Opinión

Bulos y opacidad

[dropcap]E[/dropcap]stos días vivimos inmersos en un aire de irrealidad. Se han sucedido en rápido tropel las confianzas borreguiles, las sorpresas vespertinas, los bulos desaprensivos, los «bulos» certeros, y los fiascos.

Parece como si la crisis hubiera caído del cielo, de un día para otro y sin avisar ¿O no fue así?
Y además en una primavera incipiente, que ya olía a primavera, cuyo contraste con la muerte acentúa la distopía.

Hace apenas unos días, a aquellos que advertían de la gravedad del asunto, se les tildaba de histéricos o medio locos, y se les apedreaba públicamente (o mediáticamente) desde el púlpito técnico-institucional, o técnico-industrial.
Tanto que algunos quedaron mudos.

Había una inquisición férrea concentrada en el objetivo único de quitar hierro al tema, y señalar el hecho casi como banal, apenas una gripe.
Quizás esto explique la ligereza cometida y su éxito de concurrencia, al no impedir ciertos eventos como manifestaciones masivas, mitin de partidos feroces con anticuerpos especiales, y demás hechos surrealistas que en nuestro país acontecen.

Y no solo acontecen sino que se amontonan, hasta el punto de no dejar hueco a la última tragicomedia de nuestra monarquía, en la que el joven le retira la paga al emérito y rechaza una herencia corrupta que de no descubrirse el asunto (y nuestras instituciones han hecho lo imposible para que no se descubra) sería bienvenida.

Haciendo juego con esa irresponsabilidad institucional a todos los niveles, el comportamiento irracional de mucha gente no desentonaba. Los confinados se iban a la playa, y otros fanáticos discutían quien había contagiado más, si los dirigentes de VOX, que no creen en virus ni en la ciencia como tampoco en el cambio climático, o los movimientos feministas deseosos de mostrar la urgencia de su lucha.

Uno podía contemplar perplejo, como quien dice ayer, uno de esos trenes turísticos de juguete que tanto han proliferado en España, cómo entre sus pasajeros apretujados el único que llevaba mascarilla era un pasajero de rasgos orientales, chino o coreano. No fallaba. Como si ese pasajero fuera el único de todo el pasaje capaz de vislumbrar un futuro inmediato que ya era presente.

Lo incomprensible del hecho es que otros países iban por delante de nosotros en esta crisis bestial, desbrozando el camino de lo ignorado (casi todo lo es en esta epidemia), y dibujando para los que íbamos detrás, ciegos voluntarios, un panorama reconocible.

¿Por qué miramos entonces con tanta insistencia hacia otro lado? ¿Quién nos animó a que lo hiciéramos así?
He ahí una pregunta para la Historia futura.

¿Por qué inexplicable razón han sido ciudadanos españoles en Milán (entre otros) los que con sus mensajes privados, a través de las redes sociales, nos pusieron ante un espejo?
¡PREPARAOS! decían, y no hacíamos caso.

Nuestro sistema sanitario público, principal escudo ante esta amenaza, ha sido recortado y saqueado hasta quedarse en los huesos

Y no, no estábamos preparados, como nos pedían.
Entre otras cosas porque nuestro sistema sanitario público, principal escudo ante esta amenaza, ha sido recortado y saqueado hasta quedarse en los huesos. Escaso ahora tanto en recursos materiales como humanos. Deficitario incluso en lo imprescindible para que los sanitarios que hacen frente al virus se protejan de la infección, y protegiéndose ellos protejan a sus pacientes. Van al frente de batalla como los hijos de la mar.

Y es que junto a la información y previsión oficial, ha proliferado estos días una información y previsión por libre, y además los bulos.
Unos verdaderos y otros falsos. Aunque esto de calificar a un bulo como verdadero, suene extraño.
Quizá se refiera esta contradicción en los términos a esos bulos (calificados así por la cosa oficial) que al final han acertado de pleno.
Ha habido incluso en esta abigarrada mezcolanza, «bulos» híbridos, cuya autoría era falsa pero cuyo contenido era certero. Desde luego más certero que la previsión oficial.

Por ejemplo ese bulo achacado al jefe del servicio de cardiología del Hospital Gregorio Marañón, que aconsejaba unos comportamientos prudentes y sensatos, que luego las Instituciones, forzadas por los hechos, han hecho suyas.

Ha sido sin duda una mezcla rara, llena de contradicciones y dudosos equilibrios entre los intereses de la economía y las exigencias de la salud pública. Y no solo en nuestro país.

Europa es ahora el epicentro de la pandemia.

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