[dropcap]O[/dropcap]tro suceso de los primeros días de mi alcaldía fue el derribo de la Casa de la Concordia, en la calle de San Pablo. Se trataba de una de las casas palaciegas donde, según la tradición, se había firmado la paz de los bandos propiciada por San Juan de Sahagún, el agustino patrón de Salamanca. Acogido a las normas del último Ayuntamiento franquista, el propietario aprovechó los días de nuestra toma de posesión para acometer el derribo. Supuso la desaparición de una buena parte de la muralla romana en el patio trasero de la casa. Enterados por la prensa me personé en la obra y logré pararla. Pero ya era demasiado tarde, un boquete en la muralla y la desaparición del interior del palacete fueron las heridas de aquel episodio lamentable. El solar resultante ha dejado paso a un colegio mayor de religiosas que da al patio de acceso a la torre del Marqués de Villena y a la Cueva de Salamanca. De la casa queda solamente la portada con un arco de medio punto donde se ha escrito con pintura de sangre de toro el lema de la concordia. Esta casa perteneció a la familia de los Paz, de ahí también la explicación de su nombre: casa de la concordia.
En aquellos meses tuvimos que funcionar con las leyes municipales franquistas. Así se explica que en la primera Comisión Permanente estuvieran presentes concejales de los tres partidos representados en el consistorio y no, como sería lógico, por los que conformaban el grupo de Gobierno.
Si todo esto ocurría con el urbanismo, podemos imaginarnos los problemas surgidos en otros asuntos menos importantes. No existía una política turística, ni comercial, ni de medio ambiente. El resto de las gestiones eran completamente desconocidas.