La mano de tu sabiduría

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Christian L.G. Estudiante de Psicología y Opositor
Christian L.G. Estudiante de Psicología y Opositor

[dropcap]C[/dropcap]omo cambian las cosas. Ya lo dijo en su día Charles Chaplin: “El tiempo es el mejor autor; siempre encuentra un final perfecto” y de eso van estos días, de dejar que el tiempo cierre heridas y de prepararte para que el año que viene se abran otras nuevas.

Sinceramente, soy de aquellos Scrooge a los que nunca le han visitado tres espíritus en la noche Navidad y que quizás nunca han creído en la magia de estas fechas. Para mí, la Navidad tiene significado del eterno retorno, de empezar una y otra vez con propósitos que nunca cumpliremos y de cerrar etapas como el que cierra capítulos de un libro sin fin.

Pero este año siento, por primera vez, que este capítulo que estoy terminado ya lo he leído y me gusta pensar que antes de que llegue el punto final le sacaré una moraleja a un 2019 para olvidar. Lo más probable es que la clave este en algún año anterior y ahí me sobreviene un recuerdo claro.

No recuerdo el año con exactitud, pero lo que si recuerdo es que fue en una de esas Nocheviejas interminables en las que te rodeas de una familia a la que no ves en todo el año. Bendita Hipocresía ¿Verdad?

Allí estaba yo, mirando al infinito como quien mira el café por las mañanas, con un único pensamiento en la mente y murmurando “Que acabe ya”.

Recuerdo cenar mudo en un mar de risas de gente orgullosa de sus vidas y pensar que la ostentación solo hace acto de presencia cuando más lejos queremos conjurar lo que sentimos.

En esa habitación había dos personas que sonreían a la vida más alto que ninguno de los demás. Cuando por fin pude sentarme a su lado en los postres no tuve más remedio que dejarme vencer por la curiosidad y preguntar porque sonreían si habían tenido el año más duro de sus vidas. Para mi estupefacción ambos me guiñaron el ojo y con la voz cargada de orgullo mal disimulado me dijeron: “Así funciona la vida, tú aprieta los dientes y lucha que no somos de los que se rinden”, esa verdad innegable de la vida la compartieron conmigo dos de las personas más sabias y desconocidas de la historia: Mis Abuelos.

No sé con qué cara los miré, pero si recuerdo que mi orgullo no lo disimulaba nada. Si esas dos personas que habían sacado a una familia adelante a base esfuerzo durante un España feroz de Posguerra y dictadura quien era yo para quejarme de una vida que solo me había dado un empujón. No sé qué dije después, pero si recuerdo el abrazo que les di mientras se me rompía el alma y recobraba la vida.

Han pasado ya unos cuantos años y a día de hoy, ellos se siguen contentando con vernos a todos reunidos en Fin de año y, aunque la conversación varíe y las arrugas les venzan lentamente, no puedo menos que dar gracias a la vida por permitirme pasar otro año agarrado a la mano de su sabiduría, sonreírles desde el otro lado de la mesa mientras pienso un año mas : “Gracias Abuelos, no importa como venga la vida, nosotros no somos de los que nos rendimos”.

Por. Christian L.G.

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