[dropcap]E[/dropcap]n cierta ocasión asistí a una conferencia sobre arte románico. A uno de los «expertos» se le ocurrió decir que debíamos limitarnos a ver el que se da en las catedrales, ignorando el que hay en las pequeñas iglesias de los numerosos pueblos de la geografía española. Muy querido, sí, por ser el de nuestro pueblo, pero más tosco y que, por ello, no debería tenerse en cuenta en obras generales.
Cuando oí aquello me dieron ganas de irme. ¿Cómo puede decirse tamaña barbaridad? ¿Es que ahí no se percibe más claramente el alma de aquella gente repobladora que hizo que se construyesen esas maravillas por doquier, poniendo todo en esas esculturas, toscas, de acuerdo, pero llenas de sentimiento y de vida?
Pienso que es en esas pequeñas iglesias donde mejor se aprecia el espíritu de aquellas épocas, llenas de fe y de espiritualidad. Es como menospreciar la belleza natural en aras del arte más sofisticado.
Pues lo mismo se puede decir de los innumerables cruceiros que llenaron Galicia. Puede que sean rústicos pero, por eso, en ellos se aprecia clarísimamente la profunda religiosidad de sus pobladores, sumergidos en una Naturaleza mágica y espiritual sin igual.
¡Cuantas veces, caminando por un bosque gallego tropezamos con un escondido cruceiro, recordatorio de un hecho luctuoso que aconteció allí! En medio de aquellas fragas misteriosas, surcadas por peñas caballeras aisladas, la presencia del cruceiro te lleva a un pasado con historias de venganzas, de muertes sangrientas y de preocupación familiar por el alma del finado… Y era costumbre que al pasar por allí se rezase una oración y se dejase una piedra en un montón.
O piensas en aquellos caminantes, que al llegar a un cruce encontraban un cruceiro, señalador de direcciones, colocado allí por la autoridad eclesiástica, que ofrecía indulgencias en el purgatorio a cambio de unos padrenuestros…
O te enteras de que aquel otro cruceiro es de los llamados «de la deshonra», porque allí enterraron a un bebé de una madre soltera…
Y así infinidad de imágenes que acuden a nuestra mente. ¿Y éste, por qué se puso aquí? ¿De qué época es?
Porque, como ocurre con todo, los cruceiros tienen su historia y sus épocas, pero estas son muy difíciles de determinar si no tienen la fecha grabada, por la disparidad de criterios que tenían los maestros canteros que las hicieron.
Es evidente que su origen es antiquísimo. Los antiguos pobladores adoraban las fuerzas naturales como testimonio de sus dioses, que tenían el poder de levantar esas moles de piedra de formas mágicas. Y colocaban señales pétreas como ofrendas o como homenaje a sus muertos. El Cristianismo trató de suprimir esas prácticas paganas, sustituyéndolas por otras parecidas con advocación a Jesucristo, a la Virgen o a los Santos. Surgieron así santuarios, templos, oratorios y ermitas por doquier. Y los cruceiros.
Pueden ser de tipología lisa o con imágenes; en este caso siempre con un Cristo que puede estar acompañado por la Virgen, Adán y Eva, querubines, calaveras o por símbolos de la crucifixión: escalera, clavos, martillo…
También pueden definirse por su situación en encrucijadas, puentes, cementerios, lugares de muerte trágica, enterramientos de «anxeliños» o niños sin bautizar e incluso de adultos no creyentes, sitios de curación mágica o por meigas, o donde supuestamente se celebraban ritos satánicos.
Los motivos por lo que los cruceiros fueron erigidos pueden ser muy variados: en memoria de personas, expiación de culpas, celebraciones (en Galicia llamadas Misiones), límites entre parroquias, jaculatorios para pedir a los muertos, ofrendas, lugares de parada de entierros o procesiones, exorcismos contra la «Santa Compaña», viacrucis, decorativos…
Es muy difícil de precisar cuando comenzaron a erigirse. Algunos la suponen derivada de los ritos celtas o incluso anteriores, o de los miliarios romanos, siendo reemplazados muy lentamente por el Cristianismo. Los cruceiros en piedra no pueden fijarse anteriores al siglo XVIII. En el XX proliferaron los encargados por indianos. Cabe destacar la desaparición de muchos con motivo de la persecución religiosa que tuvo lugar durante la II República. Más recientemente se han expoliado bastantes para colocarlos en viviendas privadas como decoración. De ellos únicamente queda en su sitio el basamento y algún fuste.
Las leyendas que han originado los cruceiros son algo consustancial con el pensamiento gallego. ¿Cómo no haberlas en unos parajes tan llenos de misterio? ¿Son los gallegos los que las han imaginado o es el paisaje el que las ha inducido?
Sea como sea ahí están, formando parte del paisaje, inseparables, añadiendo su misterio al propio de la tierra gallega.
1 comentario en «Cruceiros»
Excelente. Muy bueno