Opinión

Una historia truculenta

Un pazo gallego.
Un pazo gallego.

 

[dropcap]E[/dropcap]ntre los años 78 y 90 veraneé en una caravana aparcada al lado de una granja entre Tapia de Casariego y Salave, en el Occidente de Asturias. El granjero, Segundo Martínez Jarén, disponía de una gran cantidad de libros que habían atesorado su padre y su abuelo. Algunos eran del siglo XIX. Tuve ocasión, gracias a ello, de leer la Historia de España del Padre Mariana y la de Modesto Lafuente, y aprendí de ellos que, cuando lees un libro, siempre hay que vivir el momento y las circunstancias en que se escribieron dichas obras. Y desde entonces me he preguntado qué dirán de los acontecimientos que yo he vivido dentro de, pongamos, cien años.

En aquella biblioteca, hoy probablemente desaparecida por la humedad y los insectos, había libros variadísimos, de viajes, costumbres y hechos de épocas pasadas y olvidadas.

Voy a resumiros uno que me llamó mucho la atención, en el que se relataban, quizás algo novelados, unos sucesos que se iniciaron en la provincia de Lugo hace unos 100 años. Tendría el librito unas 40 páginas. Desgraciadamente no recuerdo el título ni el autor, ni los nombres de personas ni lugares, que inventaré para facilitar la lectura.

Comenzaba el relato con la desaparición de una joven en una aldea. Su padre, muy preocupado, acudió a la aldea vecina, donde vivía un mozo que la estuvo pretendiendo y que había sido visto con ella recientemente.

Aquel joven, Pepiño, se encaró con Matías, que así se llamaba el padre, diciendo que no sabía nada de Rosiña desde hacía semanas y que habían roto sus relaciones. Ante esa respuesta, Matías decidió poner el asunto en manos de la Guardia Civil.

Aldea lucense.
Aldea lucense.

Ante tal requisitoria Pepiño confesó que, como tres meses antes, Rosiña le había buscado de un modo muy cariñoso y que él había cedido a sus insinuaciones, llegando a tener contacto carnal. Con ello Rosiña le dijo que tenían que casarse inmediatamente, pero que su madre le había abierto los ojos, afirmando que Rosiña estaba embarazada de varios meses… Ante eso, supuesto cierto porque Pepiño no la había encontrado virgen, rompió las relaciones con cajas destempladas.

Pero… ¿dónde estaba Rosiña? Había en aquella región una mujer, la «Beonza», una especie de bruja de mediana edad, que se ocupaba de ciertos asuntos, digamos…, ilegales. Suponiendo que Rosiña había acudido a ella tratando de deshacer su culpa, una pareja de la Benemérita se presentó en la casa de la Beonza, sita en las afueras de la aldea tal. La encontraron cerrada. Preguntando a los aldeanos, uno de ellos afirmó haber oído en cierta noche en que pasaba cerca de la casa, un grito espeluznante de mujer. Otros dijeron que no era la primera vez que pasaba algo parecido.

Ante esas informaciones y con un permiso judicial, la Guardia Civil penetró en la casa de la Beonza. Lo que encontraron fue terrible. Allí estaba lo que quedaba de Rosiña y de un feto, mordisqueados por las ratas, todo rodeado de sangre seca…

Resuelto el asunto de la desaparición, faltaba encontrar a la Beonza, como responsable de un hecho delictivo acompañado de dos muertes. Después de muchas indagaciones infructuosas se supo que tenía una hermana en Lugo. Localizada ésta, declaró ante el juez que su hermana la había visitado en tal fecha, que venía huyendo de la aldea donde vivía y que traía mucho dinero consigo y que al conocer como lo había conseguido no quiso saber nada del asunto. Añadió que la despidió y que no quería volver a saber nada de ella.

Buscando en las fondas de la ciudad dieron finalmente con una en la que se alojó, donde manifestó su intención de marchar a las Américas. Con tal pista la Beonza fue apresada en Vigo, donde esperaba su embarque. Presionada, confesó sus culpas. Resultó que Rosiña era una víctima más de las infinitas trapisondas amorosas de un cacique local, el «Marquesito». Seis mozas habían acudido a ella para «librarse de su culpa» y ella, pagada por el «Marquesito», las había hecho abortar. ¿Que qué había hecho con los fetos? ¡Pues enterrarlos al lado del huerto! ¿Qué iba a hacer si no? Efectivamente, encontraron los restos de aquellos no natos en el sitio indicado.

Así sería la casa de la Beonza.
Así sería la casa de la Beonza.

¿Qué pasó con el «Marquesito»? Resultó que había desaparecido al hacerse pública la muerte de Rosiña, y su esposa lo había denunciado por abandono del hogar. Se supuso que la Beonza, como otras veces, había acudido a él para pedirle ayuda y que había conseguido una buena cantidad de dinero, pero resultó que en esta ocasión tuvo mucho miedo y no había sido así. Por más que se le buscó no dieron con su paradero.

Pasó el tiempo y la esposa del «Marquesito» quiso casarse con el hombre con el que vivía, que había sido, hasta la desaparición del marido, el capataz del pazo y demás posesiones. Hubo impedimento al no poderse demostrar que era viuda.

Pasó más tiempo. Los avatares de la Guerra Civil hicieron que no se volviese a saber ni de la «Marquesita» ni de su amante. La finca pasó, con la paz, a otras manos que reorganizaron todo. Al arreglar el jardín apareció un esqueleto, que el forense identificó como de aquel desaparecido «Marquesito». Había junto a él un hacha, con el que le mataron.

Esta es la historia truculenta que leí en aquel librito de la biblioteca de mi amigo Segundo Martínez Jarén.

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