[dropcap]E[/dropcap]n el transcurso de esta pandemia hemos sido testigos de toda una serie de absurdos que todos juntos los podríamos englobar bajo el género de “surrealismo epidemiológico”.
Esta tendencia empezó pronto, en los mismos albores de la pandemia. Aunque a los pacientes se les atendía con especial protección (cuando la había) o incluso con las consultas de atención primaria ya “cerradas” (esa es la especie que se propagó), desde instancias autorizadas (incluso profesionales), se informaba que aquello era apenas “como una gripe”, quitando hierro al tema.
Era tan evidente la contradicción que ya empezó el asombro.
Esta falta de coherencia entre la protección aparatosa de los que podían acceder a ella (los menos) y la supuesta falta de peligro del virus, nos iniciaba ya en un escenario surrealista.
Uno de los absurdos más flagrantes de esta serie es el que hace referencia al cierre de los centros de salud en su área de consultas pero no en el PAC (Punto de Atención Continuada). Aclaremos que cuando la gente, es decir, el usuario, dice que el centro de salud, en su área de consultas, está cerrado, se refiere al hecho de que acceder a él es muy difícil y constituye toda una proeza, tal es el cúmulo de obstáculos y filtros con los que se encuentra el pretendiente, y si es anciano mucho peor.
Una vez incorporado al inconsciente colectivo que acercarse físicamente allí está casi prohibido (lo cual no es cierto) muchos pretendientes se encuentran con teléfonos que no contestan y teléfonos que no llaman. Esta especie de bloqueo y de aislamiento tiene algo de kafkiano y surrealista, si consideramos que la atención primaria es la puerta de “acceso” al sistema.
Abunda en este absurdo epidemiológico (y también epistemológico) el hecho de que , y ya sin llamada telefónica previa.
Igualmente, muchos pacientes desplazados lo tienen crudo para acceder por la puerta de consultas ordinarias, y barra libre para acceder por el PAC.
Ambos mundos, el accesible y el inaccesible, coexisten apenas separados por unos metros de distancia. Cabe preguntarse: ¿Es el PAC el “circuito sucio” de la atención primaria? Es decir, ¿allí donde pueden correr todo tipo de riesgos, tanto los profesionales como los pacientes?
Algo de esto debe de haber porque es donde han puesto también (qué casualidad) los tendederos de EPIs relavados en barreños de agua con lejía, paisaje inolvidable de la primera ola y que define el estado de abandono de nuestra atención primaria.
El “cierre” de las consultas ordinarias (en el sentido que hemos explicado más arriba) se ha justificado con el objetivo de evitar el contagio entre los pacientes en la sala de espera. Como decimos, unos pocos metros más allá, en el PAC, esa justificación ya no es válida al parecer porque entras en otra dimensión.
En cualquier caso, esa justificación podía ser coherente en el contexto de estado de alarma y confinamiento, pero una vez suprimidos estos, flojea. Era lógico entonces que si los ciudadanos se mantenían en sus domicilios, confinados, para no coincidir y contagiarse entre ellos, tampoco debían coincidir en la sala de espera de un centro de salud. En el PAC daba igual.
Tras la supresión del estado de alarma y el confinamiento, el absurdo surge (contribuyendo al surrealismo epidemiológico), porque las consultas ordinarias siguen igual de “cerradas” (en el sentido ya dicho), los PAC cada vez más concurridos y desbordados, y los ciudadanos pueden coincidir alegremente en todo tipo de sitios, locales, y reuniones: lugares de trabajo, aeropuertos, piscinas y playas, supermercados, discotecas, locales de ocio nocturno, botellones …, pero no en las consultas ordinarias del centro de salud.
En el intento de centrar tanto tiempo telefónico y burocrático en el COVID a distancia, se ha descuidado la asistencia clínica y presencial del resto de patologías.
Dicho sea de paso, esto último es lo más prudente, pero resulta bastante incoherente con todo lo anterior, constituyendo un absurdo epidemiológico de primer orden. Es como intentar llenar con agua una botella que no tiene fondo. Por un sitio entra y por el otro sale, de manera que no se llena nunca. Nos recuerda a Sísifo y su roca. Surrealista. Quizás por eso hemos vuelto para atrás.
Este fenómeno de que lo que ganas por un lado lo pierdes por el otro, se ha acentuado con el modelo telemático implementado en atención primaria. En el intento de centrar tanto tiempo telefónico y burocrático en el COVID a distancia, se ha descuidado la asistencia clínica y presencial del resto de patologías. O eso parece si nos hemos de guiar por casos de asistencia imprudentemente postergada que se ven ahora con más frecuencia que antes en los servicios de urgencias.
Otro capítulo de esta película que podía haber firmado Buñuel, se refiere al uso de las mascarillas. Eran innecesarias cuando faltaban, e imprescindibles cuando las hubo. Mi opinión es que son imprescindibles mientras haya pandemia. Que se disponga o no se disponga de ellas, no determina su utilidad. Y es que si no, contribuimos al surrealismo epidemiológico.
El capítulo más reciente de este estado alucinatorio hace referencia a los centros educativos. Su apertura franca no parece coherente con otras situaciones aquí descritas ni con el avance de la pandemia hacia lo que parece “segunda ola”.
Intento entender la apertura, pero parece claro que los niños no son inmunes al contagio y que pueden ser transmisores del virus. No parece tampoco que vayan a permanecer internos en el centro escolar hasta el final del curso, sino que van a volver a sus casas.
También es cierto que han estado coincidiendo con otros niños y adultos en este tiempo de desconfinamiento. Quizás la novedad radica en que los niños y jóvenes van a permanecer más tiempo juntos y en espacios cerrados, y en un tiempo de “catarros”.
Soy escéptico, y es que hasta ahora casi nada ha salido bien. Solo el confinamiento fue eficaz y produjo un alivio. Anulado el estado de alarma y el confinamiento, enseguida hemos vuelto a retroceder.
— oOo —