Aspectofobia: dícese del rechazo hacia cualquier característica física o rasgo de otra persona.
Si no te suena la palabra, no hace falta que la busques en ningún diccionario porque no existe, me la acabo de medio inventar. Y la verdad, no lo entiendo, porque creo que el concepto da para hablar de él hasta aburrir.
No tiene nada que ver con el trastorno dismórfico corporal u otros trastornos del aspecto físico como la vigorexia en los que las personas no se sienten bien con su aspecto. Aquí tú puedes estar encantado de haberte conocido, hasta que llega alguien a quien no le gustas, y solo por eso, se siente con el derecho a menos preciarte.
La mayoría hemos vivido en nuestra piel o en la de alguien muy cercano la discriminación por nuestro físico o por nuestro aspecto: por exceso de peso, o por falta de él; por tener mucho pecho, o por no tenerlo; por ser bajo, o por medir dos metros; por tener hirsutismo, o por se calvo; por llevar gafas, un peinado diferente, tener seis dedos, orejas grandes o simplemente porque no hayamos dormido en tres días y nos lleguen las ojeras hasta el suelo.
Da igual el motivo, siempre hay una persona dispuesta a recordarte que no encajas en sus expectativas. Y no basta con que lo piense, tiene que decírtelo.
De pequeños siempre había el típico niño —muchas veces empoderado por los cómplices que no decíamos ni mu— que se metía con nosotros o con cualquier otro compañero. Quizá por no ser un acoso continuado, no cumpliese con la definición de bullying, pero la línea que divide lo que es acoso y lo que no, es muy frágil. Y ser objeto de burlas, aunque sea de forma puntual, puede llegar a ser muy doloroso.
Desde una perspectiva adulta, se puede entender, aunque no justificar, que haya sucedido siempre así. Los niños necesitan tiempo para desarrollar habilidades sociales complejas como la empatía. Algunos la aprenden muy rápido y son capaces de ponerse en el lugar del otro desde que empiezan a razonar, y aunque les cueste aplicarla a todo tipo de contextos, tarde o temprano acaban aprendiendo a ser empáticos.
Otros, en cambio, llegan a la etapa adulta y parece que todavía no han interiorizado el concepto. Probablemente en este último año te hayas encontrado con alguno de ellos. Uno de esos que parece que si no te dicen lo mal que se te ve ese día, revientan. Mi pregunta es ¿estás seguro de que tú no has sido uno de ellos? ¿Nunca?
Porque todos sabemos lo amargo que es un comentario negativo hacia nuestra persona, pero no siempre somos conscientes de cómo afectan nuestras palabras a los demás. A lo mejor lo hacemos con la mejor intención, porque creemos que les estamos ayudando o porque quizás no se hayan dado cuenta. Créeme, el que ha engordado dos tallas y no era su objetivo, sabe que no le cabe el pantalón, no hace falta que vengas tú a recordárselo.
Y es cierto que a medida que uno madura tiene menos en cuenta lo que piensen los demás. Pero seamos realistas, ni siempre tenemos la autoestima en su máximo esplendor, ni tampoco queremos saber lo mal que se nos ve un día determinado. La mayoría tenemos un espejo en casa, gracias.
Son fechas señaladas de reencuentros con familiares y amigos. Es un buen momento para compartir y demostrar a nuestros seres queridos cómo de importantes son para nosotros. Así que disfruta. Sé feliz. Aprecia cada momento. Y como decía El Último de la Fila, si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir.
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