Un inmenso agujero de ozono de un millón de kilómetros cuadrados que se detectó el pasado mes de marzo en el Ártico se ha cerrado un mes después y no ha sido por la disminución de la contaminación debido a la paralización del mundo por la pandemia de coronavirus.
Se formó por un descenso de las temperaturas en la estratosferas, tan gélidas que ocasionaron el agujero en la capa de ozono de la atmósfera. Unos potentes vientos alrededor del polo norte atraparon aire frío, fenómeno que se conoce como ‘vórtice polar’, y se formó el agujero.
Pero un mes después se ha cerrado y no ha sido por la reducción dela contaminación en el mundo, sino porque las temperaturas excepcionalmente altas en el polo norte (20 grados por encima de lo habitual) lo cerró y los científicos creen que no se reabrirá, a pesar de que volverá otro vórtice polar.