Opinión

Nuestro paraíso

"El Jardín del Edén con la Caída del Hombre", por Peter Paul Rubens & Jan Brueghel el Viejo (1617). Mauritshuis, Holanda.

 

[dropcap]E[/dropcap]n alguna ocasión me he referido a esa imagen que tenemos en nuestra mente del lugar ideal, donde fuimos felices aquel día…

 

Sí, amigos míos. En fechas navideñas somos propensos al recuerdo de aquellos días felices de nuestra infancia, rodeados de todos nuestros seres queridos de entonces, algunos de los cuales, o muchos, se fueron ya… Pero… ¿adónde?

Cambiemos de imagen y recreémonos en aquel lugar tan inusitadamente bello, aún más bello por los estorbos que, mentalmente, le hemos quitado. Sí, porque esa imagen es el reflejo de un único instante; es como una fotografía, no como una película. Y a esa foto ideal la hemos retocado con los recursos inconscientes de nuestra imaginación, adornándola para hacerla revivir para nosotros. ¡Sólo para nosotros!

Porque esa imagen de nuestro paraíso es sólo nuestra. Otras personas, aunque estuvieran allí en aquel momento crucial para nosotros tendrán su propio paraíso, que –¡seguro!– no es el nuestro.

Panel izquierdo de «El Jardín de las Delicias», por Jheronimus Bosch (1490-1500). Prado, Madrid.

Muchas veces hemos llegado a un lugar que encontramos irreal, paradisíaco, y pensamos que sería el sitio ideal para construir allí nuestro refugio de paz y tranquilidad. Y cada uno tiene su sueño de felicidad en ese edén de nuestra mente.

Y hay quien lo materializa, transformándolo a su antojo con una casita, un chalet, o un palacio. ¡O con una urbanización!

No se da cuenta de que, al hacerlo, se borra aquella imagen ideal. O no, y sufre después las consecuencias de su responsabilidad en la destrucción del paraíso, de haber comido la manzana prohibida.

¿Cuál es esa fruta que, hayas querido o no, te has comido? Quizás, ante esta pregunta, respondas que no, que tú has dejado las cosas como estaban, que has querido dejarlo así para conservar siempre la pureza del lugar, tal y  como lo conociste. No has querido cambiar nada, pero…

Pero vuelves al cabo de un tiempo y… ¡lo encuentras cambiado! Otros se han encargado de hacerlo o… simplemente, lo ha hecho el tiempo. En el lugar o en ti. ¡O en ambos!

¡Ese! ¡Ese ha sido el destructor auténtico de nuestro querido paraíso! ¡El tiempo!

¡Sí, amigos míos! El tiempo, con su irrefrenable paso, es el responsable del desengaño de nuestro sueño inalcanzable. ¡Aunque no intervengan otras personas! El tiempo todo lo borra, todo lo transforma…

¿Lo borra? ¡No! Si no volvemos a aquel lugar, o aunque vayamos, aquel recuerdo siempre estará en nuestra mente, aunque en ella haya añadido esos retoques de los que hablaba al principio, que no hacen sino embellecerlo más.

Y mi Amor enfermo, ¿dónde tendrá su paraíso? ¿Dónde? Porque ella, como todos, lo tiene. ¿Lo estará viendo cuando me sonríe? ¡Feliz ella, que no lo puede borrar!

Muchos opinan que todo se desvanece en la mente dañada por el alzhéimer. Pero yo estoy seguro y tengo fe de que no es así, de que ella y todos nosotros tenemos nuestro paraíso imborrable, al cual volveremos un día para gozar de él eternamente…

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