[dropcap]S[/dropcap]alamanca debe al general Thiebault algunas actuaciones que cambiaron su fisonomía: la cartelería con la denominación de las calles, la numeración del caserío con los números pares al lado contrario de los impares -normativa traída de París y que se impondría de inmediato en toda Europa-, unos nuevos estatutos de la Universidad, la prohibición de enterrar en las iglesias -costumbre que producía olores nauseabundos e infecciones-, la apertura de cementerios alejados de las poblaciones, y una de las mejoras urbanísticas más importantes del siglo XIX, la construcción de la Plaza de Anaya.
En los casi tres años de Guerra Civil y en los cuarenta de dictadura muchas calles cambiaron de nombre. Los Ayuntamientos franquistas honraron a los próceres del bando rebelde poniendo su nombre a las calles y plazas más importantes de Salamanca. En las elecciones constituyentes votaron a partidos considerados de la ultra derecha más de dos mil salmantinos. Eran nostálgicos del régimen franquista, favorecidos socialmente por la dictadura y con cierto poder en la transición.
La primera medida política que tomamos fue la de recuperar el nombre primitivo de las calles que se habían dedicado a algún destacado líder de la dictadura. Nadie en Salamanca llamó nunca a la calle Toro Generalísimo, es más, se hacían chistes entre los comerciantes de la calle más comercial de Salamanca cuando se hacían tarjetas de visita en las que se indicaba el domicilio del comercio en el que aparecía la calle Generalísimo con una aclaración entre paréntesis, antes Toro.
La medida, así como las calles elegidas para el cambio, fueron aceptadas por la mayoría de los ciudadanos. La Plaza de la Libertad, la calle Azafranal, la Gran Vía, la calle Toro dejaron de recordar a Franco, José Antonio, y al dictador Primo de Rivera. Después vino una segunda remesa que tampoco recibió protestas excesivas. En uno de los pilares del arco del Ayuntamiento había una inscripción ofensiva contra los partidos democráticos de izquierdas y contra la República. Mandamos borrarla. Era tan indecente lo que se decía en ella que muy pocos se atrevieron a censurar la medida. La tercera disposición fue la de eliminar el vítor que Franco se había hecho pintar en la pared norte de la Catedral Nueva. Fue una medida tomada por el obispo Mauro que recomendó al cabildo su supresión. Por cierto, la traducción de la inscripción latina no dejaba en buen lugar al dictador.
1 comentario en «Cambios en los nombres de las calles»
Querido Jesús. Creo que borrar la inscripción del victor de la catedral fue un gran error. Era una confusión y un insulto en realidad tan gracioso -llamaba a Franco «soldado fanfarrón»- que debió mantenerse para siempre, colocando una placa que lo explicara. un abrazo