El primer debate a cinco candidatos a la presidencia del Gobierno no despejó este lunes la incógnita sobre si el día siguiente a las elecciones habrá desbloqueo para formar un gobierno en un escenario sin mayorías absolutas. En un duelo tan concurrido se desdibujaron casi todos los candidatos y Abascal, a quien nadie hace caso por sus disparatadas propuestas, salió a flote.
El líder de Vox aprovechó su dialéctica cruda y populista para que sus fieles seguidores se sintieran orgullosos, al ver que apenas encontraba réplicas.
Y no las había, salvo en el asunto de la memoria histórica y el terrorismo por parte de Pablo Iglesias, porque el resto de los candidatos estaban a otras cosas y no lo tomaban demasiado en serio, algo que en el fondo acabó dejando intacta la figura del líder de la ultraderecha porque hizo lo que se esperaba de él y dijo lo que se temía que dijera.
Pedro Sánchez estaba preparado para que todos fueran contra él, pero al final tuvo un debate bastante más plácido de lo previsto, porque se quedó fuera de los enfrentamientos más intensos y cuando le implicaron se mostró tibio, dubitativo y demasiado cabizbajo sin salidas a encerronas como cuando le pidieron que dijera si iba a pactar con los independentistas (silencio), entreteniéndose subrayando continuamente cosas en el mismo papel mientras apretaba la mandíbula. De nuevo, salió vivo de un debate en el que era el que más tenía que perder.
Pablo Iglesias se pasó toda la noche cortejándolo para pactar tras las elecciones, a lo que el presidente en funciones respondía reiteradamente que lo que él buscaba era tener un gobierno fuerte y romper el bloqueo. Propuso que dejaran gobernar a la lista más votada, sin plantearse un pacto con Podemos y reclamando a la derecha que se abstuviera.
Como era el menos interesado en enfrentamientos cuerpo a cuerpo, ocupó la mayor parte de su tiempo para realizar propuestas de Gobierno, eludiendo los choques dialécticos, quizás en más ocasiones de las que debiera, imitando la estrategia de Iglesias en los pasados comicios, que tan buenos resultados le dio al líder morado.
Pablo Casado empezó con muchos bríos diciendo que el debate era un referéndum sobre Pedro Sánchez y criticando a Vox (solo una vez, para decir que su crecimiento le interesa al PSOE), que le ha arrebatado el voto de extrema derecha. Pero se fue diluyendo por el formato y por los inesperados ataques de Rivera que lo desconcertaron, porque aveces daba la impresión de que era el que más enemigos tenía en el plató.
El líder de Cs llegó al debate medio muerto por las encuestas que le auguran un resultado catastrófico por echarse en brazos del PP en ayuntamientos y autonomías tras prometer el cambio, y empezó con un adoquín en la mano, lo que hacía presagiar una noche desastrosa. Pero mejoró su pulso a costa de atacar al PP metiendo el dedo en la corrupción y discrepando con Pedro Casado sobre Cataluña, economía y lo que hiciera falta. Fue el único que se comprometió a desbloquear el país desde la oposición “para hablar de reformas” y tratar de frenar la sangría de votos que se van al PP.
Pablo Iglesias quiso ser de nuevo el más didáctico, pero en medio del batiburrillo en que se convirtió el debate, solo pudo afianzar su modelo de izquierdas sin sospechas ni complejos y pedir un pacto a Pedro Sánchez, que se lo negó una y otra vez, por lo que el líder de Podemos acabó concluyendo que el presidente en funciones prefiere gobernar con la abstención de las derechas, a pesar de que Casado ya le negó la suya, antes que pactar con la formación morada.
¿Y Abascal? Era el que menos se jugaba y el que mejor parado salió, porque nadie se lo tomaba en serio a él y a sus propuestas, algunas de ellas escalofriantes, y no tenía que convencer a nadie, porque sus seguidores no corren el riesgo de abandonarlo, toda vez que les da el cobijo que la extrema derecha antes tenía que buscar en el PP, “la derechita cobarde”.
Los demás candidatos se concentraron en pelearse entre sí, mientras que el líder de Vox empezó a colocar sus mensajes simplones, directos y de brocha gorda, directos a las tripas de su electorado, cargados de populismo como suelen ser los disparates de la extrema derecha, que calan con facilidad cuando las defensas están bajas.
Colocó sus mensajes para afianzar y reforzar la autoestima de un electorado al alza y con Casado sin cruzar con él ni un solo cuchillo.
Así, se presentó como defensor de los autónomos, las viudas, las mujeres asesinadas, los hombres culpables, y partidario de “ayudar a las personas extranjeras en su propia patria, a ser posible, porque primero son los españoles”. Dijo, entre otras cosas, que generan más inseguridad las autonomías que el machismo.
Nadie entraba al trapo y normalizó semejantes planteamientos que en otro líder habrían sido imperdonables.
Si en las pasadas elecciones el 7% del electorado decidió su voto tras los dos debates, da miedo pensar que en esta ocasión ocurra lo mismo.