[dropcap]L[/dropcap]a pasión por las letras ha marcado la vida entera de Ofelia Grande (Salamanca, 1970). Sobrina y ahijada de uno de los grandes defensores y promotores de la lectura en España, Germán Sánchez Ruipérez, su madre (María Isabel Andrés) sucedió al peñarandino al frente del Grupo Anaya cuando él decidió dar un paso al lado.
César Combarros / ICAL. El aroma de los libros y el “ambiente editor” impregnan sus recuerdos de infancia, desde la enorme caja de cartón vacía que sus tías Celia y Rosi (propietarias de la Librería Cervantes en Salamanca) le regalaron por su Primera Comunión para que la llenara con los libros que ella eligiera, hasta su primera visita a la Feria de Frankfurt con apenas catorce años.
La rebeldía juvenil la llevó a intentar apartarse de lo que desde niña realmente le gustaba, y estudió Derecho y Administración de Empresas antes de ejercer como abogada en el departamento de Derecho Laboral de un despacho en Londres y en París. Una conversación con Antonio Basanta le hizo replantearse su futuro y probar fortuna en el mundo al que siempre perteneció.
El próximo viernes, 28 de febrero, se cumplen veinte años de su llegada a Siruela, que dirige desde 2003, diversificando su catálogo sin renunciar nunca a la calidad como principal seña de identidad, y consolidándola como una de las editoriales más prestigiosas de España.
¿Cómo se produjo su llegada profesional al mundo de la edición?
Yo llevaba unos años trabajando en un despacho de abogados y estaba contenta, pero en 1996 tuve una conversación con Antonio Basanta, que era el consejero delegado de Anaya, y me hizo comprender que igual de malo es entrar en el negocio familiar si no es eso lo que quieres como no entrar si es eso lo que te gusta y quieres. Probé y en mi primer año estuve en el departamento de libro educativo en Anaya, como adjunta al director de marketing, Alejandro Sánchez. Íbamos a los congresos de profesores por toda España para enseñarles los libros, y esa parte me gustó pero lo que de verdad me entusiasmó fue entrar al año siguiente en Alianza Editorial. Tuve la suerte de que el primer viaje promocional que compartí con un autor fue junto a Amin Maalouf por Andalucía y en ese momento me di cuenta de que el mundo del libro, con los autores y la relación con los libreros, era lo que me gustaba y a lo que yo quería dedicar mi vida.
En unos días se cumplen veinte años de su llegad a Siruela. ¿Qué recuerda de ese momento?
Fue una temporada muy convulsa en mi vida. Se acababa de morir mi abuelo, yo estaba a punto de cumplir los 30 años y acababa de entrar en Siruela. Viví muchos cambios extraordinarios en muy poco tiempo y recuerdo ese momento como si fuera ayer. Me sorprende que ya hayan pasado veinte años.
¿Cómo era Siruela entonces?
Era una editorial maravillosa, más pequeña, no tanto por facturación sino por diversidad de colecciones. Creo que desde que estoy yo al frente se ha abierto a intereses diversos que antes eran más específicos; quizá sea menos ‘pura’, pero yo estoy encantada y muy satisfecha de cómo está. Tenemos colecciones de todo tipo: más literarias, más comerciales, de novela policíaca, de literatura para adultos, para niños, colecciones de arte, de ensayo filosófico literario o más divulgativo, tenemos hasta una colección de meditación y mindfulness… Me encanta que una editorial del tamaño de Siruela, que es un tamaño mediano, tenga la capacidad de alcanzar los intereses de casi cualquier lector.
En 2003 la nombran directora general de la editorial. ¿Cómo asumió el reto?
Accedí a la dirección cuando era muy joven y tenía poca experiencia. La verdad es que legué al cargo con mucho miedo y mucha responsabilidad, porque se marchaba Jacobo -Fitz-James Stuart Martínez de Irujo-, que es un editor maravilloso y extraordinario, y más allá de lo que yo había podido aprender con él en esos dos años y medio mi poca experiencia me situaba en cierto modo frente al abismo. Tenía el miedo lógico de las personas responsables y pensaba si sería capaz de sacar esto adelante, entre las miradas recelosas de mucha gente que pensaba que no y con el apoyo inquebrantable de otras muchas personas que pensaban que sí. Con mis defectos y virtudes, yo siempre he sido una persona seria, responsable y trabajadora; tendría más o menos experiencia, pero tenía claro que a responsabilidad y a capacidad de trabajo no me iba a dar lecciones nadie.
¿Qué balance hace de lo logrado?
Es más que satisfactorio, lo cual no quiere decir que no haya libros que a lo mejor ahora no elegiríamos y que hay otros muchos que nos hubiera gustado publicar y que no hemos podido por todo tipo de motivos. La mayor satisfacción no fue tanto empezar, sino que hayan pasado veinte años y encontrarnos donde estamos, con una editorial consolidada, con la editorial que yo habría soñado tener. Me gustan las colecciones que tenemos, los autores que publicamos y estoy feliz con el equipo de personas que hacemos la editorial. Tengo la suerte de que en todos estos años me ha acompañado un equipo maravilloso, que ha ido cambiando. Siruela siempre ha sido capaz de aglutinar todos esos saberes y que el resultado se vea como el resultado de una editorial, no de una persona ni de la suma de cinco personas, y a mí eso me llena de satisfacción y gratitud hacia cuantos han hecho posible este viaje.
¿Cuáles son a día de hoy las señas de identidad de la editorial?
La calidad. Es algo que percibí y que aprendí el primer día que puse un pie en Siruela. Me refiero a la calidad en una doble vertiente: tanto en el contenido del libro, independientemente de su tema o género, y la calidad estética, en cuanto al libro como objeto bello. Nos sigue fascinando y gustando el tacto de libro, dedicarle mucho tiempo a buscar una portada, discutir entre nosotros cada detalle….
¿Qué grandes retos tienen por delante?
Ahora mismo la oferta de ocio para las personas está muchísimo más diversificada que la que existía hace treinta años. No es que estemos peleando por un hueco entre nosotros, sino que estamos peleando en el corazón de los lectores con las series de Netflix o de cualquier otra plataforma, y con las infinitas ofertas de ocio que existen online o en la calle. El gran reto que tenemos no solo en Siruela sino en las editoriales en general es que la gente no se olvide de que la lectura es también algo maravilloso y muy disfrutable. Luego nuestra tarea es que el que elige lectura elija lo nuestro, y ahí sí que depende de cómo lo hagamos, aunque también de otras muchas cosas. Hay libros maravillosos que han caído en el olvido y otros que son grandísimos éxitos aunque uno no se explique el por qué.
Las nuevas tecnologías y la segmentación de los mercados han marcado la evolución del sector en los últimos años. ¿Cómo lo han redefinido?
Evidentemente la técnica de producción es totalmente diferente. Además ha llegado el libro electrónico, que no creo que sea algo maldito sino un soporte más y cuantos más existan mejor. Lo que sí es muy grave es que según los datos que manejan los gremios el 80 por ciento del lector en electrónico es pirata; si todo el que lee en España libro electrónico lo hiciera de forma legal el sector editorial no tendría el problema que tiene. Por otra parte, en cuanto a la comunicación, las redes sociales son vías magníficas para dar a conocer un libro a los potenciales lectores; antes nos resultaba prácticamente imposible llegar a ellos, que se enterasen de que ese libro existía, pero eso también tienen una cara B, y es que hay tanta información que llega un momento en el que dejamos de procesar lo que vemos.
Con la irrupción de internet, el audiovisual, los videojuegos o las redes sociales, parece que la gente es cada vez menos proclive a concentrarse en algo. ¿Cómo está afectando ese cambio social al mundo del libro?
Somos una sociedad con déficit de atención en general. Nos pasa a todos. Nos hemos acostumbrado a la inmediatez, a: ‘Lo quiero, lo tengo’. Antes leías en algún sitio que un libro existía, lo pensabas, ibas a la librería, lo encargabas… había un ritual. Ahora si ese libro no lo tienes en las siguientes 24 horas en tu oficina o en tu casa ya te entra una especie de frustración con enfado, y eso es muy poco sereno. Es algo que nos sucede a todos, nos cuesta concentrarnos porque queremos hacer dos mil cosas a la vez. Estás mandando un mail desde el móvil mientras ves una serie por la tele y tienes a tu madre al otro lado del teléfono fijo… Eso al final nos acabará pasando factura. Para mí lo peor es que esa también es la forma en la que educamos a nuestros hijos, porque nosotros al fin y al cabo hemos vivido en un mundo más sereno antes, pero ellos no. Y somos así, no nos damos tregua, no consentimos aburrirnos, siempre tenemos la necesidad de estar haciendo algo, informándonos de algo o comunicándonos con alguien. ¿Dónde quedó aquello de dejar sitio o tiempo para ti?
No pinta bien la situación entonces.
Siempre decimos las cosas malas pero también tenemos una sociedad en la cual el acceso a la lectura es cada vez más fácil, y eso es muy bueno. Ahora mismo el que no lee es porque no quiere. Hay una inmensa red de bibliotecas públicas que funcionan fenomenal y existe una gran red de librerías extraordinarias. El acceso a la lectura es más sencillo, otra cosa es que hay que dedicarle tiempo, energía y concentración, que son tres cosas que nos faltan, pero la satisfacción que te reporta cuando lo haces es mayor y más duradera que la que te generan otros placeres más rápidos e inmediatos.
¿La crisis es historia, o en el mundo del libro sigue muy vigente?
La crisis llegó al mundo del libro en torno a 2012, un poco más tarde que la crisis económica general, y supuso un cambio radical. Tenemos que acostumbrarnos a que no se volverá a la situación anterior, y aprender a jugar con las cartas que tenemos. Cuando yo entré en Siruela era bastante habitual que un libro vendiera 3.000 ejemplares. Ahora está todo mucho más polarizado, a lo mejor hay libros que venden 700 y otros 80.000. Antes había un cierto colchón de seguridad y siempre existía una masa crítica de lectores que más o menos respondía. Ahora los súper ventas venden la tercera o cuarta parte que hace quince años. Creo que la crisis ha sido más dramática para ese tipo de autores o de libros que para los que estábamos acostumbrados a cifras más modestas.
Ha comentado en alguna ocasión que “editar es un juego de incertidumbres”. ¿Cuál es la parte más delicada o compleja del oficio de editor?
Elegir qué publicar. Todo lo demás se puede aprender. A lo mejor te requiere más trabajo que esto, pero en el resto del proceso si inviertes mucho trabajo en algo ves el resultado, mientras que para elegir un título que publicar puedes dedicar un montón de esfuerzo y que de repente ese libro no venda absolutamente nada y sea una decepción total. Eso pasa bastante. En las editoriales solo se ven los libros que venden mucho, pero hay muchísimos que se venden poco. Es la cruz de la misma moneda, en el día a día hay más libros que venden menos de lo que esperamos que los que venden más que lo que esperamos.
¿Cómo se podría frenar la brecha lectura que se produce en la adolescencia? ¿Es recuperable ese público lector?
Tiene que haber una manera. No la conozco pero sé cómo se puede empezar a trabajar en ello. Muchas veces los profesores no son conscientes de la responsabilidad que tienen. Cuando ves los libros que recomiendan para leer en los colegios en algunos casos se te cae el alma a los pies. Hay libros capaces de entusiasmar a lectores de todas las edades, y yo creo que el que no es lector es porque no ha dado con el libro adecuado o con la persona adecuada que le conduzca por ese camino. Si tú obligas a tu hijo de catorce años a leer lo que tú quieres, conviertes la experiencia en un infierno. A los chicos también hay que dejarles que lean lo que les guste, no lo que te guste a ti o lo que a ti te gustaría que leyeran, sino que sean ellos mismos los que elijan, hay que llevarlos a las librerías y no juzgar sus gustos. Y todos los hacemos, y queremos imponer nuestras lecturas. La labor de los profesores es fundamental. Es una responsabilidad brutal.
¿Está relacionada la caída de los índices lectores con la crisis de las Humanidades en el sistema educativo?
La ausencia de las Humanidades es un auténtico drama. Hay que recuperarlas como sea. Tenemos que convencernos de verdad de la utilidad de lo inútil, de las cosas que parecen ornamentales, porque las Humanidades, más allá de la parte ornamental que tienen, ayudan a formar los criterios y son lo que nos hace humanos, lo que nos diferencia de otros seres de nuestro entorno. Más allá del placer que pueda dar la lectura, la historia, la poesía, la música, o el teatro, no podemos perder aquello que nos diferencia, que nos caracteriza, que nos hace ser personas.
¿Cómo se mantiene la ilusión de los inicios?
La ilusión falla algunos días, a todos nos pasa. Pero cada vez que pasa algo sorprendente o que te desborda, como el éxito de Irene Vallejo (autora de ‘El infinito en un junco’), te reconcilia mucho con tu día a día y te hace pensar que existe la magia. Al final ser editor es pensar que existe la magia, es creer en los Reyes Magos. Cuando eso pasa… Tú vives pensando que existe pero no siempre lo ves, y el día que lo ves dices: ‘Es verdad’, y eso te da pilas para mucho tiempo, para afrontar muchos sinsabores y días difíciles.