[dropcap]C[/dropcap]asi siendo niño aprendí que el granito estaba formado por tres minerales: cuarzo, ortosa y mica. Esta definición es cierta si nos atenemos a un tipo de roca plutónica, pero no si nos referimos al conjunto total de ellas.
Pero, por si se ha olvidado, recordemos que las rocas plutónicas son una parte de las llamadas ígneas o magmáticas, cuya definición no creo necesaria, por estar implicada en su mismo nombre. Han pasado del estado fundido al sólido muy lentamente y a gran profundidad, dando lugar a minerales que se suelen ver a simple vista. Todo lo contrario ocurre con las volcánicas.
El conjunto de las rocas plutónicas se divide en tres grandes familias, según que contengan más del 10%, menos, o que no contengan cuarzo. Y dentro de cada una de ellas se establece una clasificación determinada por el porcentaje entre los distintos feldespatos.
Recordemos que los feldespatos son tectosilicatos que pueden ser potásicos con algo de sodio –alcalinos–, o de calcio y sodio –las plagioclasas. La ortoclasa (Si3AlO8K.) es el mineral más frecuente de los feldespatos alcalinos, pero no el único, del mismo modo que el cuarzo no es el único óxido silícico (SiO2). Todo depende del sistema en que cristalicen, debido a la presión y temperatura en que se originan.
Por supuesto, todo lo que acabo de decir se puede ampliar más y más, pero no es este el lugar ni el momento de presumir de conocimientos.
Lo que sí quiero explicar ahora es que si el cuarzo es el mineral más abundante de la corteza terrestre, la ortosa u ortoclasa es el más importante para el Hombre. Sin él no existiríamos.
Veamos por qué digo esto. El cuarzo es un mineral que aguanta todo tipo de ataques químicos naturales. Pero no así la ortoclasa. Este mineral, un silicato alumínico potásico, en presencia de agua y anhídrido carbónico es atacado fácilmente, formándose bicarbonato potásico y finalmente arcilla, liberando silicio. Esta reacción, constantemente producida por la lluvia, es la más importante de la Naturaleza continental, pues da origen a la formación de suelos. Sin estos no habría vegetales, que son la base de las cadenas tróficas. La liberación del potasio permite al Hombre, al remover los niveles del suelo –al arar– el desarrollo de la Agricultura. ¿Es importante o no lo es la ortosa?
Pero vayamos a otra cuestión. Cuando las rocas plutónicas se enfrían lentamente, muy lentamente, sufren diversas fuerzas, de tensión o tectónicas, que hacen que se cuarteen en multitud de grietas o fisuras de todo tipo, diaclasas o fallas.
Por estas fisuras, superficiales o profundizadas, discurre al agua de lluvia que, con el anhídrido carbónico, va a alterar la ortoclasa, arenizando la roca. Las grietas se irán ensanchando, tanto las verticales como las horizontales, haciendo que los poliedros limitados por ellas se vayan redondeando, formando acumulaciones de bloques separados entre sí. En muchas ocasiones, la erosión que se da en los planos horizontales forma peñas que, o bien se desploman si pueden, o quedan cabalgando sobre las inferiores, dando lugar a paisajes muy característicos de «peñas caballeras». En Salamanca hay un municipio que ha tomando nombre de este fenómeno: Peñacaballera.
Más raro es que estas «peñas caballeras» queden en una posición tan inestable que con un esfuerzo puedan moverse, volviendo a su posición al cesar aquél. Son las peñas «oscilantes», «balanceantes» o «bailadoras», tan escasas que deberían protegerse.
En Salamanca sé de dos, gracias a la información de Ramón Grande del Brío, en Villarino y en Peñacaballera. En la provincia de Lugo vi una, en el concejo de Alfoz, la «Pena Abaladoira«, de la que hablé en cierta ocasión.
Muy lamentable es lo que ocurrió en Boal (Asturias), donde había una de estas raras peñas, muy visitada, «Penedo Aballón«, con un peso estimado entre 15 y 18 toneladas. Un día de 2001 unos desaprensivos la arrancaron de su pedestal. Hace dos años, gracias a varias organizaciones, y me imagino que con unos esfuerzos físicos y económicos enormes, la peña oscilante de Boal ha sido devuelta a su sitio. Lo que no sé es si baila igual que antes o no.
Y este lamentable suceso me recuerda otro que contaba mi suegro, Pedro de Francisco Cerrada. En el pueblo donde nació, Cañamares, situado al norte de Guadalajara, famoso por sus rocas volcánicas, hay un puente románico de tres arcos, del que los cañamareños se han sentido siempre muy orgullosos. Parece ser que antes había una esfera de piedra que coronaba el puente. Pienso yo que no era originalmente medieval sino un bolardo artillero, que en tiempos pasados se supuso que adornaría el puente. O quizás fue puesto allí para conmemorar algo. Hoy no está.
Pues bien, hacia el final de los años veinte, en tiempos de Primo de Rivera, los quintos de aquel año y acompañantes, sin duda bajo influencia etílica, tiraron el bolardo al río. Al día siguiente, la Guardia Civil fue sacando de sus casas a los alegres rondadores de la noche anterior y les hizo meterse en el río –en pleno enero–, sacar el bolardo y volverlo a poner en su sitio, entre las risas y aplausos de la población.
¿Que hubiese ocurrido si esto hubiese pasado en estos tiempos y no hace 90 años? ¿Se atrevería alguien a oponerse a los vándalos? ¿Sería festejado o alentado por algún mandamás o mandamenos de turno, como si fuese un privilegio de los hedonistas e irrespetuosos jóvenes? ¡Menos mal que ya no está el bolardo!