– ¿Sabe que su leyenda de los «espectros de Salave» ha causado sensación?
– No me extraña. Parece que es como si algo faltase en una zona tan veraniega como es la de Tapia de Casariego. ¡Pues ya tienen su leyenda!
– ¡Y tanto! No sé si sabe que cuando era estudiante estuve en el T.E.U. Y durante algún tiempo después me dediqué a organizar festivales y festejos veraniegos por los pueblos. Pues recordando aquellos tiempos se me ha ocurrido que el argumento, retocado, podría servir para montar un espectáculo turístico. Incluso lo he pergeñado por encima…
– ¿Ah, síii? ¿Y cómo es eso?
– Pues verá usted… Se puede organizar en un escenario provisional o, incluso, en una playa o en una plaza, colocando sillas… Habría que presentarlo para sesión nocturna, y es muy importante el juego de luces. ¿Estamos?
-Sí. Sí. Siga…
– Con una luz tenue, un locutor explicaría que allí, hasta el siglo III, hubo una mina de oro cuya explotación fue abandonada cuando dejó de ser productiva y que sólo quedó un vigilante, Mateo, algo trastornado, que tenía la obsesión de vestirse con una vieja armadura de legionario romano muy gastada y un casco hecho con un cazo. Llevaba en vez de espada un cuchillo de cocina y, como jabalina, un palo aguzado o un tridente de acarrear… Esa sería la primera escena o cuadro: el legionario paseando grotescamente y avistando el panorama con paso marcial…
«La siguiente escena, explicada por el locutor –como todas las demás–, tendría como protagonistas una meiga, vestida de negro y con un gorro puntiagudo, cocinando brebajes en un puchero y pidiendo a su hija, Drusila, que fuese al bosque a buscar tal o cual hierba… Drusila viste una prenda romanoide que luce sus encantos y calza unas sandalias de cintas por la pierna. Entre escena y escena se hace la oscuridad, por supuesto.
«Tercera escena: Drusila es sorprendida en el bosque por Mateo. Prescindamos de la violación y presentemos al «romano» como un loco furioso que se abalanza sobre la muchacha y la estrangula. Después, la coge en brazos y la deposita en algo que represente la laguna. Podría ser, simplemente, un tablero de cuatro a seis metros, pintado alegóricamente…
«Cuarta: La meiga, haciendo extravagantes gestos, pregunta al puchero que qué ha pasado con Drusila, y aparece ella, que con voz macabra dice que ha sido asesinada por Mateo, el «romano». La meiga lanza una terrible maldición.
«Quinta: Drusila, desde la laguna, llama a Mateo con voz fantasmal y éste, como un sonámbulo pasa donde está ella, la abraza y se hunden tras las tablas.
«Sexta: Mateo, desde la laguna, con voz tétrica, llama a Drusila. Un campesino pasa por el escenario y mira. Mateo hace gesto de arrojarle la jabalina.
«Séptima: El campesino cuenta que vio al «romano». Habla como tosiendo, cada vez más, hasta que se agota, y muere.
«Octava: Un niño, vestido con ropas campesinas y calzón, como del siglo XVIII, se mueve por el escenario gritando «Silca«. Se ilumina la imagen del «romano» en la laguna y el niño le pregunta si ha visto a su perro. El «romano» va desapareciendo despacio haciendo gestos, sin hablar, como si se estuviese ahogando. El niño entra en la laguna…
«Novena: Unos campesinos, dos o tres, se mueven rápidamente por el escenario, entrechocándose y no dejando de gritar «Cristóbal» y «Bal«.
«Y décima: Un veraneante, vestido a la moda de hoy, se pasea por el escenario mientras, desde la laguna, se oye la voz del niño llamado a Silca… Fin de la obra.
«Y como colofón, después del saludo de los intérpretes, todos vecinos del lugar, puede organizarse una «caimada» que se podría servir en unos pucheritos de barro en los que se ha escrito «Festival de los espectros de la laguna» o algo similar. Se podría poner un precio simbólico para estos cacharritos. ¿Qué le parece?
– Pues me parece muy bien. Yo podría hacer el guión para el locutor. E incluso poner la voz y presentarla en «play-back» con música de fondo que podría ser tomada de «Una noche en el Monte Pelado». Habrá que proponerlo al ayuntamiento de Tapia de Casariego. ¡Ya veremos qué pasa! Y, por cierto, ¿Sabe usted que en la playa del Figo apareció una ballena la semana pasada?
– Sí. ¿Y la pudieron sacar para hacerle la necropsia y limpiar el esqueleto para exponerlo luego?
– Bueno… Hubo un percance inesperado. Parece ser que un barco la remolcó por el mar, enganchando a la ballena por la cola. ¡Hasta aquí sin problema! Pero al llegar a Navia, la quisieron izar verticalmente por la cola. Y cuando ya estaba levantada, el enorme peso de la ballena, aumentado por estar fuera del agua –demos un repaso al «principio de Arquímedes«–, hizo que se rompiese la cola y cayó «de morros» contra el suelo. Supongo que se fracturaría la mandíbula y puede que el espinazo. ¡La grúa aguantó, pero la ballena, no!
– ¡Hombre! ¡Qué lástima! ¡Vaya pena que tendrán por su fracaso!
– ¡Tiene usted razón! ¡Equivocándose aprende la gente! Supongo que a la próxima ballena, desde el principio, la arrastrarán horizontalmente para subirla al camión, o a lo que sea el medio de transporte. Me contó Segundo Martínez Jarén que hace muchos años otra quedó también varada en El Figo y que el olor de la descomposición llegaba hasta su granja durante varias semanas. Pero… ¿cuándo vendrá otra ballena, atraída sabe Dios por qué, a morir a esta apartada y solitaria cala?