– Le he traído una cosa para que me resuelva una duda…
– ¡Ah, síi! ¿Y de qué se trata?
– Espere un momento, que lo desenvuelva. Es una gema que regalé hace mucho a mi mujer. ¡Mire!
– ¡A ver! Parece una amatista…
– ¡Exactamente! Pero, ¡fíjese! Parece como que ha perdido algo su color, y que las aristas se han suavizado…
– ¡Déjeme ver! Las amatistas pueden cambiar de color con la temperatura. Puede que tenga razón con lo de las aristas. Podemos ver su dureza para comprobar si es o no una amatista…
– Y eso… ¿cómo se comprueba? ¿No será rompiendo la piedra?
– ¡No, hombre! No. ¿No recuerda la escala de dureza de Mohs?
– Algo me suena. Pero no la recuerdo…
– Pues es así: 1= Talco, 2= Yeso laminar, 3= Calcita, 4= Fluorita, 5= Apatito, 6= Ortosa, 7= Cuarzo, 8= Topacio, 9= Corindón, y 10= Diamante. Cada valor de dureza raya a los que son menores que él. Por ejemplo, el topacio (8) raya al apatito (5). El diamante (10) raya todo…
– ¿Y la amatista?
– La amatista es una variedad macrocristalina de cuarzo. Tiene, por tanto, dureza 7. Lo que podemos hacer para comprobar si esta piedra lo es o no, es ver si raya un vidrio, que tiene una dureza mucho menor de 7. Pero no un vidrio pesado, porque ahora los hacen especiales, añadiendo lo que sea al fundido… Probemos con este vaso corriente…
-¡A ver! ¡Pues no lo raya!
– También podemos probar rayando con la punta de la navaja. Si lo hace, no es amatista…
– ¡Sí la raya!
– Pues entonces, ¡lo siento, pero esta «gema» es un vidrio de color violeta!
– ¡Me lo estaba temiendo! ¡Así era de barata!
– ¿Y se la vendieron como amatista?
– No. No. La compré en un mercadillo, en Marruecos. Esto me recuerda un caso que me contaron hace mucho tiempo… Un matrimonio tenía un collar con una esmeralda de tamaño notable que había traído de Colombia un abuelo indiano en el XIX. Parece ser que la llevaron a un orfebre para que arreglasen el engarce al collar. Con el tiempo la esmeralda perdía color y las aristas se desgastaban… Preocupados, la mostraron a un gemólogo, que les dijo que si esa historia sobre su origen colombiano era cierta, les habían dado el «cambiazo«.
– ¡Esa historia es vieja como el mundo!
– Y si posees una joya valiosa ¿cómo puedes evitar que no te engañen si la quieres arreglar?
– Pues mire usted. Las joyas no son cristales perfectos. Siempre tienen algunas inclusiones de otros minerales, que sólo se pueden ver con grandes aumentos. Es más, si alguna no las tiene, hay que pensar que es artificial o sintética; no es auténtica. Entonces, lo que aconsejaría a estas personas es que acudan a un gemólogo para que estudie su joya y que le haga un certificado de autenticidad, en el que figuren aquellos defectos minúsculos que la caracterizan. Algo así como las «huellas digitales» de la pieza… Pero ¡claro!, eso cuesta un dinero que hay que soltar…
– ¡Claro, claro! ¿Y usted conoce a algún gemólogo?
– No. Sé que hay un Instituto Gemológico Español, cuya dirección se puede encontrar fácilmente. Hace muchos, muchos años, vino a Salamanca un gran gemólogo, José Nicolau Gallardo. Era amigo de Antonio Arribas, que le trajo para que estudiase la carrera de Geológicas, recién creada. Hicimos una buena amistad y venía mucho por casa. Era muy inquieto y tenía muchas ganas de aprender, insistiendo continuamente para que estudiase con él infinidad de cosas. Un recuerdo muy vivo que tengo de él es que enfermó de paperas, y no podía salir de la habitación del hotel Milán donde se hospedaba, cerca de la Plaza Mayor. Yo no podía atenderle para no contagiarme, y lo hizo un común amigo, que estudiaba medicina.
– ¿Y qué fue de él?
– Terminó Geológicas con la Primera Promoción en 1972, aunque la empezó después que los demás. Más tarde hizo su Tesis de Licenciatura, lo que llamábamos la Tesina, sobre el yacimiento de estaño de Morille (Salamanca). Luego, durante algunos años estuvo en el Departamento de Petrología, donde intentó hacer su Tesis Doctoral bajo la dirección de Luis Carlos García de Figuerola, pero no la terminó… Dio algunos cursos de Gemología a joyeros y orfebres de la ciudad. Un buen día desapareció de Salamanca y no volví a saber de él. Bueno, salvo que algunos años después le vi en un programa de televisión…
– ¿Y a usted no le picó nunca la inquietud por saber algo de gemología?
– Pues la verdad es que no. Cuando estudiaba Geológicas en Madrid, donde, por cierto, hice la especialidad de Geognosia, lo que me llamaba la atención, dentro de la Mineralogía, eran los sulfuros. Incluso hice mi Tesina sobre ellos…
– ¿Ah, síi? ¿Y cómo cambió, después, a algo tan diferente como los fósiles?
– ¡Eso es largo de contar! Si le parece, lo dejamos para otro día…
– ¡De acuerdo!