“Algo va mal”, que diría Tony Judt. Todo lo que parecía sólido se está derrumbando, nos advierte Muñoz Molina. “Estos años bárbaros” solo conducen a la barbarie, opina Joaquín Estefanía. La palabra de moda es “colapso”. Y lo más preocupante: los bárbaros que propician ese colapso somos nosotros.
Comienza a ser frecuente toda una literatura sobre el colapso que se avecina, y las reflexiones sobre el desconcierto general se postulan ya como una nueva rama de la filosofía, quizás la más importante y sin duda la más urgente.
Nos pilla mal porque el apocalipsis tiene mala prensa, como si fuera cine barato de serie B, de ínfima calidad y poco creíble, además de repetitivo, pudiendo encuadrarse despreciativamente y desde una perspectiva “olímpica” en el genero “paranoide”.Sin embargo los nuevos autores son gente preparada, académicos de prestigio, premios nobel, científicos de primer nivel, y el panorama que nos presentan –poco halagüeño- no parece ya una ficción gratuita inspirada por una mala digestión o un fracaso amoroso, sino que se apoya en datos contrastados y estudios serios. Esto lo cambia todo.
Como consecuencia, las dudas y el estupor sobre nuestro presente y nuestro futuro se extienden como una mancha de aceite que asfixia el horizonte; los problemas se empujan y retroalimentan unos a otros, y si hemos de dar crédito a pesimistas bien informados, como James Lovelock (el autor de «Gaia» y “La venganza de la Tierra”), tendremos que asumir que el mecanismo del desastre puesto en marcha es ya irreversible, y que hemos entrado en la fase desagradable y poco digna del sálvese quien pueda.
Las soluciones ordinarias, las soluciones locales, las soluciones de costumbre ante este naufragio general, ante este nuevo desorden mundial, fuera de control, son ya inútiles.
De la misma forma que las tormentas de polvo del Sahara llegan cada vez con más insistencia e intensidad a nuestras latitudes, debido al desorden climático, rebasando cualquier frontera, así las riadas de seres humanos desesperados, comienzan a ser una constante de nuestro tiempo y síntoma principal de la crisis global.
Y todo ha ocurrido muy deprisa, como si la burbuja que nos nublaba la vista nos hubiese reventado en la cara. Estábamos entretenidos -ciegos, sordos y mudos- ante la pantalla del Gran Hermano. De ahí la sorpresa, de ahí la incertidumbre, de ahí el desconcierto.
Ahora el camino se ha llenado de Pablos derribados del caballo.
Cuando no se han tirado de él en marcha, viendo que galopaba veloz y sin freno hacia el precipicio.
Solo a unos botarates, con bastante parte de fanáticos, se les podía ocurrir que la economía podía desplegarse sin regulación alguna, sin límites ni frenos, “sin complejos” y al margen de las consecuencias sobre el planeta y las vidas que lo habitan.
Todo parece indicar que esta nueva crisis, diferente a las anteriores y que coincide con una “sexta extinción” ya en marcha, es de origen antropogénico, y por tanto tiene una relación directa con el modelo económico y social por el que hemos optado, guiados además por un dogma poco meditado, cuyo principal motor es el “egoísmo”, aspirando incluso a su “globalización”. No tenemos abuela.
En este tipo de iluminación repentina sobre el desastre provocado, iluminación a destiempo, con su toque de farsa y oportunismo, habría que situar las reflexiones recientes de Felipe González, según aparecen en una sorprendente entrevista de «El País»: “El capitalismo triunfante está destruyéndose a si mismo”.
La habilidad de este político para caer siempre de pie, situándose al margen de los fracasos propios y a la cabeza de los éxitos ajenos, falseando si fuera necesario para ello los hechos, es inaudita.
Tanto él como el sector del PSOE que inspira, son incapaces de autocrítica.
González fue colaborador necesario y entusiasta del modelo capitalista que ahora critica, y respecto a la revolución reaccionaria que impulsaron y pilotaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la actitud de nuestro «socialista» no fue la de impotente y simple seguidismo, sino la de convencido acólito, bien recompensado -como tantos de sus corifeos- por algunos de esos mecanismos giratorios de pago de favores que caracterizaron y aún caracterizan a esa «revolución» hacia atrás.
Esa supuesta revolución “liberal”, con su postizo anexo de la “tercera vía”, además de no considerar el planeta y su equilibrio ni siquiera como variable de la ecuación, ha permitido y alentado en última instancia el secuestro del poder político por los dueños del dinero, determinando la actual decadencia de las instituciones libres y democráticas. El “mercado” es nuestro “Gran Hermano”, y sus apóstoles son los “Padres de la patria”.
Es muy fácil ahora colgar el muerto a Trump, como hace González en esa entrevista, pero Trump es el digno heredero de Reagan, de Thatcher, y de los “socialistas” postizos de la tercera vía.
Sobresale y sorprende en esa entrevista la queja sobre la falta de reglas, sobre la ausencia de normas, también dentro de Europa, pero es que el dogma principal del neoliberalismo, tan grato a González (que ahora se queja), es ese: la ausencia de normas, la falta de escrúpulos, la selva como objetivo y paradigma, y la recompensa infame de la trampa.
A la estafa la hemos embellecido llamándola crisis, para no desacreditar el catecismo neoliberal.
En cuanto a las tensiones centrífugas del desorden, con sus Brexit y demás huidas, González, el experimentado político ¿esperaba que un modelo cuyo paradigma es la selva, que promueve la desigualdad extrema, y transfiere la riqueza económica desde los más pobres y la clase media a los superricos, era coherente, estable?
Sin duda la crisis del 2008 se resolvió mal, como dice González, pero quien reformó el artículo 135 de la Constitución sin pedir permiso a los españoles fue su partido. Y quién rescató a los autores de la estafa dejando en la estacada a sus víctimas, fue también su partido “socialista”, el cual también puede presumir de que perpetuó el engranaje de la estafa sin ningún amago de autocrítica. Y todo ello en perfecto tándem con el PP, uno de los partidos más corruptos de Europa.
Si de privatizaciones y oligopolios subsiguientes se trata, con su abuso en la facturación y promoción del maltrato laboral, González se arriesga a mentar la soga en casa del ahorcado. No le importa. Y es que la precariedad laboral y el abuso tomó especial impulso durante sus gobiernos, a rebufo de la revolución reaccionaria de los ochenta, con la que siempre comulgó y dijo amén.
Claro que sabemos lo que pasa ¿Por qué no se reacciona? pregunta retóricamente González (pregunta retórica porque conoce de primera mano la respuesta). No se reacciona porque el poder político se ha vendido al poder del dinero; porque nuestros “representantes” frecuentan las puertas giratorias y traicionan el mandato democrático; porque se ha dado un golpe mortal a la democracia.
Antes de las elecciones los políticos dicen una cosa, al día siguiente se ponen a las órdenes de sus amos: los dueños del dinero.
¿Recuerdan lo que prometía en un pasado no tan remoto Pedro Sánchez sobre la reforma laboral? ¿Y recuerdan quienes son los fautores de las reformas laborales (sendas) en nuestro país, cuyo principio guía es el maltrato y la precariedad laboral?
Como ustedes saben, para los neoliberales (el “capitalismo triunfante”) el problema es el Estado. Sin embargo ahora el Estado resulta ser –y de ello nos informa González- “un espacio público compartido que se llama España”. ¿Pero se puede compartir un espacio publico llamado España desde la desigualdad extrema y el ataque a lo “público”? Parece que no. De esas incoherencias, de esas imposturas, procede el fracaso actual.
Aún hoy, con lo que ha llovido y todo un desierto por delante que atravesar, los apóstoles de ese modelo fracasado (entre ellos González) nos quieren vender una vez más su principal instrumento: la “gran coalición”, esa inefable alianza entre los políticos corruptos y el dinero desregulado.
Y ya saben cual es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra.