[dropcap]L[/dropcap]a vida, manantial de sentimientos, nos ofrece diferentes herramientas de expresión emocional: la palabra, la música, la escultura, la pintura, el dibujo, la fotografía,…
Siempre me atrajo el dibujo, como cauce de expresión. He visto a Andrés Alén garabatear una servilleta de papel tomando un café, encadenar mil formas en un trazo interminable, generando una secuencia de geometrías caprichosas, para conformar un rostro humano. Como quién desde la primera estrella ya pensó en el universo.
Tener esa maestría, resumida en lo que dura un dedo de café solo, tan intenso como el momento, me parece un auténtico don.
Conté en la primera columna que siempre me gustó dibujar, practiqué haciendo carteles para bares de amigos, más delineados que dibujados. Hace unos cuantos años me matriculé en una academia, para aprender a dibujar, a usar el carboncillo, la sanguina,…
‘Mi profe’, Clara Lurueña, me enseñó a difuminar el carboncillo con el puño cerrado, manchando las manos al tiempo que la cartulina, empecé una y otra vez lo que yo creía acabado, sacando volúmenes de luces y sombras escondidas al ojo humano.
A veces, busco en la fotografía difuminar el momento, con barrido de imagen, con larga exposición o en la edición, como muestran las imágenes que hoy nos acompañan, aunque sé que no me mancho las manos.