“Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Bertolt Brecht
[dropcap]S[/dropcap]in lugar a dudas facultativos, enfermería y todos los profesionales de la sanidad pública están siendo la “fiel infantería” en la lucha contra el COVID. Están en primera línea, desde el primer día. Son la primera línea del frente contra un enemigo imprevisto, invisible, implacable. No estaban formados para esto, no son héroes, son personas normales, tienen miedo, están dolidos y muy enfadados por la falta de medios de protección, están cansados, exhaustos, pero ahí siguen y ahí continuarán hasta que esto acabe. Les empuja la ética y el profesionalismo, lo asumen como un reto, pero que nadie se llame a engaño: hubieran preferido no tener que hacerlo. Son humanos, tienen familias, viven con angustia la situación a la que se enfrentan y los riesgos que corren.
Debido a la falta de medios se han infectado por miles, han ingresado en los hospitales como cualquier otro enfermo, algunos han estado en las UCIS y han salido con vida, otros han muerto. Es muy duro ver morir a tus compañeros, saber que si se hubiera dispuesto de la protección adecuada posiblemente no hubiera fallecido, para acto seguido comerte las lágrimas, contener la rabia y seguir luchando por otros pacientes.
No existía ninguna previsión de que esto pudiera suceder y por ello no se disponía de una organización capaz de afrontar el problema. Por eso, además de atender a los pacientes, han tenido que asumir el reto de transformar (reinventar) el hospital: con dificultades, improvisando, adoptando una organización flexible capaz de dar respuesta al día a día. Se han modificado plantillas, cambiado horarios, establecido turnos; se han excedido las horas semanales de trabajo, se han cubierto las bajas de los compañeros contagiados por el virus.
Sobre la marcha se ha ido aprendiendo qué medidas se deberían tomar, que tratamientos no eran tan eficaces como se pensaba y se debían retirar, cuales podían ser mejores y convenía usar, y todo ello en una comunicación multidisciplinar entre facultativos, hospitales y países, como no había existido nunca en la historia de la medicina. Jamás asistencia, docencia e investigación han caminado de la mano de forma tan rápida y estrecha. Nunca se había dispuesto de una actualización de los conocimientos tan rápida y gratuita.
Sé que quizás no sea apropiado lo que voy a escribir cuando millones de personas se han quedado en paro, sin ingresos, pero es importante que se conozca. Especialmente cuando el debate público en los medios se centra en la “generosidad” de los futbolistas millonarios que, para no arruinar a sus clubs, aceptan de mala gana bajarse su sueldo estratosférico un diez o un quince por ciento.
El personal sanitario no conoce si se le va a remunerar las horas extraordinarias, los excesos de jornada; tampoco lo han preguntado porque ahora “no toca”. Se acepta que “ya se verá después”, pero les ofende que se ofrezca un complemento ridículo a los que se juegan la vida por atender a pacientes Covid, que se plantee dejar fuera a los que han enfermado atendiendo a pacientes Covid, que se despida a profesionales contratados para hacer frente a la pandemia cuando aún queda tanto por hacer, que no se contrate a los médicos residentes que finalizan la especialidad y se están batiendo el cobre día a día. Todo ello ha generado gran malestar entre el personal sanitario, …pero ahí siguen.
No esperan gran cosa de la administración. Su mayor gratificación es ver como los pacientes dados de alta se van emocionados y agradecidos, pacientes que no podrán recordar las caras ocultas por las mascarillas de quienes le han salvado la vida, por lo que su agradecimiento en este caso es a personas anónimas y al propio sistema sanitario público que sale de esta pandemia fortalecido.
El hospital no volverá a ser igual. Reconstruirlo va a exigir de grandes dosis de compromiso y esfuerzo profesional, y también de dinero: de inversión pública. Los recortes de los pasados años eran perversos y su perversidad se ha mostrado ahora en todo su esplendor. Las administraciones sanitarias (todas y cada una, central y autonómicas, de cualquier color político) deben aprender de los errores del pasado para no volver a cometerlos. ¿Serán capaces? Es fácil: el dinero invertido en el sistema sanitario no es un gasto, es una inversión.
Reconocer colectiva e individualmente la profesionalidad de los trabajadores sanitarios públicos, valorar su trabajo y entrega, cada uno en su medida, es el punto de partida y una condición indispensable para construir el futuro. Invertir en la reconstrucción del sistema sanitario público es igualmente imprescindible, a pesar de la crisis económica que se avecina. Será necesario priorizar. Estamos aprendiendo, y no solo en sanidad, lo importante que es contar con una buena estructura pública que garantice los servicios esenciales.
Cuando todo esto termine es previsible y necesario un gran debate acerca de los éxitos y los fracasos en la gestión de la crisis. Muchos querrán adjudicarse los éxitos y se auto-catalogarán de buenos, otros de mejores, algunos incluso tendrán la osadía de catalogarse como muy buenos, pero solo unos pocos habrán sido imprescindibles. A todos ellos va dedicada esta columna.