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Opinión

El hombre y la Tierra

Foto. Pixabay.

 

[dropcap]Ú[/dropcap]ltimamente no dejo de pensar en las consecuencias de nuestros actos a nivel medioambiental. Como para no reflexionar sobre ello si uno sigue mínimamente la actualidad.

 

Las personas elegimos constantemente entre diferentes opciones posibles, muchas veces sin ni siquiera ser conscientes: dónde compramos nuestros alimentos, qué tipo de transporte utilizamos para desplazarnos o si nuestra ducha diaria dura tres minutos o veinte. Decisiones que llenan nuestro día a día y que a largo plazo tendrán unas consecuencias u otras. Las queramos aceptar o miremos hacia otro lado. Y me da la sensación que muchas veces acabamos optando por la segunda opción o por justificarnos.

Y es que ser totalmente conscientes de las consecuencias que conllevan cada una de nuestras acciones nos amargaría literalmente la vida. Nos pasaríamos el día sintiéndonos culpables.

Pongamos el ejemplo de uno de los asuntos más en boga: el uso de plásticos. La inmensa mayoría sabemos lo mucho que contaminan y perjudican al planeta. Ante ese hecho, encontramos un continuum de reacciones: hay quien todavía niega que el cambio climático exista, quien recicla pero no realiza ninguna acción más, quien lleva sus bolsas reutilizables al súper, quien compra en establecimientos libres de plásticos o quien decide eliminarlos de su vida y vivir sin ellos. Y cada cual elige con qué acción se siente más cómodo.

Entonces es cuando me planteo ¿la persona que lleva una vida zero waste tiene alguna superioridad moral por encima de los demás? Y es ahí donde entramos en un terreno pantanoso: porque alguien podría considerar a priori que sí, que todos deberíamos ser como ella. Pero a lo mejor lo que no sabemos es que coge dos aviones por semana, conduce un coche para hacer desplazamientos cortos, se lava los dientes sin cerrar el agua o consume aceite de palma. O no. A lo mejor es un ejemplo a seguir en ese aspecto y en cambio es un déspota con sus trabajadores.

A lo que me refiero es que me atrevo a aventurar que no hay ni una sola persona en este planeta libre de pecado. Cada uno decide en qué aspectos quiere mejorar y cómo ser un buen ciudadano: querer serlo en todos los ámbitos es directamente una quimera.

El mundo globalizado junto a la era de internet nos han traído una exposición a información masiva, y las redes sociales facilitan que nos adscribamos a cualquier movimiento de una forma hasta ahora inédita en la historia de la humanidad. Así, tenemos por ejemplo cooperativas de consumo, grupos de realfooders para acabar con los ultraprocesados, de comercio justo, de ecologistas que salen a limpiar las playas o de la defensa del galgo. Cualquier causa a la que nos interese adherirnos tiene su comunidad en la vida real y en internet.

Lo que sucede es que si a eso le añadimos otros aspectos más de índole personal como son los 10 000 pasos mínimos al día, el entrenamiento de fuerza tres veces por semana, dormir ocho horas, gestionar de forma adecuada las emociones y el estrés, ser buen trabajador, hijo, progenitor, amante, amigo y vecino, y no olvidarnos de sacar al perro tres veces al día, hay algo que está fallando y que a mí solo de pensarlo directamente me peta la cabeza.

No me extraña que la gente no sea consecuente con todos sus actos, ¡pero si es que no nos da la vida! Creo que por ello, de forma natural nos sentimos más identificados con algunos movimientos u otros, y a unos nos da por difundir información, otros por hacernos voluntarios de un refugio de animales, otros por dejar de consumir plásticos y otros por fomentar el consumo de proximidad en nuestra comunidad. No quiere decir que solo podamos seguir uno de esos movimientos, pero es evidente que las horas del día son las que son y si uno dedica la tarde a gestionar un grupo de consumo, no puede estar a la vez protestando por el deshielo en el Ártico.

En mi opinión la solución pasa por escucharnos, ser coherentes, elegir a qué damos prioridad en cada momento y aprender a renunciar a casi todo lo demás. Mal que nos pese. Porque si no es cuando viene el ruido mental con los sentimientos de culpa y los arrepentimientos, y entonces ni siquiera podemos disfrutar de nuestra elección. Debemos ser conscientes de las opciones que sí escogemos y ser consecuentes con ellas. Y el resto, dejar fluir, aceptar que las cosas son como son y que no siempre podemos llegar a todo.

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