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Opinión

En San Miguel de Valero

Mapa que comprende San Miguel de Valero y Valero (Salamanca). Para calcular su escala hay que tener en cuenta que la distancia horizontal entre las cotas 931 y 911 es de 0,76 km. La equidistancia es de 10 m, con curvas maestras de 50 m.

 

[dropcap]S[/dropcap]an Miguel de Valero es un municipio salmantino situado en la Sierra de Francia, en el límite entre las cuencas del Tajo y del Duero, hecho geográfico que marca fuertemente su relieve. No tiene nada que envidiar de los pueblos más bonitos de la provincia, pudiendo nacer en él numerosas excursiones de todo tipo, especialmente las de tipo geológico y geomorfológico.

No voy a hacer una guía turística de tan bello territorio, que de eso ya se han encargado otros. Voy a hablar de algunas peculiaridades singulares que puede que hayan pasado desapercibidas y tratar de enseñar a los que contemplan un paisaje a sacar un mejor provecho de él.

Una de las bellezas paisajísticas que se pueden gozar sin bajar del coche es el trayecto entre San Miguel y Valero, un descenso curvilíneo de más de 300 m de desnivel por los valles del arroyo de San Juan y del río de Las Quilamas, afluente del Alagón.

Pero todo lo agreste que se puede disfrutar del paisaje mejora mucho si te preocupas de buscar una visión diferente, panorámica y no encajada, como lo es la que aprecias desde el vehículo. Eso pensé estudiando los mapas de la zona y lo logré programando una excursión, que partía de un camino que nace a 20 m escasos más allá del cruce entre las carreteras que van a Valero y a San Esteban de la Sierra. Ese camino nos lleva por las cotas 935, 928 y 931, pero mi curiosidad me llevó mucho más allá, hasta la cota 911, para poder contemplar plenamente, desde arriba, el valle del río Alagón, aguas abajo de San Esteban de la Sierra. No me defraudó la marcha, que repetí después en varias ocasiones, con distintos fines.

Una vista de Valero desde los alrededores de San Miguel de Valero.

Yo fui alumno de Geodinámica Externa del gran profesor don Francisco Hernández Pacheco. Y, mira por donde, tuve que dar esa asignatura a las primeras promociones de Geológicas de la Universidad de Salamanca. ¿Cómo lo hice? Pues siguiendo las enseñanzas de mi maestro, que seguía, a su vez, las de Emmanuel de Martonne y de su padre, el ilustre Eduardo Hernández Pacheco. ¡Y no hay nada mejor para aprender que tener que explicar a los alumnos, si quieres hacerlo bien, por supuesto! Y de esa forma llegué a apreciar en el paisaje detalles que hasta entonces me habían pasado desapercibidos. ¿Por qué hay en aquella cuesta esa rotura de pendiente? ¿Será por una litología distinta, es decir, por erosión diferencial, o será por una variación climática en alguna fase del pasado, con menor pluviosidad y por tanto con menor agresividad erosiva? ¿O será por la influencia de algún accidente tectónico, como una falla?

Todas esas preguntas me las planteé viendo, desde aquellas alturas, el paisaje de los valles de Las Quilamas y del Alagón. Aparte de la penillanura alta, sita entre los 900 y 930 m, me pareció vislumbrar enfrente como unas hombreras en varios sitios, a algo más de los 700 m. Tendría que haberlo comprobado, pero nunca tuve ocasión de hacerlo. Ni tampoco lo comenté con nadie, hasta ahora.

Las hombreras eran lugares muy apreciados por los pobladores primitivos, que preferían una fácil defensa a la dependencia inmediata del agua. Eso lo aprendí en mis conversaciones con el gran arqueólogo don Francisco Jordá. Con la «Pax Romana» el peligro de depredaciones decayó y los asentamientos se escogieron aprovechando los cauces fluviales, abandonando los anteriores.

Esto es lo que me gustaría que tuvieseis en cuenta: cuando estéis contemplando un paisaje dejad por un momento el éxtasis que os produce su visión y preguntaros por qué se ha originado así y no de otro modo. Dejad correr vuestra imaginación, que no es mala cosa, y procurad encontrar la respuesta a vuestra duda. Y apreciaréis el placer de ver aquellas imágenes pensando en su evolución a lo largo del tiempo. Os puedo poner numerosos ejemplos, como la cascada de Los Humos, el meandro del Tormes en Huerta, los escarpes del Tormes ¿por qué sólo los hay en la orilla norte? ¿Cómo han evolucionado? ¿Por qué hay pizarras en la ciudad de Salamanca y no afloran las «areniscas de Villamayor»?

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Ese recorrido, ese lugar que encontré mirando el mapa, entre 1 y 3 km al S de San Miguel de Valero, entre la carretera SA-205 y los valles de Las Quilamas y del Alagón –¿cómo llamarlo? ¿del antiguo basurero?–, tiene para mi otros recuerdos no precisamente geológicos.

Pero eso lo voy a dejar para contarlo la semana que viene. ¡Os va a sorprender!

3 comentarios en «En San Miguel de Valero»

  1. Buen Reportaje siempre que puedo me paso por San Miguel de Valero .pero yo me pregunto? Porque no se hace algo para de una puñetera vez ,que nos arreglen esas carreteras por las cuales nos gusta ir a visitar esos paisajes tan bonitos ? son un verdadero peligro

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  2. Como siempre La historia y la religión es cuestión de fe, hipótesis, y mas hipótesis hasta dar con la mayor creíble. Pero la realidad casi siempre es otra. Tal vez el ser humano nunca llegue a tener la capacidad de respuesta acertada, a todas sus preguntas.

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