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Opinión

El FMI (II)

Sede del FMI.

Del sistema monetario internacional frustrado, a la moneda global

En la efemérides de los 75 años de la creación del FMI, iniciábamos este artículo del que hoy presentamos su segunda entrega. Así, después de analizar los antecedentes y la fundación del FondoI en la Conferencia de Bretton Woods, hoy veremos los fundamentos de la institución y su deriva hasta el final histórico del Sistema Monetario Internacional (SMI) en 1973.

Las normas del FMI 1

El sistema monetario internacional, tal como se configuró en el Convenio constitutivo del FMI, y en sus modificaciones, textos complementarios y relaciones diversas con otras unidades, consistía teóricamente en un patrón de cambios-oro cuyas bases se regulaban por normas específicas sobre paridad de las monedas, su modificación (devaluaciones o revaluaciones), y algunos preceptos librecambistas en lo relativo a las restricciones comerciales y controles monetarios. A continuación nos referimos a cada uno de estos aspectos.

  • La fijación de la paridad de cada moneda nacional con el oro y el dólar. Cada país miembro del FMI venía obligado —salvo en circunstancias excepcionales— a declarar el valor de cambio de su moneda en términos de gramos de oro fino (es decir, puro al 100 por 100) y asimismo en relación con el dólar, cuya paridad en 1944 era de 35 dólares por una onza troy de oro fino (equivalente a 31,10 gramos). El establecimiento de la paridad, que implicaba la aspiración de mantener un cambio prácticamente fijo, comportaba además la obligación de adoptar y aplicar las medidas para sostenerlo efectivamente. De forma que el cambio real no se apartase, en más o en menos, del 1 por 100 del tipo central declarado.
  • El cambio de paridad, por devaluación o revaluación, debía ajustarse a determinados requisitos, siempre previa consulta con el FMI. Hasta un 10 por 100 de modificación, el cambio de paridad podía hacerse sin que el FMI pudiera poner objeciones. Pero en caso de que la variación fuese superior a ese porcentaje, el país en cuestión debía comunicarlo al FMI, demostrando que no se encontraba en dificultades simplemente transitorias, sino que se enfrentaba con la necesidad de corregir un «desequilibrio fundamental» de su balanza de pagos.
  • El artículo VIII del Convenio constitutivo del FMI, en congruencia con las aspiraciones de facilitar la expansión del comercio internacional, establecía que, en principio, los Estados miembros deberían garantizar el comercio multilateral libre, sin restricciones de ninguna clase, así como la convertibilidad exterior de sus monedas.

El sistema monetario internacional dirigido: el Patrón Dólar

Las líneas de liquidez mencionadas hasta aquí, vinieron a dotar al sistema de consistencia suficiente para resistir los embates de desconfianza, que desde 1960 se acentuaron por el crecimiento del peso del dólar dentro del Patrón de cambios-oro. Concretamente, entre 1949 y 1968, los dólares-billete, en el exterior de EE.UU., pasaron de 6.400 a 35.700 millones, y durante el mismo lapso las reservas oro en poder de EE.UU. se contrajeron de 24.600 a 10.400 millones de dólares, un desequilibrio amenazador para los fundamentos del FMI.

Esa expansión fiduciaria del dólar se vio consolidada por medio de una serie de acuerdos bilaterales de Estados Unidos con varios Bancos Centrales (excepto el de Francia, que estaba, con De Gaulle y Rulff por la vuelta al patrón oro clásico), en virtud de los cuales estos últimos renunciaron a reclamar la convertibilidad de sus reservas de dólares. Esas medidas fueron las que en buena medida permitieron la fuerte penetración norteamericana en todo el mundo capitalista a lo largo de las décadas de 1960 y 1970, con más dólares para comprar activos o realizar otras inversiones, de los que no habría sido posible disponer de haberse mantenido la relación oro/dólar.

Ante una situación como la expuesta, de creciente desconfianza frente al dólar y de persistentes presiones en pro de su devaluación, las alternativas del Gobierno de Washington eran dos. Por un lado, elevar el precio del oro, aumentando con ello el valor nominal de su reserva oro, sin un solo gramo más de metal. De otro lado, EE.UU. podía tender a recrecer su reserva de oro, sin incrementar su precio, a base de eliminar el déficit de su balanza de pagos y acumular metal en grandes cantidades.

La última solución no resultaba posible sin restringir de forma drástica las inversiones exteriores norteamericanas y sin variar el signo armamentista de la política exterior de EE.UU. como gran gendarme internacional durante lo que era la Guerra Fría desde 1947 (guerras de Corea y del Vietnam). La alternativa en cuestión resultaba difícil, debido a la compleja estructura de la economía norteamericana, necesitada de amplias importaciones, y al propio tiempo con fuertes exportaciones de capital.

En síntesis, las dos alternativas eran igualmente poco deseables para el poderío norteamericano. La salida, pues, apenas ofreció dudas: reforzar el FMI para inyectar en él un componente adicional (Derechos Especiales de Giro, DGE) que en lo sucesivo permitiese proseguir el funcionamiento del sistema monetario internacional basado en el patrón dólar de cambios-oro. Un patrón, por lo demás, más teórico que real, debido a los ya computados compromisos adquiridos por parte de buen número de los bancos centrales occidentales de no reclamar a EE.UU. la conversión de sus reservas de dólares en oro.

Llegamos así a una doble conclusión: desde un principio, el Sistema Monetario Internacional (SMI) estuvo gobernado por los intereses expansivos de EE.UU.; por otra parte, el FMI fue separándose de los esquemas tradicionales del Patrón Oro, e ir transformando paulatinamente el sistema monetario internacional en un patrón fiduciario internacional con base en el dólar.

Con el instrumento de los DEG —que pasamos a estudiar— se entró en una nueva fase, la de un Patrón monetario internacional dirigido. Dirigido también por EE.UU.

El déficit de la balanza de pagos de EE.UU.

Abramos ahora un breve inciso en el hilo de los acontecimientos para subrayar que si bien el signo más claro de la ulterior crisis monetaria de 1971 fue la declaración de no convertibilidad del dólar, ésta tenía sus causas en la ya subrayada expansión del déficit de la balanza de pagos de los EE.UU.

Entre 1951 y 1971, la balanza se liquidó siempre con déficit, excepto en 1957 y 1968; con una media anual de 2.700 millones de dólares entre 1961 y 1970. Tan ingentes salidas netas eran imputables a la inversión de capitales por parte de las multinacionales de EE.UU., y más que nada a los gastos militares ocasionados por la guerra de Vietnam, que Washington DC abonaba en dólares en el exterior, directamente por sus importaciones para el esfuerzo bélico. En el cuadro 1 se resumen, año a año, los gastos militares exteriores y el déficit total de la balanza de pagos. La correlación entre ambas magnitudes es más que evidente.2

Como resultado final de esta evolución de la balanza de pagos de EE.UU., en 1971 había unos 62.100 millones de dólares fuera del país, la mayor parte circulando en forma de eurodólares y eurobonos frente a sólo unas reservas de 10.500 millones de dólares en oro en el Fort Knox.

No es extraño, por tanto, que creciesen los rumores sobre la futura devaluación del dólar, especialmente después de la declaración de su no convertibilidad en agosto de 1971. Inconvertibilidad que se acompañó de un paquete de medidas económicas de defensa del dólar, lo que ponía más de relieve su crítica situación: fijación de una sobretasa para las importaciones en EE.UU. de un 10 por 100 de aumento de los derechos arancelarios, congelación de precios y salarios por tres meses, y petición al FMI de que acelerase los trabajos para la reforma del sistema monetario internacional. Sin embargo, todas esas medidas resultaron insuficientes por la intensa presión sobre el dólar a que antes hemos aludido. La decisión final, que estaba latente desde varios meses antes, se adoptó finalmente en diciembre de 1971, por el Presidente Nixon.

Las devaluaciones del dólar de 1971 a 1973

Coincidiendo con la reunión del «Grupo de los Diez» —los mayores bancos centrales que colaboraban con el FMI— en Washington, el 18 de diciembre de 1971 se decidió fijar la nueva paridad pasando de 33 a 38 dólares por onza troy, lo que equivalía a una devaluación de un 7,89 por 100. Casi simultáneamente, se produjo una realineación general monetaria, con revaluaciones en el caso del DM, del yen y del florín holandés.

No obstante, la decisión no resultó suficiente, pues a lo largo de 1972 prosiguieron la especulación contra el dólar y el déficit de la balanza de pagos de los EE.UU. De modo que se hizo necesario un nuevo ajuste que se produjo en febrero de 1973, con una segunda devaluación que en este caso fue de un 11,10 por 100, al pasar la paridad de 38 a 42,22 dólares la onza.

Consecuencia de ello fue la flotación de algunas monedas que por ese procedimiento, antes de fijar una nueva paridad del oro, aspiraban a encontrar su nivel más idóneo en función de las fuerzas del mercado. Y como el mercado estaba absolutamente distorsionado por las ingentes masas de eurodólares, el resultado no fue sorprendente: aunque los más optimistas pensaban que se trataría de flotaciones de breve duración, lo cierto es que se prolongaron indefinidamente, generalizándose a gran número de países. Se había acabado el SMI del patrón de cambios oro-dólar.

En última instancia, la flotación vino a significar el virtual abandono de la regla básica del FMI: la estabilidad de los cambios. Y ello, a pesar de que coincidiendo con la primera devaluación del dólar, los directores del FMI acordaron, en diciembre de 1971, ampliar las bandas de fluctuación de las monedas respecto de su tipo de cambio central, pasando de 1 por 100 en más o menos (Convenio del Fondo), al 2,25 por 100 por encima o por debajo.

Con la medida indicada se pensó que podría resolverse en parte el problema de muchos países que por el estrecho margen de fluctuación del 1 por 100 se veían continuamente acosados por el riesgo de devaluación o revaluación y en la necesidad de intervenir en los mercados monetarios internacionales para sostener un cambio tan «excesivamente rígido» de sus valutas. Con la holgura de 2,5 puntos más en la fluctuación —se afirmaba—, las necesidades de intervención serían menores.

Sin embargo, todas las medidas internacionales que hemos comentado no representaron una solución definitiva. La verdad es que los abusos de EE.UU. respecto de los pactos de Bretton Woods habían sido demasiado graves como para resolverlos con unos simples reajustes. El precio del oro en el mercado libre, por primera vez en la historia, llegó a 134 dólares la onza troy en los primeros meses de 1973.

Así pues, a partir del 14 de noviembre de 1973, las paridades oro fijadas en el FMI se convirtieron en puramente simbólicas, prevaleciendo los cambios flotantes. En 1976, en las llamadas Reglas de Jamaica, se acordó la defunción definitiva del SMI mantenido desde 1944. No obstante, el FMI sigue funcionando como agencia económica de las Naciones Unidas.

Terminaremos la semana próxima con el panorama que se abrió en 1973 en el escenario monetario internacional y, hasta entonces, el autor queda a disposición de los lectores en castecien@bitmailer.net.

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1Las normas iniciales del FMI se modificaron sustancialmente en dos ocasiones. La primera en 1968 para introducir los Derechos Especiales de Giro. La segunda en 1978 para legalizar la flotación de las monedas y para desmonetizar el sistema monetario internacional.

2Los datos del cuadro proceden del artículo de Max Ikle «La crise du système monétaire», del Bulletin de l’Union de Banque Suisse, Zurich, septiembre de 1971.

* Relativamente, claro está. De hecho, el oro sigue sirviendo de referencia de mercado de la cotización del dólar.

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