esenciales (ej. energía) que con la actual privatización se han convertido en un artículo de lujo, donde reina el desorden y uno intuye que el saqueo, etcétera, etcétera.
La verdad está muy repartida y habita en todos los sitios y en ningún parte. Esto lo aceptamos, pero si hablamos de política y de política económica, hay que reconocer que en los años ochenta se produjo un desplazamiento salvaje hacia la extrema derecha que al día de hoy (vistos los efectos sociales catastróficos y las repercusiones climáticas) conviene corregir. Esa es la misión perentoria de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, o de PSOE y Podemos.
En todo caso, si no es ese el camino en el que va a colaborar PODEMOS, yo no apoyaría al candidato Pedro Sánchez. Es una opinión.
Posdata: El testamento político de Tony Judt
https://elpais.com/diario/2010/10/23/babelia/1287792763_850215.html