– ¿Así que usted es aficionado a los puentes? ¿Noo?
– Ya veo que ha leído lo que escribí hace poco sobre el puente Tal sobre el río Cual. Pues… no. Me gustan los paisajes escondidos, a los que se llega con algún esfuerzo, en la soledad y el silencio del campo… Pero no. ¡No soy coleccionista de paisajes con puente!
– ¡Lo acaba de definir muy bien! Porque hay personas que sienten una atracción por ellos… Quizás cuando eran niños jugaban con aquellas «Construcciones»… ¿Se acuerda? Con aquellas piezas de madera coloreadas con las que se hacían casitas, torres y… puentes. O los castillos aquellos, que se hacían con ladrillitos de plástico encajados…Es posible que un impacto primario les quedase en su mente como una obsesión. ¿No cree?
– ¡Puede que tenga usted razón! Seguramente yo haya sentido algo parecido. Pero respecto a los puentes…
– ¿Ha leído usted «Un puente sobre el Drina«, de Ivo Andric?
– ¿El Nobel? Pues no.
– Pues le recomiendo que lo haga. En esta gran novela, cuyo protagonista es el puente durante cuatro siglos, cuenta cómo los turcos atravesaban en barcas el río Drina para hacer depredaciones en busca de botín y esclavos –como hacían moros y cristianos en nuestra Reconquista–, y… niños. Relata con maestría como las madres marchaban arrastrándose detrás de la tropa otomana y de sus hijos… Y como al llegar al río y embarcarse, los niños veían por última vez la mirada angustiada de la madre, que quedaba en la orilla, cada vez más lejana… Aquellos niños eran ingresados en los cuarteles de los jenízaros, donde eran educados en la religión mahometana, olvidando su origen cristiano, y en un duro aprendizaje espartano formaban el núcleo de las milicias turcas de élite o, si mostraban una viva inteligencia, de la Administración. Muchos ejercieron cargos de alta responsabilidad… Uno de ellos, que llegó a ser Gran Visir, tenía clavado en su alma aquel río Drina que le separó de su madre para siempre y ordenó construir el famoso puente…
«¿Qué le parece? ¿No es un claro ejemplo de ese impacto primario en la mente infantil?
– ¡Hombre! Muy sugestiva historia. Pero seguramente se trata de una leyenda y que aquel Gran Visir lo que pretendía al hacer construir el puente era añadir otra provincia, donde él había nacido, al Imperio de la Sublime Puerta…
– ¡Usted siempre tan realista! Pero… ¡es tan importante tener poesía y fantasía dentro del alma!
– ¡En eso estoy de acuerdo con usted! No cabe duda de que Ivo Andric se merecía el Nobel que le dieron. ¿Sabe usted que este escritor fue detenido en 1914 porque supusieron que estaba implicado en el asesinato de los herederos del Imperio Austrohúngaro, origen de la Gran Guerra?
– Pues no. No lo sabía. Pero… hablando de otra cosa, respóndame algo que no he sabido resolver… ¿Dónde está el puente Tal sobre el río Cual?
– Me da no sé qué decirlo, pero se lo voy a aclarar porque es difícil que un vehículo llegué hasta allí, como no sea una moto de motocross… Es el puente de La Fonseca, sobre el río Corneja. Cuando éste dejaba su correr tranquilo por la llanura, era aprovechado para mover molinos, hoy abandonados todos… Uno de ellos, muy arruinado, está al pie del puente. Siguiendo aguas abajo, cosa algo difícil de hacer, se llega a un paraje en el que el río desaparece durante un trecho, enterrado entre grandes bloques, para salir más allá, en un efímero remanso al que no pude llegar… Un sitio con embrujo… Parece que estoy viendo a los campesinos de antaño, con sus mulas cargadas de cereal, por aquellas sendas de herradura, desde Villar de Corneja, La Horcajada u Hoyorredondo… Y me imagino la dura y solitaria vida de aquellos molineros, tratando y regateando el pago de su trabajo con aquellos recios labradores…
– ¡Desde luego, imaginación y poesía no le faltan! Pues yo le voy a descubrir un puente que no creo que conozca, también en un paraje escondido, al que no se puede llegar si no es andando. Está cerca de Mata de Ledesma…
– ¡Hombre! ¿No será el puente de Porqueriza?
– ¡Vaya por Dios! ¡Y yo que pensé que le iba a dar una sorpresa! ¿Y dice usted que no tiene ningún impacto emocional primario sobre los puentes?
– Pues mire usted. Ahora que lo dice, hace muchos años, cuando en mis jornadas campestres encontraba algún puente de esos que parecen hechos por los romanos, tan sencillos pero tan bien construidos, me venía a la memoria uno que salía en una película del gran Walt Disney, «Pinocho». Aquello sí que me impactó. Me acababan de operar de anginas y mi hermana me llevó a verla a un cine que había por los Nuevos Ministerios, en Madrid. Tenía yo 6 añitos, pero lo recuerdo perfectamente porque mi hermano Pepe coleccionaba los cromos de aquella película, que aún conservo. Un día fui con él a la calle Juanelo, en el Rastro, para conseguir los que le faltaban. Durante muchos años estuve ansioso de volver a disfrutar la película, que al fin vi, con Pili –entonces éramos novios–, en el cine Pez, en la calle del mismo nombre. ¡Qué recuerdos imborrables!
– ¡Ya me parecía a mí que algo tenía que haber! Y volviendo al puente de Porqueriza, se le conoce también como de Los Diablos o de las Brujas ¿Sabe usted por qué?
– Pues no.
– Otro día se lo contaré. ¡Verá que interesante!