[dropcap]U[/dropcap]na de las principales paradojas de nuestro tiempo (tiempo de postverdades, conviene decirlo) es considerar «moderados» a partidos políticos que poco a poco, intentando no hacer ruido, como quien no quiere la cosa, han introducido bajo apariencia de «centro» un extremismo económico y político de carácter feroz como «nueva normalidad». Hablamos del periodo histórico que se extiende desde los años 80 hasta la estafa financiera de 2008, epítome y resultado definitorio, aunque no definitivo, de esa revolución.
Nos referimos por tanto a otra «nueva normalidad» previa al COVID. Una nueva normalidad tan poco normal como la que sigue a la pandemia de COVID-19. Un centro tan poco centrado como el que padecemos.
Todo parece indicar que desde que el neoliberalismo gobierna el mundo (y efectivamente es este modelo occidental reciclado con materiales obsoletos el que hoy rige los destinos de nuestro planeta) este se ha vuelto altamente inestable, no solo en términos ecológicos, políticos y económicos, como cabía esperar de un extremismo en este orden de cosas, sino también en términos psíquicos, relativos a la psique colectiva.
Si en algo ha sido pródigo este modelo radical que vino a sustituir al viejo y moderado modelo socialdemócrata que Europa estableció como marco de convivencia después de la segunda guerra mundial (un paradigma de equilibrio después de la catástrofe) ha sido en crisis y desastres colectivos.
Pareciera que su principal logro ha sido proveernos de crisis sucesivas, cada vez más graves, más que aportarnos soluciones a los problemas planteados.
Si buscamos un precedente de este que parece ataque de locura colectiva, podemos encontrarlo quizás en los años 30 y los prolegómenos del nazismo
El extremismo tiende al desequilibrio extremo, así que el marco socialdemócrata, que conjugaba equilibrio político y económico junto a un humanismo de corte clásico (síntesis que hoy se descalifica por los nuevos reaccionarios ultras como «progre»), se antojaba a los promotores de esta involución (algunos de ellos vendidos directamente a los intereses de las grandes corporaciones), incompatible con ese futuro de selva neoliberada (o desregulada) que predican sus profetas.
El humanismo es incompatible con la “selva”, que hoy no es un estado de naturaleza sino de “civilización», de manera que no cabía esperar muchas concesiones al respecto por parte de este revolcón histórico impulsado por la plutocracia, una vez anulados contrapesos históricos.
Muy desequilibrados repartos de la riqueza se conjugan en este nuevo modelo con una muy desequilibrada relación con la Naturaleza, cuyas consecuencias ya estamos sufriendo a través del cambio climático. Y a todo ello viene a sumarse una relación entre las personas cada vez más tensa, deshumanizada y agobiante, guiada fundamentalmente por el lucro, la explotación, la xenofobia, y el desinterés por el otro.
¡Y si sólo fuera desinterés!
El nuevo extremismo vive y necesita del “enemigo”, y a su vez este concepto se transmuta o se refuerza con el concepto de «chivo expiatorio».
Un ejemplo. Si en el año 2008 hubo una estafa financiera de consecuencias globales, no fue propiciada (en el sentir de estos) por la desregulación económica y financiera predicada e implementada por el neoliberalismo, sino que de esa crisis mayor cabe hacer responsables a los inmigrantes que buscaban sobrevivir. Este es el marco de insensatez, locura colectiva y ceguera voluntaria, que promueve este extremismo, y que atrapa a sectores cada vez más amplios y más desinformados de la población. Población joven también.
Los mismos a los que les resulta indiferente o normal que el jefe del Estado español defraude y oculte al fisco español (presuntamente) millones de euros producto de oscuras operaciones (el jefe del Estado estafando al Estado), creen firmemente que las vacunas son un instrumento malévolo de Bill Gates para introducir un chip en nuestra mente y convertirnos en autómatas del nuevo orden mundial.
Ese aumento de los potenciales receptores de mensajes tan necios como turbios es el resultado por un lado de un deterioro de la educación que ha anulado de forma creciente las capacidades de reflexión y análisis, pero es el resultado también de un sufrimiento y malestar sostenido que no favorece esa reflexión informada ante las urgencias del «sobrevivir».
Tras el golpe de la estafa financiera, y sin recuperarnos, se ha abatido sobre nosotros otra crisis mayor: la pandemia COVID-19.
De este estado de cosas, tan cercano al paroxismo, surgen sorpresas como la del voto a Trump y Bolsonaro, o el auge de partidos como VOX en nuestro país.
No sin motivo, los líderes de VOX buscan inspiración en aquellos energúmenos, Trump y Bolsonaro, a los que dicen admirar e intentan imitar. Dime a quien admiras y te diré quién eres.
En cuanto al discurso, la inconsistencia lo preside todo, y anulado el prestigio del pensamiento lógico basado en datos reales, la incoherencia más grosera pasa desapercibida o se estima virtud entre estos ciegos voluntarios que reivindican su ceguera.
Estos planteamientos extremistas que achacan todos los males al otro, al inmigrante sobre todo, pero también al «progre», están en sintonía ideológica con el modelo político y económico que propició la estafa financiera de 2008, y recurren con frecuencia a la táctica infame de proyectar la responsabilidad de ese desastre en sus propias víctimas: los inmigrantes, los trabajadores, los servicios públicos.
Si buscamos un precedente de este que parece ataque de locura colectiva, podemos encontrarlo quizás en los años 30 y los prolegómenos del nazismo, algunos de cuyos dirigentes mostraron en todo momento rasgos claros de desequilibrio mental, mezclado todo ello con extrañas concepciones de un misticismo espeso y nebuloso.
Aquella atmósfera densa que solo podía favorecer acontecimientos muy tristes, surgía de extrañas mezclas, y estuvo precedida también de modelos económicos desregulados que condujeron al gran crack y a todo lo que vino después.
Hoy asistimos al auge de nuevas locuras colectivas. La alerta se hace necesaria.
Los mismos a los que les resulta indiferente o normal que el jefe del Estado español defraude y oculte al fisco español (presuntamente) millones de euros producto de oscuras operaciones (el jefe del Estado estafando al Estado), creen firmemente que las vacunas son un instrumento malévolo de Bill Gates para introducir un chip en nuestra mente y convertirnos en autómatas del nuevo orden mundial.
Y estos a su vez se juntan y mezclan en densa y torpe nube con los que sostienen que la pandemia COVID-19 ni existe ni ha existido, sino que es un cuento chino para controlarnos y amordazarnos, de manera que la mascarilla es una mordaza, y los sanitarios los nuevos verdugos.
Lo cual no impide que el gobierno español sea responsable de cientos de miles de muertos (en todo el mundo) por no haber actuado a tiempo contra un Coronavirus que en realidad y según ellos mismos sostienen no existe.
El hecho de que no perciban las incoherencias básicas y notables de su discurso ya nos debe preocupar.
Tampoco conceden ninguna trascendencia en sus explicaciones al deterioro de nuestros servicios públicos, consecuencia del austericidio como falsa salida a la estafa financiera de 2008.
Los que así desvarían, concurren y hacen frente común (o bulto) con los partidarios de VOX, para los que la mascarilla también es una mordaza impuesta por una dictadura chavista que tiene su origen en la OMS con delegación en el gobierno de Pedro Sánchez.
Que no haya sanitarios suficientes, ni material de protección, ni rastreadores en el número adecuado, ni respiradores en nuestros servicios públicos sanitarios, debe carecer de importancia en su cosmovisión de la intriga.
Los que así desvarían, concurren y hacen frente común (o bulto) con los partidarios de VOX, para los que la mascarilla también es una mordaza impuesta por una dictadura chavista que tiene su origen en la OMS con delegación en el gobierno de Pedro Sánchez. Y que también predican que la culpa de todos nuestros males la tienen los inmigrantes y sobre todo los «progres».
Los primeros, los inmigrantes, nos traen enfermedades infecciosas que son muy peligrosas, aunque lo más peligroso de todo es vacunarse contra ellas, porque ya se sabe que todas las vacunas llevan incorporado un chip de Bill Gates.
Y los segundos, los «progres», que ellos llaman también, en una retórica vintage, «social-comunistas» (equivalentes a los «socialdemócratas» de tiempos más sensatos), son individuos muy peligrosos porque defienden -entre otras cosas- el principio constitucional de fiscalidad progresiva, algo que defienden también por cierto muchos millonarios ilustrados en todo el mundo (deben ser amigos de Bill Gates), aunque no en España.
Como defienden también dichos «progres» izquierdosos que el jefe del Estado español no sea un ladrón inviolable y consentido, inamovible por «derecho divino», sino que debe ser elegible y revocable, sujeto a la Ley, como el resto de los ciudadanos.
Defienden también estos «progres» unos servicios públicos potentes que protejan el interés general y favorezcan el sentido de colectividad como instrumento más adecuado al patriotismo verdadero, concepción muy alejada del patriotismo místico, irracional, y excluyente que propugnan otros.
Consideran asimismo estos extremistas progres que los servicios públicos son un instrumento imprescindible para hacer frente a contingencias y calamidades colectivas (tal que una pandemia), no como individuos salvajes de una selva incoherente, sino como ciudadanos de una comunidad solidaria.
Los que son contrarios a las vacunas (anti-vacunas) acaban mezclados con los que son contrarios a los impuestos (anti-impuestos), y estos con los admiradores de Trump y Bolsonaro o los defensores de la supremacía blanca.
Vemos pues que los que son contrarios a las vacunas (anti-vacunas) acaban mezclados en extraña y desmadejada hibris con los que son contrarios a los impuestos (anti-impuestos), y estos con los admiradores de Trump y Bolsonaro o los defensores de la supremacía blanca.
El Twitter personal de Pablo Echenique es una cata en este melón, una ventana privilegiada al esperpento, y es que hay unos cuantos abonados de esta tropa dedicados básicamente a insultarlo y amenazarlo. Uno le insulta por ser usuario de silla de ruedas, literalmente, demostrando a cielo abierto la pasta de la que está hecho, mientras que otro le amenaza con expulsarlo a Argentina en cuanto lleguen (o tomen, no está claro) el poder. Se supone, por las ganas que le pone a esto de la expulsión, que los expulsados vamos a ser legión. Y así por este estilo.
Pensemos con horror que entre las vetas de este monstruo pulula y pilla lo que puede el PP, es decir, el partido más corrupto de Europa.
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1 comentario en «Viaje a la locura colectiva»
Y tan locos. Abren museos, archivos, bibliotecas y un funcionario no puede entrar en el ayuntamiento a entregarle a un compañero un parl sin cita previa, de locos desde luego