[dropcap]E[/dropcap]n los días previos a la toma de posesión de la nueva Corporación, mantuvimos negociaciones con los tres concejales comunistas que gobernarían con nosotros. Fueron duras y largas. Me incorporé cuando estaban finalizadas para firmar el acuerdo y dar mi conformidad. Las relaciones con ellos fueron excelentes. Pepe Castro conserva todavía los documentos firmados. Aquellas largas sesiones no preludiaban las excelentes relaciones de amistad que surgirían con Agustín Muños Cidad y José Castro Rabadán. Pepe ha sido siempre un hombre de intuiciones y fue el único que intuyó el triunfo de la izquierda en las elecciones municipales de 1979.
José Castro Rabadán fue nombrado segundo teniente de alcalde, y con sus conocimientos políticos y de derecho fue de gran utilidad. Agustín Muñoz Cidad se encargó de la difícil tarea de la economía del Ayuntamiento, de hacer cuadrar los ingresos con los gastos sin recurrir a un déficit excesivo. Agustín era brillante en sus exposiciones y convincente a la hora de explicar a la población las medidas impositivas que eran necesarias aplicar para dotar de servicios básicos a la ciudad. Tengo un recuerdo grato de los tres concejales comunistas de 1979. Goberné agusto. Posteriormente, José Castro y Agustín Muñoz entraron en el Partido Socialista, y Tomé Argüeso formó parte del partido reformista de Roca.
En el grupo municipal de la Unión del Centro Democrático se produjo una escisión, dos de sus concejales pasaron al grupo mixto. UCD consiguió nombrar a sus sustitutos, pero los rebeldes conservaron su acta. La situación del Ayuntamiento al final del primer mandato fue peculiar, habíamos comenzado 27 concejales y terminábamos 29. Tuvimos que hacer sitio en el salón de Plenos para acoger a los nuevos ediles. Entre los concejales que abandonaron UCD estaba Nicolás Cifuentes, un viejo simpático, listo, con una vida singular, que había optado por Suárez, pero que se encontraba bien en compañía de los socialistas.
Comenzamos gestionando todo a la vez, intentando sacar adelante lo que surgía en el día a día. Para los salmantinos lo más lucido fue la política del betún. Se asfaltaban calles de día y de noche, se urbanizaban barrios enteros y se colocaban aceras donde no las había. Comenzamos a ser muy populares y aceptados, hasta que llegaron, como en toda obra humana, los problemas. El movimiento vecinal era muy activo a finales del franquismo. Pizarrales, Garrido, Chamberí-Alambres o San José, por citar solamente algunos barrios, mantenían asociaciones de vecinos muy reivindicativas, que nos exigían mucho porque esperaban también mucho de nosotros.