[dropcap]A[/dropcap]costumbrados a abrir las puertas del pasado, hemos de reconocer no haber tenido problemas en encontrarlas, a pesar de no estar numeradas, para volver a nuestro tiempo. Os explicaremos. Aunque todos tenemos un nombre, en esta sociedad saturada de programaciones binarias y algoritmos, la identificación general de personas y cosas está basada en los números (¿quién no ha tenido la sensación en alguna ocasión de haber sido tratado como un número?).
Sin embargo, en épocas pasadas no fue así; en la mayoría de los casos, a las calles no se las conocía por nombre alguno ni las casas se numeraban. Reconocemos cierta sensación de caos porque, sabiendo por donde pisábamos, cuando queríamos anotar el lugar, no era su nombre lo que teníamos de reseña sino otros aspectos como la cercanía de una iglesia, la residencia de una notable familia, la ubicación de ciertos gremios de trabajadores, etc.; en definitiva, divagaciones pero nada en concreto.
Y fue buscando entretenimiento en el ágora cuando fuimos testigos de la intervención del alguacil, en nombre de la autoridad, pregonando avisos y noticias de interés para la comunidad allí congregada a golpe de corneta: «tuu tuu turuu, se hace sabeeeer…». En efecto, informados quedamos de la necesidad en esta ciudad de rotular las calles y numerar sus casas así como los edificios de interés, algo de lo que realmente carecía. Con su ocupación y estancia, fueron los franceses en 1811 los que se percataron de esta desorganización y dieron los primeros pasos para elaborar un callejero basado en la tradición oral ante la ausencia de nombres oficiales.
He aquí las circunstancias que hicieron de una labor amena un trabajo estancado durante largos periodos e interrumpido constantemente, pues fue un siglo XIX convulso a nivel nacional con diferentes cambios en lo político: sucesiones monárquicas, periodos liberales, revoluciones, una primera república; en lo militar: destrucción y pobreza por una guerra de independencia, dos guerras carlistas, alzamientos; en lo económico y social: las desamortizaciones de Mendizábal y de Madoz; a todo ello añadir los despropósitos de algunos gobiernos locales con sus proyectos urbanísticos, derribos, ensanches, nuevas alineaciones, etc.
Como infiltrados en el tiempo, no ajenos a nuestra libertad de movimientos por cualquier época, nos asignaron la coordinación de estos asuntos, pero los problemas económicos sucesivos transformaron nuestra misión en un quiero y no puedo. Para empezar, tanto el Cabildo como la Universidad tenían un registro de todas sus propiedades, al igual que algún privado, lo que se puede apreciar en los dinteles de sus puertas; para el resto de la ciudad se encargarían nombres y números en azulejo a los alfareros.
Entre los años 1820-23 retomamos el asunto, pero la falta de presupuesto sólo dio para algunas calles del centro; en 1835 la junta de policía tuvo que advertir a los alfareros que pusieran más empeño, pero nada se hizo al seguir sin presupuesto y la posterior extinción de dicha junta; entre 1842-43 se optó por ladrillos, más baratos que los azulejos, para abarcar mayor número de calles y barrios pero cargando los costes de producción a cada inquilino.
Al tratarse de un problema general, de muchas ciudades, el gobierno intentó unificar los criterios de rotulación mediante Real Orden de 12/dic/1858; el nuevo sistema era más coherente: números pares a la derecha e impares a la izquierda, estando el primer número en el extremo de la calle más cercano al centro de la ciudad.
Los números y los rótulos serían de color azul sobre fondo blanco y se encargaron a Lorenzo Sierra de Manises, Valencia (aún se puede observar alguna errata ortográfica a pesar de las minuciosas instrucciones para la escritura de cada nombre); del coste total de compra y colocación conservamos factura, diremos que nos gastamos 2.434’23 reales; fueron 15 reales el número y 36 reales el nombre, aumentando en 5 reales la unidad por transporte; ¡menuda pieza!, decimos, por el artista.
Y llegó otra (1860) y luego otra (1887). La Real Orden de 24/feb/1860, publicada en el B.O.P. de 5/marzo, variaba alguna disposición anterior como, por ejemplo, colocar el nombre de la calle al lado izquierdo o que en las plazas la numeración fuera correlativa, sin distinguir entre pares e impares.
Para saber más: «capítulo 11: El callejero salmantino en el siglo XIX» del libro «Una ciudad histórica frente a los retos del urbanismo moderno: Salamanca en el siglo XIX» de Enrique García Catalán, 1a edición, 2016.
Esperemos que las rotulaciones sean del gusto de todos (¡difícil, ya lo adelantamos!) aunque tal variedad denota cambios de estilo o de época o intereses. Y como las ciudades no paran de crecer pues aquí seguimos, «metidos en el ajo» o «metidos en harina», mientras no deroguen nuestro nombramiento (o nos asignen el tema semáforos, pues para gustos, colores).
3 comentarios en «Nomenclatura urbana»
Hola.
Muchas gracias, ¡muy intetesante!
Comencé leyendo a ver si aparecía el origen del nombre de alguna calle, o si se aclaraba por que poner pueblos o personas… que momento historico, que… se quería hacer o evitar.
Pero no esperaba esto.
Me alegro de leerlo, me ha gustado y sugerido más búsquedas de información.
Mil reconocimientos, de «Pos Yo»
Muchas gracias «Pos yo». Hay dos libros: «Callejero Histórico Salmantino» de Ignacio Carnero y «Callejero Histórico de Salamanca» de Turismo Salamanca donde te explica los nombres y la historia de las calles actuales y algunas desaparecidas.
Hola muy interesante, llegué hasta acá buscando sobre los números de Santiago de Compostela, porque hice un calendario con estos http://arrp.es/calendario.html . También los hay en otras ciudades de Galicia.La tipografía de los números es singular y similar en todos lados, ¿se sabe porque?