[dropcap]L[/dropcap]a consecuencia inmediata y más notable de esta crisis es la incertidumbre. Incluso puede que sea la consecuencia que más perdure. Si esa inseguridad se mantiene, nuestra “normalidad” futura será otra.
Si hablamos propiamente de la pandemia, unas cifras irreales y hasta este momento desconocidas de contagiados y de muertos, nos abocan a un escenario epidemiológico incierto. Tampoco se tienen todas las claves sobre el comportamiento futuro del virus. La vacuna es otra incógnita más. El iceberg sigue en gran parte oculto. Desconocemos su tamaño real y en gran parte también su naturaleza.
«Más del 90% de los contagios están ocultos», puede leerse hoy en la prensa.
Castilla- La Mancha primero y luego Madrid han sido señaladas por la justicia como poco fiables en las cifras que han facilitado de muertos por el Coronavirus. Esperemos que esto solo sea un indicador de su difícil manejo.
Una duda se plantea sobre este tema ¿Deben intervenir los forenses en los fallecimientos de las residencias de la tercera edad, en las que estos días la mortalidad se ha disparado, para establecer con mayor certeza las causas de ese incremento y la cifra de muertos por coronavirus?
La justicia parece exigirlo así. Y no solo la justicia, sino directamente el conocimiento epidemiológico.
El escaso número de test realizados contribuye a las cifras irreales, pero también conlleva el riesgo de convertir a los sanitarios, trabajadores de residencias, etcétera, en vectores desconocidos y por tanto en auténticos facilitadores de la propagación de la enfermedad. Evitar eso corresponde a nuestra gestión. Es perentorio por tanto conocer el estado de estos profesionales asistenciales mediante los test correspondientes, así como protegerlos de la infección con el material adecuado. Solamente protegidos podrán proteger al resto de la población.
Demasiadas cosas han fallado. Las instrucciones fluctuantes del ministerio de sanidad han originado confusión. La importancia de los contagiados asintomáticos en la propagación de la enfermedad tampoco ha merecido ser subrayada hasta hace poco, y esto explica la actitud dubitativa sobre el uso de las mascarillas, por ejemplo, algo verdaderamente lamentable. No parecen muy claros los motivos para estos errores de bulto. Errores que corresponden a la actual Administración.
Sin embargo, dentro de este cúmulo de incertidumbres cabe subrayar algunas certezas, más evidentes en lo que se refiere a nuestro país: hemos afrontado esta catástrofe sanitaria sin precedentes con un sistema sanitario depauperado y recortado, circunstancia que debemos al imperio del paradigma neoliberal como eje de la globalización. Ese proceso de recortes y deterioro deliberado de nuestros servicios públicos, no ha empezado ahora, con un gobierno recién aterrizado, sino hace ya mucho tiempo con el triunfo de la revolución ultraconservadora y neoliberal, que nuestros gobiernos sucesivos del PP y del PSOE importaron e implementaron con gran entusiasmo.
Esa involución neoliberal se acentuó con la crisis-estafa del 2008, que sirvió de excusa para seguir avanzando en esa línea ideológica, y Rajoy pasará a la historia como un auténtico vicioso de la tijera, despreocupado colaborador de los “hombres de negro”. El “austericidio” que se ordena, manda, y ejecuta, es siempre el de “los otros”. Aunque ahora esa tijera se ha vuelto contra todos. Tampoco el PSOE, allí dónde ha podido, ha hecho nada por revertir esos recortes.
Si esta doctrina tóxica sigue imponiéndose en el mundo como un fuego que se propaga sin freno, al final sólo podrá hacerlo sobre un montón de cadáveres, hasta quedarse literalmente sin material de combustión, imitando en esto el comportamiento del propio virus.
Esto ha dejado de ser una metáfora tremendista para convertirse en cruda realidad. Ese tóxico ideológico nos ha traído la distopía, o un “avance” de ella a la espera de que los efectos del cambio climático se manifiesten en toda su extensión. O cambiamos ahora o no podremos hacerlo.
La llamada “ética de catástrofes” es un capítulo más de este escenario distópico en el que de repente nos vemos inmersos. Ante determinados indicios de mejora de la situación nos asaltan algunas dudas: ¿En qué medida la menor afluencia a las UCIs en los últimos días puede deberse, no solo a los efectos beneficiosos del confinamiento, sino a una mayor «eficiencia» en la aplicación de la «ética» de catástrofes, referida sobre todo (pero no solo) a las residencias de la tercera edad? Es decir, a una menor afluencia de personas de “determinada edad” que en circunstancias normales son susceptibles de asistencia hospitalaria.
Si en vez de afrontar esta crisis con un sistema sanitario depauperado y recortado, como está ocurriendo, lo hiciéramos con recursos humanos y materiales suficientes (test diagnósticos, fármacos, material de protección, EPIs), probablemente nuestra atención primaria no habría centrado su acción en la tele-consulta y vigilancia a distancia de los aislados domiciliarios, sino que acometería una acción más incisiva de diagnóstico y tratamiento precoz contribuyendo sin duda a salvar vidas.
Esta pandemia tiene también una deriva política. Parece como si en algunos países occidentales, países libres por definición, se hubieran dado al principio de esta epidemia fenómenos de opacidad y falta de transparencia en la transmisión de la información, imitando en esto a los países totalitarios.
Un fenómeno parecido se dio en el antecedente histórico de la crisis actual. Nos referimos a la crisis producida por el SARS- COV1 en 2002-2003. Opacidad en sus inicios, opacidad que fue condicionada sobre todo por motivos económicos y de prestigio nacional, que parecen imponerse en esos momentos cruciales y decisivos a los imperativos de salud pública.
Tenemos el ejemplo del Dr. Carlo Urbani. Este médico italiano, que trabajaba para la OMS, ayudó durante esa crisis del SARS- COV1 a superar esa opacidad incipiente, y a implementar esas primeras medidas eficaces y urgentes para el control de la epidemia. Medidas de aislamiento, uso de material de protección adecuado (mascarillas, guantes, etc.) para romper las cadenas de contagio. Murió a consecuencia del virus.
En estos días hemos asistido en nuestro país al goteo creciente de sanitarios fallecidos como consecuencia del coronavirus. También otros servidores públicos, fuerzas de seguridad, etcétera, han sufrido ese triste destino.
Si en vez de afrontar esta crisis con un sistema sanitario depauperado y recortado, como está ocurriendo, lo hiciéramos con recursos humanos y materiales suficientes, probablemente nuestra atención primaria no habría centrado su acción en la tele-consulta y vigilancia a distancia de los aislados domiciliarios y se habrían salvado más vidas
Esta realidad ha sido paralela al número creciente de denuncias y de quejas sobre la insuficiencia de los equipos de protección de estos servidores públicos. Ello ha dado lugar a un abigarrado muestrario de iniciativas personales para auto protegerse, casi a la desesperada (bolsas de basura como EPIs improvisados), y ha determinado también un equipamiento variopinto en función de la mayor facilidad o agilidad para adquirir este material en plataformas de compra privada. Todo ello es impropio de una sociedad moderna que merezca el nombre de “sociedad” y no el de selva, e implica una grave responsabilidad por parte de nuestros gestores y/o representantes políticos. O en su momento se sacan consecuencias de todo ello, o como sociedad no tenemos remedio.
Síntoma mayor de la irresponsabilidad institucional en nuestro país es la frase escuchada a un gestor de medio pelo dirigida a los sanitarios que se jugaban la vida en uno de nuestros hospitales públicos: «No os pongáis mascarillas, que vais a alarmar a la gente». Una frase que resume bastante de lo vivido estos días.
Como las sugerencias de algunos gestores de despacho para “reutilizar” determinado material de protección. Otro hito.
Y encima Europa ha fallado. Tanto en su coordinación como en su respuesta solidaria y cooperativa. O Europa se corrige o Europa se diluye. O Europa elimina su virus neoliberal o Europa desaparece.
Con las soluciones dogmáticas y radicales a la crisis del 2008, Europa se empezó a deshacer y a perder parte de su equipaje fundamental, Brexit incluido.
No fueron los «populismos» la causa y el principio de esa debacle, sino que fue el neoliberalismo extremista de su segunda fundación la que alimentó esos populismos. Y es esa «segunda fundación neoliberal» la que hay que revertir.
El panorama actual, que algunos comparan con el del final de la segunda guerra mundial, así lo exige. Y más si intuimos que en el futuro habrá más pandemias que necesitarán de una Europa unida y fuerte con un potente sistema público.
Hoy más que nunca es perentorio organizarse como sociedad y no como selva. La «bestia» liberada por el neoliberalismo hay que devolverla a la jaula y recuperar los valores europeos que nos hicieron grandes.
Algunos países se niegan a ayudar a los países más afectados en este momento por el COVID-19, y por tanto más necesitados (por ejemplo España e Italia), si no aceptan aplicar más “reformas”, es decir, más recortes, es decir más catecismo neoliberal, que es lo mismo que ya fue aplicado con anterioridad por los “círculos de poder europeo”, por los “hombres de negro”, por los gobiernos del PP, en la crisis-estafa de 2008, y que nos ha llevado a la actual precariedad y debilidad de nuestro sistema sanitario público para hacer frente a esta pandemia. Esto solo demuestra la insensatez de esos “círculos de poder” europeo que se manifiestan más peligrosos que un virus.
Dan ganas de salirse de esta Europa neoliberal y extremista en la que la mayoría somos sometidos a un perpetuo chantaje, y en la que se nos obliga a comulgar con ruedas de molino y con un modelo radical que solo favorece y tiene en cuenta el beneficio de unos pocos.
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