Has pasado por el lector láser
mi costumbre, mi alimento,
mi pecado, mi maná.
Ismael Serrano
[dropcap]S[/dropcap]oy de los que aún gusta de comprar en el comercio de vecindad, en pequeñas tiendas en las que además de comprar lo que necesitas, puedes charlar con alguien a quien conoces y te conoce: hablar del tiempo, la salud, el trabajo, las vacaciones, los hijos, el perro, o de cualquier otro tema. Además, así se contribuye a sostener la economía y los puestos de trabajo de pequeños comercios locales, pero también, como todos, en otras ocasiones compro en supermercados o grandes superficies donde esa relación es menos próxima y puede reducirse a las consabidas preguntas: ¿le pongo bolsas?, ¿en efectivo o en tarjeta?, y al intercambio mutuo de buenos deseos: “que tenga un buen día”; en todo caso una conversación, corta, un simple intercambio de palabras. Una gentil descortesía.
Les recomiendo la lectura de un libro titulado Tribulaciones de una cajera, escrito por Anna Sam, francesa licenciada en Literatura, cajera de profesión, que en un texto divertido y lleno de anécdotas de las que podríamos haber sido protagonistas, cuenta cómo, en muchas ocasiones, los clientes pasamos por la caja sin dejar de hablar por el móvil, sin dirigirles una mirada, como si fuera un apéndice de la máquina registradora, como si estuviésemos tratando ya con esas máquinas automáticas que comienzan a instalar en los supermercados, precisamente para despedirlas.
Estos días las rutinas en la compra se han modificado: se han instalado mamparas, marcado distancias de seguridad, se compra rápido y se habla poco. Hoy quiero personalizar en las cajeras de estos establecimientos a todos los trabajadores de los mismos, y quiero fijarme en ellas porque son las que están más próximas, con las que más hablas normalmente y también las más expuestas al coronavirus. A algunas las han querido echar de su piso o de su comunidad caseros ruines o vecinos insolidarios, ignorantes, víctimas del miedo, cobardes que escriben notas en MAYÚSCULAS para no ser reconocidos por su letra y las pegan en las puertas con nocturnidad y alevosía. Afortunadamente las reacciones de los más han sido de solidaridad. Les debemos la supervivencia, sin ellas quizás no hubiéramos muerto por el coronavirus, pero si de hambre.
Una cajera gallega (Croqueta de Tupper) ha contado a través de twitter (@PerkinsUnknowm) las conductas irresponsables y poco consideradas que están teniendo muchos clientes durante el estado de alarma. Si alguna de ellas se decidiera a escribir un libro como el de Anna Sam sobre lo sucedido en estas semanas de confinamiento, posiblemente sería mucho menos divertido que Tribulaciones de una Cajera.
Las medidas de protección, como en el caso del personal sanitario, también han ido llegando con cuentagotas a los supermercados. Todas ellas también tienen miedo, sienten el riesgo próximo, tienen familia, y si pudieran también lo habrían evitado, pero ahí están, cada día acuden a su puesto de trabajo, en la mayoría de las ocasiones precario, y permiten que los demás sigamos comiendo, es decir, sigamos vivos.
Cantadas por Ismael Serrano como Reinas del Súper “con contrato temporal”, encarnan un papel difícil, alejado de la realeza y pegado a la realidad, poco valorado y, sin embargo, esencial. Se afanan en sonora soledad y estas semanas con un estrés especial: una especie de calma tensa. Por favor, cuando acuda a uno de estos establecimientos mantenga los cuidados de protección, pero desde el otro lado de la mampara no olvide mirarles a los ojos, darle las gracias y desearles un buen día.