[dropcap]A[/dropcap]l día siguiente me dirigí a la alcaldía y cometí mi primer error. Aparqué en la zona reservada a la Corporación y al volver me habían puesto una multa. En el Ayuntamiento un guardia municipal me dio el alto y me preguntó qué hacía allí, que aquel lugar estaba reservado solamente para el alcalde. Pregunté por los miembros de la Corporación y me di a conocer. El guardia no me reconoció a pesar de haber salido tantas veces en la primera página de los periódicos, todavía me faltaba mucho para ser una figura popular.
Me recibió Alejandro Pariente Lamas, alcalde accidental. Ocupaba el cargo desde hacía unos meses, desde la dimisión del titular, Pablo Beltrán de Heredia, catedrático de la Facultad de Derecho. Estuvo muy amable. Hablamos de los preparativos de mi toma de posesión.
Desde el 3 de abril hasta el 19, día en que tomé posesión del cargo en un Pleno solemne, pasaron 16 días en los que se especulaba con la posibilidad de que alguno de nosotros o del PC votara en blanco posibilitando que Pilar fuera la alcaldesa. Decidimos que los votos fueran a la vista de los compañeros para evitar cualquier sorpresa,
A mi toma de posesión asistió mi padre. Mi madre, que estuvo en la de mi cátedra en la Pontificia, se negó a acompañarme. Consideraba que la política era peligrosa y le parecía que estaba corriendo un riesgo. Mi discurso fue de recuerdo a mis antepasados democráticos y desgrané lo básico del programa electoral. Incidí en que mi alcaldía iría dedicada a los más pobres y desposeídos de la ciudad.
Pilar me contestó con un discurso agresivo. Dijo que el pueblo de Salamanca se iba a acordar de no haber votado su opción. Se montó un revuelo en el salón de recepciones con algún insulto para la interviniente. Para poner orden en la sala tuve que emplear toda mi energía.
A continuación pasé a mi despacho por donde fueron desfilando los funcionarios de alta graduación. Ante mí fueron llegando el secretario, el oficial mayor, el interventor de fondos y el depositario. Cuando marchaban, y antes de que entrara el siguiente, anotaba en un papel el cargo para luego consultar en casa su función. Fue entonces cuando comprendí por qué había tantos licenciados en derecho dedicados a la política, ellos han estudiado todos estos pormenores. Yo era un médico dedicado a la foniatría, materia muy alejada de las funciones del oficial mayor o del depositario de fondos.
El momento más entrañable lo viví cuando me pasaron al conductor de la alcaldía, Pepe. Era amigo de toda la vida. Lo había conocido en la campaña de alfabetización de Pizarrales. Éramos amigos de pandilla, de salir los domingos, de ir a los guateques que organizábamos en el club de Bordadores, en lo que hoy es el Camelot. Pepe era sindicalista de UGT, al igual que su padre, y siempre había simpatizado con la izquierda.
Entró en el despacho y comenzó a tratarme de usted. Me dirigí a él con afecto y le dije que era yo, Jesús Málaga, y que aunque ahora era el alcalde no había cambiado para nada nuestra relación de amistad. Me intentó convencer de que la cosa era distinta, y me daba razones que para él eran de peso. Tardó un tiempo en confiarse, pero volvimos a ser amigos como siempre. Lo primero que hice fue sentarme adelante y no atrás como hacían las autoridades siempre que montaban en un coche oficial.
Murió una noche de septiembre, después de un día de intensa actividad de las Ferias salmantinas. Había estado en los toros acompañándome y lo encontré triste, pero no le di importancia. De madrugada nos llamó su mujer dándonos pormenores de sus síntomas. Ingresó en el hospital con un accidente cerebro vascular del que no logró salir. Perdí un amigo. Con este recuerdo quiero dejar constancia de su fidelidad y buen trabajo. Su sucesor, Domingo, fue un hombre competente, bueno y trabajador. Llegamos también a ser amigos. Dedicado a su trabajo y a su familia, Domingo dejo el pabellón de los conductores de alcaldía muy alto.
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