– Después de leer lo que escribió sobre la laguna de Salave me da la impresión de que usted es muy escéptico sobre las leyendas…
– Pues se equivoca. Lo que soy es crítico sobre ellas. Digo como los gallegos: «Eu non creo nas meigas, mais habelas, hailas«. Y si de verdad no las hubiese habría que crearlas…
– ¿Cómoo?
– Sí. ¡Crearlas! Vera usted. Cuando el Hombre empezó a pensar en el porqué de las cosas de la Naturaleza abrió una Caja de Pandora que desató los vientos del Racionalismo. Éste se fue agrandando más y más hasta llegar a los tiempos de ahora, en que sólo se cree en aquello que se ve. Y muchos, muchísimos piensan que los seres humanos no somos sino máquinas imperfectas, y que, al morir, iremos a un basurero donde esas máquinas se oxidarán hasta no quedar nada de nuestros cuerpos. Y de nuestra alma, ¿qué? Pues muy sencillo. ¡Con negar su existencia, todo resuelto!
-¡Caramba! ¡Qué categórico está usted hoy!
– Mire. En cierta ocasión le otorgaron a don Gonzalo Torrente Ballester un premio, que consistía en un aparato grabador. A don Gonzalo aquello le hizo mucha gracia y dijo lo de las meigas que le comenté antes –él era un gran gallego y un gran español–; poniéndose el aparato al oído, nos aclaró que lo hacía para ver si las oía. «Esos ruidos raros –dijo– que salen a veces de estos chismes son las voces de las meigas, que quieren decirnos algo«.
– ¡Qué grande, don Gonzalo!
– Sí. Y volviendo a lo de si hay alma o no. Hoy las máquinas pueden vencer, jugando al ajedrez, a todo un Campeón del Mundo, pero… ¿podría escribir aquello de «…y muero porque no muero«, o aquello de «…como nos llega la muerte, tan callando.»?
– ¡Desde luego que no! ¡Tiene usted razón! ¡La Poesía es la máxima expresión del alma! ¡Y no nos olvidemos de las otras Artes! ¡Si existe la Poesía, que evidentemente existe, existe también el Alma! ¡Las máquinas no pueden poetizar, no tienen alma!
– ¡Exactamente! Pero alguien dirá que no todos pueden escribir poesía. ¿Es que ellos no tienen, entonces, alma? A lo que responderé que sí la tienen, escondida, latente, pero la tienen. Con un sólo Hombre que tuviera el don de la Poesía, salvaría de la irracionalidad a toda la especie. Y ahí tenemos nada menos que a Teresa de Ávila y a los infinitos poetas, mejores o peores, que demuestran que no somos máquinas.
«Y aquellos que han sido tocados por el Dedo de Dios, por el mal de alzhéimer, lo demuestran también, en la presencia de sus cuidadores. ¡Ellos sí que demuestran tener alma!
«Y el alma de los enfermos… ¿es que se va apagando, como una vela? ¡No! Si el alma existe, que sí existe, como existe la Poesía, no se puede borrar. Lo que se borra es la capacidad de recordar. Así lo escribió magistralmente el gran Antonio Machado: «Cuando recordar no pueda, / ¿dónde mi recuerdo irá? / Que una cosa es el recuerdo / y otra cosa el recordar.»
– ¡Usted sí que tiene alma!
– ¡Naturalmente! ¡Cómo que soy Hombre!